Hay etapas de la vida en las
que uno se siente especialmente inspirado. Hace meses que dedico mis escasos
ratitos de ocio a narrar, a relatar, la verdad, la real y la soñada. Al día
siguiente de haber publicado algún texto me gusta compartirlo con mis alumnos.
El primer día que lo hice, para aderezar una clase que estaba resultando
especialmente pesada, descubrí que escuchaban con atención, tanta que se
animaron a hacer comentarios; algunos, incluso, después de estas sesiones de
lectura en voz alta, han tenido la generosidad de hacerse asiduos de este blog.
No pretendo competir con los textos clásicos, de obligada lectura (lejos está
de mi intención).
Lo que empezó siendo un guiño,
con el que acercarles mi mundo y mostrarme cercana a “sus mundos”, creo que al
final ha servido de motivación a la lectura, en algunos casos, y de inspiración
para lanzarse a la escritura, en otros. Así ha sucedido con algunos estos
alumnos, cuando, en la calma de su silencio, han vuelto a escuchar mis palabras, han buceado en ellas y han sacado a flote nuevas historias, salvadas a través
de ellos del naufragio del olvido…
Os dejo la historia de Samuel,
uno de esos “rescatadores de palabras”. Leeréis primero la última parte de “Ingeniería
poética” y, a continuación, el final que él propuso al texto. Por la inteligencia
y sensibilidad que pone en todo aquello que emprende, sé que será capaz de conquistar
cualquier reto futuro. No hay límites, amigo, la cota la decides tú…
Emilia
R. M.
Soy Samuel Rubio Moreno y curso 2º de ESO.
Un día del pasado trimestre,
Emilia, mi profesora de lengua, nos propuso hacer una redacción o componer un
final para su relato “INGENIERIA POÉTICA”.
Esa misma tarde me dispuse a buscar un desenlace para su historia. Poco a poco
fueron surgiendo los personajes y los lugares alrededor del texto original.
Como Emilia también nos había relatado cuál había sido su inspiración y nos
dijo que, en parte, el texto estaba basado en la historia del padre de
Almudena, nuestra profesora de Ciencias Naturales, decidí incorporarla como personaje en mi
relato.
Me gustó cómo había quedado mi
final, pero no imaginé que tanto Emilia como Almudena llegaran a entusiasmarse
tanto con él.
Emilia,
gracias por colgar este relato y a vosotros, por leerlo.
Samuel R. M.
FINAL de “Ingeniería poética”, por
Emilia Ruiz Martínez
Nada podía extrañarme, porque ya había
recibido mensajes de lo más variado y atrevido, pero aquello… Esta mujer quería
poco menos que hiciera poesía a golpe de martillo sobre el yunque, porque lo
mío, por si cabía alguna duda, es artesanía pura. Le contesté de inmediato.
“Sería conveniente que viniera usted a mi taller y viese mis diseños; a lo
mejor algo de lo que ya he hecho pueda interesarle…”. Tenía que conocerla, sí o
sí. Sentí el pálpito de que la vida me estaba poniendo delante indicios
cristalinos sobre la dirección que debería tomar (…).
Y tan pronto la conocí me di cuenta de
que ella estaba hecha de otra pasta. Tampoco creo que la hubieran criado como a
una damita de alta alcurnia, pero algo distinto se le veía, al menos muy
distinto a lo que yo conocía de otras mujeres de mi edad. Digo yo que no nos
llevamos muchos años, o al menos eso deseo… Siempre creí que terminaría
formando familia con otra ingeniera, con otra loca de las ecuaciones y fórmulas
a la que le gustase desentrañar el funcionamiento de los artilugios del mundo.
Pero, cuando la vi y la escuché, y saboreé su cadencia y me hicieron sombra sus
palabras, sentí que viraban mis coordenadas. Y hablaba y hablaba y hablaba, y
las letras de su hablar me atravesaban, que si versos, destinos, amores,
tiempos que empiezan y acaban, veletas que marcan caminos… Y quedé secuestrado
en ella. Yo, el ingeniero mecánico, herrero y maestro de forja en ratos libres,
el de la forma perfecta, de mecánica precisa, quedé atrapado por su imagen
difusa, de metáfora extraña, que habla y parece no decir, pero que tanto enseña
y oculta tras su verso. ¡Qué será esto que me posee! ¿su encanto? y quizá, sólo
ahora, el chico de barrio que se hizo ingeniero podrá construir con sus manos
un rumbo para su poesía. ¿Se escribirá en verso esta vida nueva? Yo pongo el rumbo
en la veleta; ella, el viento que nos guía...
La fragua de Vulcano, inspirada en Velázquez. |
MI CAMINO, EL DESTINO (Por
Samuel Rubio Moreno)
(…) Los siguientes días fueron estupendos. Yo
intentaba tardar todo lo posible en terminar la veleta; mientras, ella estaba alojada
en un pequeño hotel, a tres minutos de mi fragua. Todos los días venía a verme
y a reprocharme mi tardanza. Poco a poco nos fuimos conociendo mejor, hasta que
un día la llamé para que viniera a la fragua con la excusa de supervisar la
veleta. Lo que en realidad quería era
pedirle que saliera conmigo y accedió. Los meses siguientes fueron de los mejores
de mi vida. Todas las noches quedábamos para dar un paseo, ir a tomarnos algo o,
simplemente, para hablar sobre nosotros,
los planes de futuro y la idea de casarnos y formar una familia.
Tres meses y trece días después
de hacer oficial nuestro noviazgo, nos casamos, un poco presionados por las dos
familias. La boda tuvo lugar en la Catedral de Toros de Guisando y, aunque no hubo
muchos lujos, a todos sorprendió de buena manera. También recuerdo que mi
hermano conoció a una chica…, pero esa es otra historia y debe ser contada
en otro momento.
Antes del enlace estuvimos
largos ratos hablando sobre dónde viviríamos. Decidimos, después de unas cuantas discusiones, ir a vivir a un pueblo
de Jaén, donde vivía un primo mío, que prometía ser precioso (el pueblo, no mi primo).
Y allá fuimos después de nuestro viaje
de bodas. Su casa la pusimos en venta; unos meses después, la conseguimos
venderla por más de lo que costó.
Ya alojados en nuestro nuevo
hogar, Azucena, mi mujer, decidió colocar la veleta que con tanto amor había
construido en lo más alto de nuestra casa, que era espaciosa, con dos baños, un
salón, un cuarto de la plancha y un par de habitaciones. Siempre habíamos
pensado tener una casa así, pues nunca se nos fue de la cabeza la idea de
formar una familia.
Los siguientes años transcurrieron
tranquilos, viviendo nuestro amor. Azucena consiguió un trabajo cerca del
pueblo, dando clases a niños de séptimo y octavo de EGB. Yo monté un pequeño
taller y amplié un poco el negocio, aunque las veletas seguían siendo lo que
más se vendía y lo que a mí más me gustaba hacer.
Tres años después, tras mucho
intentarlo, le dieron a mí mujer la grata noticia de su embarazo. Y, para mayor
satisfacción, el médico dijo que ¡venían
mellizos!
Y llegaron a este mundo, un 26
de octubre, una pequeña niña y un niño. Su infancia fue la etapa que más
disfrutamos. Pasábamos con ellos todo el tiempo que podíamos. Azucena pidió una
excedencia por dos años, y yo volví a dedicarme solo a la venta de veletas.
Mi hija Almudena de pequeña
siempre jugaba a enseñar y educar a los muñecos. Óscar se decantaba más por los
animales. ¡Menudo sofoco se cogió cuando murió su primer perro, Chispa!
Óscar no fue de mucho estudiar y
en unas vacaciones a Alicante, exactamente al pueblo de Azucena, se enamoró
locamente de una chica. Ella le animó a estudiar veterinaria, lo que a él
siempre le había apasionado.
Almudena estudió Biología y se
convirtió en profesora de Ciencias Naturales. En su segundo año trabajando le
dieron un pueblo en la meseta de Madrid. Ella durante el verano no nos dijo cómo
se llamaba aquel lugar. “Se le habrá pasado”, pensé.
Al llegar allí nos envió, con
un teléfono de esos que dicen que son inteligentes, una foto en la que se veía la
fachada de mi antigua fragua anunciando veletas.
¡Qué de vueltas da la vida,
sin saber que ya has pasado
por encima de esa piedra
que algún día has pisado!
Las vueltas que da la vida,
te llevan sin tú saber
a volver a tropezar
donde él tropezó ayer.
Fragmento de “Las vueltas que da la vida”, Emanuer.
Adaptada por Samuel Rubio.
Magnífico Samuel, cada vez que leo tu relato me emociono. Nunca me canso de leerlo una y otra vez, quizás acabe aprendiéndomelo de memoria. Nadie podría haberlo hecho mejor. Gracias por hacer que yo sea parte de él. Me siento más cerca de vosotros, mis alumnos,cuando veo que no sólo aprendemos la materia en clase, si no que nos conocemos más como personas y hacemos lazos. Se te da realmente bien esto, te animo a que no dejes de imaginar y plasmarlo en el papel. Aquí me tendrás para lo que necesites. Nos vemos mañana ;)
ResponderEliminarMuchas gracias Almudena por añadir este comentario. Me encanta que te emocionarás al leerlo y que todavía te sigas emocionado.
EliminarSamuel.
Me sorprendió mucho la cantidad de casualidades de la que surgen estas historias, y es que a veces el destino une a personas especiales para que hagan grandes historias.
ResponderEliminarMi enhorabuena a Emilia por tus relatos, tienes la capacidad de transmitir mucho con lo que escribes e inclusive sumerges a tus alumnos en estos grandes mundos que tanto enseñan que son la lectura y la escritura. Con profesores de este talante seguro que se forman grandes personas.
Mi enhorabuena también a Samuel, has sabido rematar un gran final con un gran comienzo, se nota que tienes un gran talento y te lo dice un ávido lector.
Seguid ambos con esta pasión ya que tenéis una capacidad que pocas personas tienen, la capacidad de llegar a el corazón de los demás con lo que escribís.
Gracias por tu generoso y alentador comentario, Daniel. Un placer tener lectores tan sensibles y juiciosos. Un cordial saludo.
EliminarQué bonito Samuel, eres un escritor en toda regla y creo que tu futuro va a estar relacionado con la literatura, si no como tu actividad principal con la que ganarte la vida, sí como afición con la que llenarla de felicidad añadida, como lo es el diseño de veletas para mi.
ResponderEliminarQué buena gente son los de la meseta de Madrid!
Encantada de encontrarte, Agustín. Tú has sido la principal fuente de inspiración, el ingeniero y forjador de veletas. Gracias por todo.
EliminarEncantado Emilia, qué fácil es ser fuente de inspiración, el mérito es todo vuestro, muchas gracias por incluirnos en esta historia. Vosotros sí que sois auténticos forjadores!
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