De
su baile en el mediterráneo oleaje
se
pueblan las heroicas leyendas
de
la Grecia de antaño,
las
de la epopeya y el verso de Homero.
Dicen que no eran ni su escamado contorno ni la exultante belleza
los que arrastraban al desastre
y la locura a cuantos los mares surcaban.
los que arrastraban al desastre
y la locura a cuantos los mares surcaban.
Era
su melódico canto el que enajenaba y condenaba al naufragio
a
los necios hombres, fuesen marineros o aguerridos héroes.
Temidas,
porque con ellas se hundían las más exitosas naves.
Deseadas,
pues en ellas se encarnaban lo prohibido y la vida soñada.
Mas
ella, Parténope, cantaba sin pretender el desastre.
Solo
entonaba la envolvente armonía
para
poder sentirse, entre el viento y la furiosa marea,
libre
como el pájaro alado.
Las
velas conducían a Ulises hacia las tierras de Ítaca,
donde
la paciente Penélope tejía ya canas.
El
amor de siempre lo espera;
el
viaje sin fin aplazó un reencuentro que se antoja ya absurdo y lejano.
Les
separan años de ausencia, besos no dados,
y
la extrañeza silenciosa del olvido amargo.
Él
deshizo las ataduras que lo mantenían protegido en el mástil.
Escuchó
embrujado su canto.
Sintió
que Ítaca lo esperaba en los brazos de la mujer del Mar,
pues
allí hallaría todo cuanto había buscado,
el
verdadero viaje a la profundidad,
al oscuro y excitante vértigo de no poder respirar.
al oscuro y excitante vértigo de no poder respirar.
En
ella, en su regazo,
encontrará una odisea y la libertad...
encontrará una odisea y la libertad...
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