viernes, 29 de enero de 2016

Carta a mi hija

*Todos necesitamos rescatar imágenes del pasado para hacerlas presentes, evocar lo que fuimos y comprender así lo que somos. Ésta es la historia de un "amor constante más allá de la muerte". Su esencia queda en este mensaje que hace pocos días recibí de mi madre.





19-01-2016

Querida hija:

¡Hoy hace años que conocí a tu padre! Fue en el Colegio Mayor "Cardenal Belluga", de Murcia. Era domingo. Él acababa de regresar de Almoradí, donde había pasado el fin de semana; yo había sido invitada a comer por Eustaquio, el jefe de la tuna.

Tu padre, a la hora del café, me invitó a bailar sevillanas. Le dije que no... Vaquero, camisa blanca, rebeca color vino...

A media tarde fuimos a la sala de baile del Colegio Mayor (la actual Biblioteca Nebrija de la Facultad de Letras) y no dudó en tratar de arrebatar el turno a quien bailaba conmigo. Él lo tenía claro.

Fumaba en pipa... Tabaco rubio...

Le dio "un toque" en la espalda a mi bailarín, Paco, que estudiaba Derecho y por entonces bebía los vientos... "¿Permites que baile con tu pareja?", o sea conmigo. Y así terminé bailando con él. Tuve que hacer mucha fuerza porque no hacía más que apretarme contra sí. Quise que los compañeros que estaban allí presentes me rescatasen y me quitasen de encima a aquel hombre que parecía querer comerme, pero no hubo manera...

A media tarde, después de escucharme tocar al piano "El tema de Lara", del Doctor  Zhivago, tras una cortina del escenario quiso besarme.

¡Recuerdos , nada más...!

El 31 de Enero, apenas quince días después, en una discoteca que había en la conocida Torre de Murcia de la Gran Vía, me dijo que me quería, que era su "hilo de Ariadna", la que debía guiarle y salvarle. Sólo pude contestar que me gustaba, que no le quería aún, quizás con el tiempo...

Allí me dieron el primer beso de mi vida. Tan ingenuo fue que mi futuro marido me preguntó: "¿No te han besado nunca, verdad...?".

Él se despidió aquella noche feliz, cantando y bailando la canción de "Rufo, el pescador"(así le llamaban en el colegio mayor: Rufo, de la unión de las primeras sílabas de sus dos apellidos: Ruiz Follana).

Siete años después se convirtió en mi marido, un 23 de Agosto, en la Basílica de Santa María de Elche, mi pueblo natal.

Sinceramente, creo que fui su "hilo de Ariadna" y él, mi apoyo perpetuo...
Pero me dejó... Se fue para siempre un 9 de Julio de 2004. Se fue para siempre el amor de mi vida, lo que más quería.

Me dejó con el fruto del inmenso cariño, respeto, lealtad y amor que nos profesábamos: nuestras hijas... Emilia y María.

... 

Mi padre se llevó en ese viaje final un puñadito de jazmines recién cogidos en el jardín; un barquito de madera con el nombre de Juani grabado, recuerdo del noviazgo, y los versos del imponente soneto que Quevedo dedicó al amor eterno y que tanto admiraron siempre, desde los años de la Universidad. En un trozo de hermosa tela de "cashmere" quedó todo envuelto. Ése fue su equipaje, eso y todo el amor forjado en vida...



"(...)

Cerrar podrá mis ojos la postrera
sombra que me llevare el blanco día,
y podrá desatar esta alma mía
hora a su afán ansioso lisonjera;

mas no, de esotra parte, en la ribera,
dejará la memoria, en donde ardía:
nadar sabe mi llama la agua fría,
y perder el respeto a ley severa.

Alma a quien todo un dios prisión ha sido,
venas que humor a tanto fuego han dado,
medulas que han gloriosamente ardido,

su cuerpo dejará, no su cuidado;
serán ceniza, mas tendrá sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado.




Amor constante más allá de la muerte
Francisco de Quevedo





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