Hay historias que le repizcan a uno el corazón, por lo especial de su argumento o por tener como protagonistas a personas muy, pero que muy especiales.
Esta es la de una chica de casi catorce años recién llegada a Madrid. Ella es “mi rumana murciana”. Lo primero que me llamó la atención cuando me hablaron de su incorporación al centro fue su nacionalidad rumana y que su último domicilio en España hubiera sido la hermosa ciudad de Lorca, en Murcia. Me pareció una combinación llamativa. Pizpireta, desenfadada como todas las niñas de su edad, luce el nombre de Adriana Alexandra y, al despegar los labios y lanzarse a hablar, suena, entre sus “bonicas” palabras, una musiquilla que parece llegar desde la “ciudad del sol”.
Desde que llegó no puedo evitar mirarla con cierta simpatía. Escuchar acento murciano por los pasillos, en boca de una alumna extranjera es, cuando menos, curioso. Si, además, se le une gracia y educación, tenemos la mezcla perfecta.
Hace no mucho, se me acercó y me pidió permiso para salir de clase. Decía que no se encontraba bien.
-“Claro que puedes salir, ¿pero te pasa algo importante? ¿Has desayunado hoy?”.
-“No, profe –contestó-, últimamente me siento como un poco deprimida y se me han quitado las ganas”.
“Pero, Adriana, no puedes estar sin comer. ¿Qué es eso que te tiene a ti deprimida, hija? Si con tus años no se puede tener depresión, reina…”.
Me miró con mucha tristeza y me reveló el porqué de su angustia. Ella ha venido a vivir a Madrid con su padre porque, al parecer, la convivencia con su madre y su padrastro no le gustaba mucho. Allí, en Lorca, ha dejado a sus hermanos pequeños, una niña de casi diez años y un niño de seis. “Es que, profe, mi hermano tiene síndrome de Down, ¿sabes? Y yo estoy preocupada por él, porque sé que ahora en el invierno coge muchos catarros. Y yo me veo lejos y me apeno. Además, hace unos días me he peleado con una de mis amigas. Tengo una foto de mi hermanico en el perfil de “whats’app”, para tenerlo presente, y ella se burló de que tiene síndrome de Down. Me enfadé mucho y me sentí mal”.
-“¿Me dejas ver la foto de tu hermano, Adriana?”.
- “Ya no la tengo, profe, la he quitado”.
-¿Ha sido por la burla de esa niña, verdad? Mira, déjame que te cuente cuánto te entiendo y hasta qué punto me veo hoy reflejada en ti. Te voy a enseñar yo la foto de mi hermana María. Ella tiene ya treinta y cinco años, ¿sabes? Es una niña (mujer) especial, como tu hermano. Cuando yo era pequeña sentí muchas cosas parecidas a las que me cuentas. Crecí siempre con una sensación de normalidad al lado de María. Mis padres se encargaron de eso, de que mi vida fuera normal, aunque tuviera una hermana especial. Yo era feliz, pero siempre había alguien dispuesto a quebrar mi alegría con burlas o crueles comentarios. Me indignaban y me hacían sentir mal, triste y “deprimida”, como tú dices.
No debes dejar que nadie te robe la sonrisa ni ensombrezca el cariño hacia tu hermano. Si te apetece poner la foto en el perfil, no dejes de hacerlo. Tú te sientes orgullosa de él y ninguna supuesta amiga debería reírse de alguien vulnerable y que no puede defenderse. Ahí estás tú, pero, tranquila, que hay cosas que ya irás descubriendo...".
No debes dejar que nadie te robe la sonrisa ni ensombrezca el cariño hacia tu hermano. Si te apetece poner la foto en el perfil, no dejes de hacerlo. Tú te sientes orgullosa de él y ninguna supuesta amiga debería reírse de alguien vulnerable y que no puede defenderse. Ahí estás tú, pero, tranquila, que hay cosas que ya irás descubriendo...".
Adriana me miró sonriendo; se sentía comprendida y alentada. “Además, es normal que te preocupe estar lejos de él. No sufras, tu madre está allí para protegerlo y cuidarlo, en invierno y siempre. Mi hermana María y mi madre viven también en Murcia, ¿sabes? Y a mí también me ha preocupado siempre que puedan encontrarse mal en mi ausencia. Tú no eres responsable, aunque es humano y hermoso que te inquiete su bienestar. Pero piensa que, si no te cuidas tú, no podrás cuidar de él ni compartir lo mejor de ti. Así que prométeme que vas a almorzar bien y que vas a esforzarte por volver a sonreír”. Desde ese día, nos miramos y sonreímos con complicidad.
Ayer vi que mi amiga Gema Martinez Prados, directora del Centro de Día de Aidemar, donde está escolarizada mi hermana María, compartía en Facebook un interesante artículo sobre las emociones que experimentan los hermanos de personas con discapacidad física o intelectual. Me pareció muy interesante y, cómo no, me acordé de mi “rumana murciana”. Ojalá cuente con el saber hacer de sus padres, como me sucedió a mí. Gracias a que fueron conscientes de que tan importante era la hija deficiente como la que no lo era, he conseguido llegar a la vida adulta, alcanzar hitos personales y profesionales para mí importantes y gozar de una saludable vida emocional. Gracias a ellos, a mis padres.
Aprovecho para compartir el enlace de ese artículo, por si a alguien le interesa o preocupa. Hoy, precisamente, se celebra el Día Mundial del Síndrome de Down.
Y, como el movimiento se demuestra andando, aunque mi alumna no vaya a poder verla, os presento también a mi hermana María, o la felicidad personificada.
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