martes, 5 de noviembre de 2019

Se muere el mar de todos... Me lo dicen los peces...


Cuentan los nómadas de este mundo que uno no termina nunca de abandonar la tierra que lo vio nacer; que por muy anchos que sean los mares que cruzaron e infinitos los kilómetros recorridos siguiendo los pasos de la incierta fortuna, siempre se lleva prendido en el alma el perfume del país, ciudad o aldea que nos lanzó un día a explorar la vida y sus avatares.

Así siento yo que vienen conmigo aquellos aires húmedos, que pocas veces saben a lluvia, y huelen a azahar, a dulzón verde de invernadero, a palmera que cimbrea sus brazos a la orilla del mar. 

Traen las leves olas la otra esencia, de arena y salitre pegados al barco con que sueño que lanzo mis redes para atrapar al elegante caballito y traerlo conmigo hasta esta montaña que hoy me cobija.


Y por eso me duelen también las heridas de mi tierra, las que trajeron las aguas salvajes de tantos septiembres, cambiando sus calles por insondables y temibles ríos que buscan el azul de siempre para ir a morir. 

En esta tierra adoptiva, donde el otoño se puebla de hojas caídas, siento yo mientras las piso como si me subiera el agua fría que inunda y asola mi huerta lejana, mi trémulo mar del que huyen los peces.

Boquean agónicos en mi garganta. Me susurran, ya moribundos, su funesto presagio. Dicen que morirán muchos más en otros lugares, que su huida de este pequeño mar anuncia lo que, si no les escuchamos, nos vendrá. Oíganles, nos lo dicen sus ojos, estáticos casi, sobre la arena donde ayer jugábamos y soñábamos con las estelas del caballito de mar.



sábado, 19 de octubre de 2019

Silencio



Regreso del sueño cada mañana, en silencio, justo el que necesito para ordenarme por dentro, para recordar quién soy y qué me espera en el mundo, ahora que tengo los ojos abiertos. 

Necesito el vacío de palabra para recobrar las ganas y lanzarme al día. Desaconsejo que nadie perturbe el momento de mi liturgia en silencio, la del café humeante y la mirada perdida.

Falta al menos una hora para que pueda ser capaz de sonreír, después de dar gracias por todo lo que tengo y tomar conciencia de que la vida merece mucho la pena. Esa gran verdad cósmica me es revelada por el silencio, en silencio.

Se rompe la magia imperturbable cuando se van despertando mis hijos, de uno en uno, haciendo aumentar a cada minuto el nivel de ruido y agitación. No importa, no zozobres, que con hijos chillones también resulta apetecible vivir, me digo, mientras contengo el grito en la garganta con el que reprocharles que no obedecen a ninguna de mis indicaciones y van a conseguir que el vecino de al lado quiera mudarse de barrio.

Recobro el silencio y la calma en el justo momento en que dejo a los ruidosos en el colegio. Me despido de ellos mientras suben la escalera, que se me antoja larga y tardona. Una sonrisa se me dibuja en los labios sabiendo como sé que media hora de silencio en el pensamiento me separa del próximo baño de estruendo del aula. Aun con la música estridentemente alta, siento con satisfacción que puedo navegarme el alma, abstraída frente al parabrisas y el horizonte.

Llego al trabajo. Con un pie en mi clase, después del efusivo saludo a los compañeros y alumnos, compruebo que no soy la misma que se despertó al rayar el alba, que en ese escenario donde soy profesora me siento llena de ilusión y energía. Sonrío y me muevo con seguridad y soltura. Creo que convenzo a todos de que me gusta lo que explico y  de que aprenderlo puede procurarles a ellos la misma felicidad. 

"Profe, tú es que siempre sonríes". "No te creas, amigo, que yo siempre me despierto escupiendo fuego, enfadada con todo y con todos porque habría preferido quedarme aferrada al silencio de la noche".

A pesar de la alegría que me embarga la mayor parte de los días en el trabajo, hay varios e insufribles momentos en el transcurso de las clases en los que vuelve a saltar por los aires el equilibrio. "Shhhh, shhhh, silencio!!!!" ¿Queréis dejarme terminar la frase? ¿Por qué chilláis así, como polluelos hambrientos y enloquecidos? Silencio, silencio, por favor. Hasta que no calléis, no sigo. No siento que respetéis mi esfuerzo por abrir la ventana de vuestros cerebros...

Se me frunce el ceño. Pienso entonces en lo vulnerable que es la paz interior, en cuánto ruido nos ensordece y colapsa. Comprendo al observar a mis alumnos que, en realidad, no hay mala intención en su comportamiento. No saben ser de otra manera, porque les han enseñado a ser así, a hablar siempre para opinar siempre, porque alguien pensó alguna vez que no se puede privar a los niños de su libertad de expresión, no se vayan a traumatizar los pobres. 

Me doy cuenta de que no solo debo enseñarles la vida de las palabras, cuántas existen y cómo se ordenan para nombrar el mundo, sino que, también, están pidiendo a gritos alguien que les calle la boca, que les enseñe el valor del silencio, para escuchar lo que los demás nos tienen que contar, para aprender a corresponderles solo cuando es oportuno y pertinente. Porque en silencio es como dejamos trabajar a nuestra mente; saber callar es la fórmula prudente para no invadir el espacio de los demás, en silencio es como podemos apreciar la belleza de la poesía y la música, elegantes quebrantadores de mi calma.

Shhhh, shhhh, contened la palabra, no me robéis " las ganas de tener ganas" de hablaros y sonreíros, ensordeciéndome ahora el oído y el alma.

Silencio, que en silencio llegamos al día, y a la vida, y en silencio nos vamos al sueño, que todo lo acalla. Me siento a esperarlo, olvidada del ruido del día, que tanto me espanta...

sábado, 28 de septiembre de 2019

El bípedo parlante


En alguna de las primeras clases de mi asignatura suele salir el tema del lenguaje humano, ese maravilloso don, espejo de nuestra inteligencia y de nuestro mundo interior que los profesores nos esforzamos por desmenuzar para desentrañar su esencia e intentar insuflar en nuestros alumnos el amor por la palabra.

Según sabemos, ya los Neanthertales contaron con un sistema de comunicación bastante parecido al código verbal del Homo Sapiens Sapiens. Haciendo un ejercicio de humildad, a sabiendas de que esto del hablar nos viene de lejos y nosotros, los humanoides parlantes del siglo XXI, no somos los únicos elegidos, nos arriesgamos a jugar con la imaginación: "Profe, los "homo esos" seguro que dirían cosas como "comer", "cazar", "peligro", "bisonte"...". No está nada mal la hipótesis; es lógico, pero yo les sugiero algo incluso más sencillo y también, más humano.

Cerramos los ojos y viajamos con la mente hasta una sima, la de los tiempos en que no había nada de nada, ni carreteras ni casas, alrededor de nuestra cueva. Nos adentramos en su oscuridad, sin miedo cuando escuchamos a los murciélagos, y nos dejamos guiar por un leve resplandor.

Una vez allí, adivinamos una figura que suponemos de mujer, pues entre los brazos estrecha al pequeño de la familia. Arropados por la hoguera, los dos nos parecen casi uno, porque el bebé se esconde al cobijo de su madre, que lo amamanta y arrulla entre sonidos casi melódicos.

Crepitan los restos del fuego, y vemos, sorprendidos, que no nos diferenciamos tanto de los Neanderthales en las cuestiones más primarias. De repente, el lactante separa la cabeza del pecho materno, levanta la mirada para examinar su rostro, casi en sombras; no importa, el afecto de una madre puede sentirse hasta con los ojos cerrados. Juega entonces con la boquita para hacer sonidos con los que llamar su atención; ya sabe juntar los labios y hacer salir de allí algo que suene bonito y que haga que ella lo mire.


Y sin saber que estaba siendo el primer arquitecto del lenguaje, casa una sílaba con la siguiente, igual que la primera, para no arriesgar demasiado, y de su boca brota la palabra, la semilla, el germen de todas las venideras. Él dijó "mamá" y su madre ya tuvo nombre; ella lo miró; congeló por un momento su gesto, quizá sorprendida de ser llamada por primera vez, e inmediatamente dibujó una amplia sonrisa, buscando en su cerebro y su corazón otra palabra con la que corresponder aquel regalo y bautizar a su "hijo", al suyo y a todos los hijos de la historia del mundo.

Desde aquel mágico y cálido instante en la cueva, la especie empezó a ser humana. El origen de nuestra privilegiada condición quedó formulada en dos contundentes sílabas ("ma-má"), coincidentes en casi todos los idiomas, y que, casi con seguridad (no científica, claro está) deben estar ya cifradas en nuestro código genético, en nuestro ADN de bípedo parlante.

lunes, 20 de mayo de 2019

"Juego de tronos o la triste historia de la humanidad", por Eva Rey Ureña


Poco después de la emisión del último capítulo de Juego de Tronos, comparto en el blog un lúcido análisis sobre el sentido y profundidad de la serie. Su autora, EVA REY UREÑA, aborda con hondura y sensibilidad los temas que, a su parecer, vertebran esta historia, cuyo contenido interpreta a partir de una analogía con nuestra realidad más cercana. Le doy las gracias por permitirme publicar su artículo. Sus augurios se han hecho realidad hoy.


A pocas horas del estreno del último capítulo, me produce cierta fascinación (en el sentido de curiosidad antropológica y social) la enorme polémica que la última temporada de la serie está suscitando. No dejan de aparecer hordas de fans protestando por los derroteros que está tomando el desenlace. No contentos con las quejas, algunos “ofendiditos” (casi un millón ya) incluso se han lanzado a crear una petición en Change.org exigiendo a los guionistas que rehagan la octava temporada (¡qué ridículo y qué patético todo!). Y yo me pregunto si esta oleada de indignación y decepción no se puede deber a una errónea interpretación de lo que en realidad es, o debería ser, Juego de Tronos.

No quisiera pecar de arrogante dando a entender que mi interpretación es la correcta. Creo que, precisamente, la diversidad de interpretaciones da la medida de la grandeza de una creación narrativa. Cuanto más abierta es una historia, cuantos más ríos de tinta se derramen escribiendo sobre ella, cuantas más opiniones, hipótesis e interpretaciones, muchas de ellas opuestas, surjan, más riqueza y complejidad tiene la obra. Recordemos algunas de las obras maestras de la literatura universal: ¿Cuántas páginas se han escrito acerca del significado del Quijote, o de Cien años de soledad? No pretendo hacer comparaciones, obviamente; sólo pretendo mostrar que cuanto más abierta, compleja y rica es una historia, más hipótesis suscita.

Juego de Tronos, tanto en su versión literaria como en la televisiva, ha desarrollado su argumento en un período de tiempo ampliamente dilatado. Han sido diez años de serie. Los libros ni siquiera han terminado. Cuando el desarrollo de una historia se prolonga tanto en el tiempo, con, además, largos lapsus de espera entre una temporada y otra, a menudo olvidamos la manera en que la historia evoluciona. Se nos olvidan los pasos que se han ido dando hasta llegar al punto en el que estamos ahora. Yo misma he pecado de eso. Yo misma, cuando vi el episodio cuarto, y, sobre todo, el quinto de esta última temporada, me quedé francamente disgustada. Sin embargo, hay una idea que me ha estado rondando la cabeza casi desde el principio de la serie. Me imagino que a muchos de vosotros también. Había momentos, episodios, escenas, diálogos, cuyo significado parecía trascender los hechos que estábamos contemplando. Desde hace tiempo, intuyo que esta historia va mucho más allá de lo literal, y que toda ella está impregnada de un sentido metafórico. Está claro que Juego de Tronos pertenece al género fantástico (dragones, gigantes, brujas, la ambientación…). Muchos autores antes de George R.R. Martin han creado universos fantásticos en los que han desarrollado sus argumentos. Sin embargo, a mi juicio, la grandeza de una obra de fantasía consiste en ir mucho más allá de esos argumentos. Consiste en ser capaz de generar un paralelismo entre ese universo inventado, y el real, de manera que, finalmente, toda la historia sea una especie de parábola que vincule lo imaginario y lo real (recordemos, por poner un ejemplo, El señor de los anillos, y su parábola sobre el bien el mal). Cuando podemos extrapolar el mensaje de una historia ficticia y hacerlo universal, aplicable a la raza humana, entonces esa obra es grande.

Creo que el final de Juego de Tronos ha enfadado y decepcionado a muchos porque no entienden, o no quieren entender, que es una obra realista. Han querido permanecer en ese universo de fantasía, sin ver los paralelismos que existen con el mundo real. Han obviado las metáforas, los símbolos, lo oculto pero patente. Han querido verlo como un mundo de fantasía regido por las leyes de la fantasía. Yo misma he pecado de ello. Yo misma transformé a Daenerys en mi heroína particular, hasta que algo me sacudió y me dije: no, no van por aquí los tiros. Claro que duele ver desmoronarse ese mundo maravilloso que la tele y los libros han creado para nosotros. Pero es que tal vez esa serie nos está transmitiendo un mensaje que no hemos querido ver. Para mí, la clave para ver y entender la parábola es la propia evolución de la historia. Como decía antes, el factor temporal influye. La historia es taaaaan larga… Pasan taaaaantas cosas… Han sido taaaantos años… Que tal vez se nos olvida cómo empezó.



Anoche, de pronto, y sin saber muy bien por qué, sentí la necesidad de volver a ver el primer capítulo de la serie. Y así lo hice. Y verlo me supuso un shock. Porque es COMPLETAMENTE DIFERENTE a los capítulos de esta última temporada. Parece casi como si fueran dos series distintas. ¿Cuál es la esencia de ese cambio? ¿En qué ha consistido la evolución, y qué significado subyace a dicha evolución?

La serie comienza con un nivel de complejidad extraordinario. Eso es lo que hizo que mucha gente no se enganchara al principio; te pierdes, con semejante complejidad. Pululan por la historia cientos de personajes en cientos de escenarios diferentes, múltiples familias que, además, llevan tras de sí un pasado igualmente complejo que hemos de ir descubriendo poco a poco. El universo narrativo que se nos presenta es de una riqueza mayúscula. Dicha riqueza y complejidad son las constantes de las dos primeras temporadas. Luego esa enorme diversidad va disminuyendo progresivamente, pero a ritmo creciente, hasta llegar al penúltimo capítulo. Si, en efecto, comparamos este último capítulo emitido, con los primeros, resulta de una simplicidad pasmosa: por el número de personajes (dramáticamente mermado desde hace tiempo, y cada vez más), por el número de escenarios, y, lógicamente, por la simplicidad argumental. Exactamente de eso es de lo que parecen quejarse muchos fans: la simplicidad argumental y la velocidad a la que todo parece precipitarse. Pero, ¿acaso no es lógico? A más personajes, tramas más complejas. A menos personajes, tramas más simples. Cuanto más complejas son las tramas, más lentamente se desarrollan, puesto que más son los factores que intervienen en ellas. Sin embargo, cuando apenas quedan personajes en pie, las tramas deben ir más rápido, puesto que ya apenas queda complejidad con la que jugar.

¿Y qué significado tiene esta creciente pérdida de complejidad? ¿Es gratuita? Definitivamente, NO. La historia de la creciente simplicidad de la serie es la historia del poder y la concentración de este poder en cada vez menos manos.

Porque, ¿qué nos cuenta exactamente Juego de Tronos? ¿De qué va en realidad la historia? Pensemos por un momento que todo este universo sea, en realidad, un reflejo de la humanidad. De la de verdad. De la nuestra. Y observemos el punto de partida: la riqueza, la variedad, la complejidad. El universo de Juego de Tronos, en sus primeras temporadas, nos muestra un amplísimo abanico de los más grandes universales del ser humano. TODO está presente en la serie. Hace poco leí un artículo muy lúcido de un seguidor de la serie y los libros, que afirmaba que la historia era shakesperaniana. No puedo estar más de acuerdo. Shakespeare es tan grande porque supo reflejar en sus obras los grandes universales del ser humano (Romeo y Julieta, el amor imposible; Otelo, los celos; Hamlet, la duda; etc, etc). Y eso mismo es lo que nos encontramos en Juego de Tronos. Sus (maravillosos) personajes representan las principales pulsiones del ser humano. Si intentamos ir más allá de la trama, vemos que casi todos los conflictos que se plantean tienen un trasfondo real, que se corresponde con los conflictos a los que en distintos momentos se ha tenido que enfrentar la humanidad. Vemos, por ejemplo, cómo muchos de los personajes representan las distintas ideologías políticas. La casa Lannister es un claro símbolo del capitalismo (recordemos sus alianzas con el Banco de Hierro). Daenerys Targaryan casi parece símbolo del comunismo a lomos de sus dragones, liberando esclavos y buscando la justicia social en el mundo. Sólo le falta cantar: “Arriba los pobres del mundo, en pie los esclavos sin pan…”. Subtramas como el conflicto de los Reñideros de Mereen plantean cuestiones a las que siempre nos hemos tenido que enfrentar los seres humanos: la lucha entre la tradición y el progreso (recuerdo que cuando vi esa parte, me vino a la cabeza el tema de la tauromaquia: acabar con una tradición sangrienta y violenta, o mantenerla simplemente porque es una tradición). La mayoría de los conflictos políticos que se plantean en la serie, existen o han existido en algún momento de la historia del ser humano. Tan solo se limita a disfrazarlo con un bonito traje de fantasía.



También desde el principio de la serie se nos muestran las luces y las sombras de la humanidad, encarnadas en los diferentes personajes. Vemos la grandeza en Tyrion, un hombre hecho a sí mismo, encarnación de la justicia en su sentido más noble, de la INTELIGENCIA, en mayúsculas. Vemos a esa primera Daenerys, símbolo de la lucha por la igualdad y la libertad, otro personaje hecho a sí mismo, superando todas las adversidades y creciendo en carisma. Y vemos a Jon, el enorme y maravilloso Jon, un personaje que muchos creen que está siendo maltratado por los guionistas en la última temporada, opinión que trataré de contraargumentar más adelante. Jon representa, a mi juicio, el más bello de los ideales: la unión de los seres humanos frente a la división y la lucha individualista. Es el afán de fraternidad hecha personaje. Y, junto a las “luces” de Juego de Tronos (con un largo etc detrás, pues son muchos otros los personajes que encarnan las pulsiones más nobles del ser humano) también tenemos, desde el principio, las sombras: el ansia de poder (Cercei), la crueldad (Jeoffrey, Ramsey), la manipulación (Lord Baelish), el interés materialista (Bronn), y otro largo etc. A pesar de encarnar las diversas fuerzas que mueven a la humanidad, todos los personajes distan mucho de ser planos, o simples. Prácticamente todos ellos experimentan importantes evoluciones, igual que nosotros, los mortales de carne y hueso, porque eso es la vida, cambiar y evolucionar.

La historia es compleja y “real” hasta en el tema de las creencias. Las múltiples religiones que profesan los personajes, parecen un trasunto de la diversidad religiosa que ha existido siempre en la historia de la humanidad.



Si todo esto es así, entonces, ¿a qué se debe la progresiva pérdida de complejidad de la trama? Más allá de lo evidente –mueren muchísimos personajes, desaparecen familias enteras-, y siguiendo con la parábola, ¿no se trata del reflejo del cada vez mayor aumento de entropía al que se enfrenta la humanidad? Veo esa pérdida de riqueza como el reflejo de dos cosas: en primer lugar, como el comienzo de la auto-aniquilación de la humanidad , y, en segundo lugar, como la pérdida de diversidad y riqueza que conlleva esta brutal globalización que cada vez tiende más al pensamiento único. Al igual que en la serie, este fenómeno tiene lugar cuando se da una enorme concentración de poder (mucho, muchísimo poder), en muy pocas manos. El capitalismo salvaje al que nos enfrentamos va por ese camino. Lo estamos viendo de forma cada vez más patente. La riqueza (y con ella el poder) se va concentrando cada vez en menos personas, y el equilibrio se rompe. En Juego de Tronos, las distintas familias de nobles representaban los núcleos de poder. Un poder en permanente lucha, como siempre ha sucedido en la humanidad, pero en ese extraño equilibrio que proporciona la complejidad. Es la ambivalencia, la armonía entre opuestos de la que nos habla el yin-yang. Sin embargo, a medida que las familias van cayendo, extinguiéndose para siempre en muchos casos (los Frey, los Bolton, los Mormont…), el poder se va concentrando cada vez en menos manos. Ya ni siquiera lo encarnan familias, lo encarnan tan solo personas. La cantidad de poder es inversamente proporcional a las manos que lo ostentan. Al final, sólo dos personajes de la serie concentran en sí mismas todo el poder: Cercei Lannister y Daenerys Targaryen. Lo que venga después sólo puede resumirse en una palabra: DESASTRE. El espectador no se ve sorprendido por el ansia de poder y de destrucción de Cercei, porque siempre ha sido uno de los “malos”. Pero sí se ha visto defraudado por las consecuencias que este poder ha tenido en Dany. ¿Acaso somos tan ingenuos de pensar que tantísimo poder es compatible con la bondad? ¿Con la cordura, siquiera? Nos dicen algunos que Daenerys ha acabado así por sus genes, por ser una Targaryen, por su padre, el Rey Loco. ¡Qué explicación tan simplista! ¿Qué figura histórica de la humanidad ha alcanzado mucho poder y no ha caído en la barbarie, en la destrucción? Tal vez pensar en Hitler no sea lo más acorde a la ideología de Dany, pero, como leí en otro artículo precioso, nuestra querida Khaleesi es esa heroína comunista que, de tanto poder como adquiere, acaba cometiendo las atrocidades que cometió Stalin. El poder corrompe. Eso no es ninguna novedad. ¿por qué entonces indigna tanto la transformación de Daenerys? ¿Tal vez porque nos molesta el realismo de la serie? ¿Quizás porque preferíamos seguir en ese mundo de dragones, brujas y gigantes, donde creíamos que a nuestros héroes o heroínas no les afectaría el poder? Los cuentos de hadas son muy bonitos. Pero Juego de Tronos no es un cuento de hadas (afortunadamente). Insisto: la historia de la la creciente simplicidad de la serie es la historia del poder y la concentración de este poder en cada vez menos manos. 



Siguiendo con esta línea de interpretación, la última temporada de la serie no puede ser más coherente. En ella se nos muestran las consecuencias de la acumulación de poder en muy pocas manos: el desastre. Nos encontramos en la octava temporada con las dos mayores amenazas a las que se enfrenta la humanidad: una solventada gracias a ese enorme héroe que es Jon Nieve, y la otra no. Me refiero a la Batalla de Invernalia contra el Rey de la Noche, y la destrucción de Desembarco del Rey. ¿Cuáles son esas dos amenazas? Analicemos estos dos episodios.
Para interpretar el episodio de la Batalla de Invernalia, no podemos olvidar quién es el Rey de la Noche y qué representa. Recordemos su origen: hace muchísimos años, los Primeros Hombres, en sus ansias de poder, comenzaron a destruir los bosques (¿os suena?: la destrucción de nuestro planeta por intereses capitalistas). Los Hijos del Bosque, horrorizados ante la amenaza que esto suponía para su hogar, crearon al Rey de la Noche, que, a medida que avanza la historia, irá cobrando mayor relevancia, creando un enorme ejército para acabar con el reino de los hombres. ¿¿Quién dice que el Rey de la Noche es malo?? Representa la amenaza del propio planeta rebelándose contra la destrucción y la ambición humanas. ¡Qué lúcidos los discursos de Jon Nieve cuando intenta convencer a todos para que olviden sus diferencias y se unan en esta misión, porque lo que está en juego es la SUPERVIVENCIA de los humanos! ¡Qué razón tenía al decir: olvidaos de vuestras estúpidas luchas de poder, individualistas y egoístas! ¿Qué más da quién gobierne, si no habrá reino sobre el que gobernar? Me recuerda tanto a nuestros políticos actuales. Los vemos “pegarse” por cuestiones como el nacionalismo catalán, por muros, por petróleo, por territorios más o menos polémicos, por impuestos… Cuando todo eso no servirá de nada si no se resuelve el mayor de los problemas: seguir teniendo un planeta en el cual vivir. Puro sentido común, Jon Nieve.

Por eso, ese tercer episodio de la última temporada me resultó tremendamente sobrecogedor. ¡Y qué bien hecho estaba, para transmitir precisamente eso, ese terror absoluto que provoca la idea del apocalipsis! Maravilloso el equipo técnico, Y Ramin Djawadi, por esa música espeluznante. Tampoco entiendo las críticas a este episodio: ¿Que estaba oscuro? Pues claro. No iba a suceder en un día luminoso. Para transmitir toda esa desolación, ese terror absoluto, esa idea del final del mundo, ese horror casi innombrable, era necesaria la oscuridad. El caos y la confusión de que se quejaron algunos… Es el caos y confusión que experimentaban los que estaban allí, luchando cuerpo a cuerpo con la muerte, con el final de todo. Gracias por hacérnoslo sentir a los espectadores también. El colofón fue esa melodía de Ramin Djawadi durante los últimos quince minutos del episodio, en los que toda la esperanza parecía perdida, en que parecía que no habría salvación para los humanos. Estoy segura: la desesperanza, el horror, la desolación, el fin del mundo…suenan a la canción de Ramin Djawadi.

Este tercer episodio representa, para mí, el último resquicio de grandeza humana. En la serie, claro, pero también en la vida real. Porque nunca los seres humanos son tan grandes como cuando se unen por una causa mayor, cuando olvidan sus diferencias y caminan todos en una misma dirección. Fue el último capítulo heroico. Y, aunque para muchos Jon Nieve no fue el héroe de este capítulo, para mí sí lo fue. Es cierto, Arya mató al Rey de la Noche. Pero el que hizo posible esta unión fraternal entre tanta gente, el que les convenció a todos para luchar juntos, el que unió en vez de separar, fue él. Y le costó muchísimo. Por mucho que se diga, para mí, Jon Nieve siempre será el gran héroe de Juego de Tronos, por encarnar el lado más noble del ser humano.


La segunda gran amenaza para el ser humano y su historia se ve reflejada en el polémico quinto capítulo de esta última temporada, en el que hemos asistido a la destrucción de Desembarco del Rey por una desquiciada Daenerys Targaryen. Muchos han criticado la evolución del este personaje (tema del que ya he hablado). Otros han criticado lo abrupto de esta evolución, lo rápido que ella cambia (esta última crítica me parece más lógica). Sin embargo, entra dentro de las leyes de la causalidad este estallido de violencia y crueldad de la Madre de Dragones. Se trata de un BUCLE DE AMPLIFICACIÓN, una de las explicaciones más racionales de la causalidad. En determinadas circunstancias, el efecto provocado por una causa X es mayor de lo esperado. Esto provoca que el siguiente efecto sea mayor, y el siguiente mayor, y así sucesivamente, de manera exponencial. De manera que, lo que en circunstancias normales llevaría siglos producirse, puede acelerarse dramáticamente y provocar una última consecuencia tan imprevisible como destructora y ya inevitable (esto es, por cierto, de lo que nos están avisando los científicos en relación con el cambio climático: otro bucle de amplificación, o causalidad con crecimiento exponencial). La evolución de Daenerys fue lenta al principio. Pero el poder cada vez mayor que va adquiriendo (gracias a los Dothrakis, los Inmaculados y, sobre todo, sus dragones) va actuando, dentro del enlace causativo, como elemento provocador de un bucle de amplificación, de manera que las consecuencias finales se “descontrolan”. No olvidemos, además, que existe una causa previa, sí, pero también unas causas desencadenantes que contribuyen a precipitar unas consecuencias que estaban ya ahí en estado latente: la muerte de Jorah, Missandei y dos de sus dragones, el alejamiento afectivo de Jon, la creciente soledad y aislamiento… Si no se tiene esto en cuenta, el desconcierto es comprensible. O, a veces, incluso teniéndolo en cuenta, no nos gusta. Claro que no nos gusta. Pero reconozcámoslo: coherente, es. Aunque duela salir abruptamente de nuestro cuento de hadas. Aunque en nuestros corazones esperábamos un final feliz. Qué queréis que os diga: yo dudo mucho que haya un final feliz para los humanos, y eso es lo que creo que Juego de Tronos nos quiere decir.



Pero, a lo que iba: el episodio de la destrucción de Desembarco del Rey representa, a mi juicio, la segunda de las grandes amenazas para la humanidad: una guerra letal que acabe con todo. Creo que, además, la intención de este capítulo va en consonancia con esta interpretación: se trata de mostrarnos la crudeza de la guerra. El episodio no escatima en detalles del horror: niños mutilados, familias rotas, ciudades destruidas. Eso provoca el poder desmedido. Nuestra querida Khaleesi es ahora una tirana borracha de poder. Su maravilloso dragón ya no es un elemento de cuento de hadas, sino un arma de destrucción masiva, equivalente a la peor de las bombas nucleares. No hay más que ver los efectos que nos muestran con todo lujo de detalles en el capítulo. Igualito que en la vida real. Como me dijo mi hermano, aquí ya no hay ni héroes ni heroísmo de ningún tipo. Sólo guerra y destrucción. Claro que no nos gusta. ¿Cómo nos va a gustar? Pero, insisto: Juego de Tronos va mucho más allá de la ficción. Es una parábola de la naturaleza humana. 



No sé cómo acabará la serie. No sé qué veremos mañana en el último capítulo. Mi coherencia me pide la destrucción total, que no quede ni un personaje vivo. Mi corazón me pide que Jon Nieve ocupe el Trono de Hierro, aunque lo veo complicado. ÉL NO QUIERE. Y he aquí otra de las grandes lecciones de esta serie, que viene de manos de un personaje recientemente desaparecido: Lord Varys. El eunuco es uno de los personajes que más antipatías ha despertado a los fans, sobre todo en esta última temporada, en cuanto empezó a dar muestras de su deslealtad y traición a Daenerys. Pero, pensémoslo. Bajo el prisma de esta interpretación, Daenerys merecía ser cuestionada. Varys, a pesar de su apariencia desagradable, de sus intrigas y manipulaciones, es, en realidad, un personaje enormemente coherente y, a mi juicio, con muchísima razón. Se le ha tachado de traidor y chaquetero. Pero, para mí, Varys representa la voz del pueblo y el espíritu crítico. En la séptima temporada, le decía a Danaerys: “La incompetencia no debe recompensarse con lealtad ciega (…). Mi verdadera lealtad no es para un rey o una reina, sino para el pueblo”. Sabias palabras, a mi juicio. Palabras que, en su coherencia, subyacen a su decisión de traicionar a Daenerys. Porque ella ya no es lo que prometía ser. Porque se ha corrompido. Y Varys sabe que esa lealtad ciega es estúpida. El poder corrompe, por eso los reyes acaban siendo malos reyes cuando alcanzan demasiado poder. Por eso Varys ha servido a tantos. Por eso ha sido un “chaquetero”. Y por eso en la vida real votamos cada cuatro años. Porque entendemos que el poder debe alternarse o, al menos, ser sometido a la voluntad del pueblo cada cierto tiempo, ya que es algo que corrompe. Otra cosa es que hoy en día todo esto se haya convertido en una pantomima pseudo-democrática. Pero la idea es esa. Varys ha sido uno de los personajes más demócratas de la serie. Lamento su ejecución. 



Sin embargo, antes de ser ejecutado por Daenerys, Varys muestra su deseo de que Jon ocupe el Trono. Tyrion le recuerda que Jon no quiere. La respuesta de Varys a esta observación me parece enormemente lúcida: “¿Habéis pensado que el mejor gobernante quizás sea el que no quiere gobernar?” ¡Pedazo de frase! En perfecta consonancia con lo que se viene diciendo hasta ahora. Una frase que resume a la perfección lo que sucede con las ansias de poder. Cualquiera con ansias de poder se acaba corrompiendo y termina siendo un tirano, por eso, tal vez deberían gobernar aquellos que no quieren “gobernar”, entendiendo por gobernar la total falta de ambición de poder. De hecho, esta ha sido la constante de Jon Nieve. Todos los cargos que ha ido consiguiendo: Comandante de la Guardia de la Noche, Guardián del Norte, Rey en el Norte… No los ha escogido él, él no los quería. Fueron los demás los que le pusieron ahí, y tal vez por eso lo hizo tan bien. Consiguió sus apoyos, no por ser quien era (un simple bastardo), sino por lo que hizo. Rompió las rígidas normas de Poniente sólo gracias a su valía. Muchos han criticado el rol de Jon esta última temporada. Que era anodino, insulso, que no reaccionaba, que no hacía nada, que le faltaba heroísmo, que estaba como paralizado. Es cierto. Pero, ¿qué otra actitud cabe ante semejante desenlace? Jon puede mostrar su heroicidad es un contexto en el que aún sea posible esa heroicidad. A partir del capítulo tercero, la heroicidad desaparece de la serie. Sólo queda la corrupción. Y en un mundo tan corrupto, los nobles de corazón sólo pueden asistir con dolor y perplejidad al mal ajeno. Por otra parte, al haberse simplificado la trama por las razones antes comentadas, las posibilidades de intervención disminuyen. Jon fue heroico en un mundo complejo en el que muchas de las tramas, con muchos de sus personajes, favorecían su heroicidad. Ahora, las tramas se han simplificado, quedando sólo una: la de Cercei y Daenerys, las dos representantes del ansia desmesurada de poder. Ante semejante desastre, Jon no quiere, ni puede, ni debe intervenir. Es impotente ante semejante maldad. Porque, cuando se sobrepasan todos los límites de la ética, la única manera de enfrentarse a mucha maldad es con aún más maldad. Jon no va a pasar por ahí. Y esto sólo habla a su favor. Algo parecido sucede con el otro personaje que aún encarna el lado bueno del ser humano: Tyrion. Los dos actúan y reaccionan igual: con impotencia y frustración. En este nuevo modelo del mundo que queda tras esa acumulación de poder en tan pocas manos, ese poder es tan grande, que Tyrion y Jon nada pueden hacer. Ya no hay subtramas ni contra-tramas en las que puedan actuar. Nada puede brillar ahí donde la entropía ha triunfado.



Por eso, barajo dos posibles finales para la serie: el peor pero más realista: la destrucción total, la aniquilación de todos los personajes; y un final feliz: la subida de Jon al Trono, con Tyrion como su mano, que representaría, tal vez, un resquicio de esperanza para esta humanidad enferma, corrupta y ambiciosa que tan bien ha sabido retratar Juego de Tronos. O tal vez, no sé, mañana la serie me sorprenda con un nuevo giro inesperado, como ha pasado tantas otras veces a lo largo de todo este tiempo. En realidad, lo único que tengo que lamentar es que se acabe. Y no sólo por los momentos gloriosos que me ha hecho vivir, a mí y a tanta gente, sino, sobre todo, y más importante, por lo muchísimo que he aprendido de ella sobre la terrible naturaleza humana y su triste historia.

miércoles, 27 de marzo de 2019

Llegará la mañana


Llegará la mañana de tu mano en mi hombro, de los temerosos dedos ribeteándome el alma, del fundido en tu boca sin la culpa en los labios, de tu aliento en el cuello respirando mi calma.

Llegarán tus pestañas al cruce estriado y dormido que cobija mi ombligo,  buscando lugar para el sueño, la sombra almendrada donde descansar la mirada.

Cruzará la noche la verdad sin vestido
a posar en tu oído la traviesa palabra, 
para que vengas conmigo 
a saltar sin miedo
ni al inmenso vacío
ni a la desnudez del alba.

Las "Sinsombrero", en el IES Valmayor


En el IES Valmayor de Valdemorillo (Madrid) hemos arrancado nuestro proyecto de investigación y difusión de la figura de "Las Sinsombrero", las mujeres de la edad de plata silenciadas por la historia y rescatadas gracias a los documentales de Tania Balló para RTVE, "Las Sinsombrero. Imprescindibles" (2014) y "Las Sinsombrero 2. Ocultas e impecables" (2018).

Nuestros alumnos de 4° de ESO están abriendo perfiles en Twitter, Instagram y Facebook con los nombres de algunas de estas "Sinsombrero". La intención es que indaguen en sus vidas y sus obras para ir publicando en las redes sociales los datos biográficos más relevantes, fotografías, enlaces informativos, poemas, cuadros, "como si fueran ellas"... Maruja Mallo, Concha Méndez, María Teresa León, Ernestina de Champourcín, Rosa Chacel, Marga Gil, entre otras.

Las profesoras del departamento de Lengua y Literatura, entre las que me encuentro, os invitamos a visitar los perfiles de las #Sinsombrero. ¡Seguidlas! Os sorprenderá saber cuántas mujeres contribuyeron a enriquecer la cultura española de principios del siglo XX desde distintas disciplinas artísticas: literatura, pintura, escultura, teatro...

Algunos tweets han alcanzado más de 1.000 "me gusta" y cientos de "retweets". En Instagram y Facebook está creciendo también el número de seguidores... 



¡Las #Simsombrero son unas #Influencers!

Estos son los enlaces de las cuentas creadas, con fines educativos, por las profesoras de Lengua del IES Valmayor. En ellos encontraréis los perfiles de las "Sinsombrero" que nuestros alumnos han creado:


https://www.facebook.com/eva.reyvmy


También podéis ver los documentales de RTVE, "Las Sinsombrero", primera y segunda parte:







sábado, 26 de enero de 2019

Sangre de Divya




Me trae la brisa del poniente el eco vibrante del cobre, que viene de lejos, el golpe de la maza con la que se llama a las gentes a la oración. Dieciocho colinas rodean el templo, aunque desde cualquiera de sus cumbres puede uno sentir la caricia del salitre. Los dioses, en su sabiduría, buscaron su descanso en un lugar donde la naturaleza, rica y diversa, se hace única, donde cielo, tierra y mar, densos bosques y enormes praderas se dan la mano. Así es esta región hindú de Kerala en la que nacieron mis ancestros y yo misma vi la luz primera.

Venidos de todos los rincones de nuestra vasta tierra, adoran los hombres al dios Ayyappan. Deben adentrarse entre los árboles que escalan la montaña en dirección al templo, guiados por su fe y el sobrio tañido con que se adora desde lo alto a la divinidad. Quedan las puertas abiertas al mundo durante los días del Mandalapooja, justo antes de las nieves,  para Makaravilakku, ya en el primer mes del año, y durante el Vishu, con la flor de abril.

Recuerdo aquella primavera, la de mi primera visita, de la mano de mi padre cuando a él ya le resultaba demasiado cansado llevarme sobre sus espaldas. Lucíamos en el cuello una guirnalda hecha con semillas de tulasi, pues ese era el primer gesto con que daba comienzo el vatahm, la penitencia que mis mayores iniciaban 41 días antes de emprender la marcha. Debían entonces vestir de negro o azul, tanto al orar como en sus casas, realizar baños dos veces al día, ingerir solo alimentos vegetales y no afear en ningún caso su lenguaje ni conducta.  


Los hombres purificaban de esta manera sus cuerpos antes de llegar a Sabarimala. Mientras avanzábamos, mi padre me contaba que allí, en aquel templo, fue donde el Dios hindú Ayyappan meditó después de matar al poderoso demonio Mahishi. La gente sale de Erumely hacia el río Azhutha; cruzando las montañas viene el cruce sagrado de Karimala y, finalmente, hay que atravesar el río Pamba. Salidos de las aguas, apenas unos kilómetros de sendero separan a los mortales de la regia divinidad que consiguió aniquilar a la encarnación del mal.

En aquel camino había cientos de hombres, unos jóvenes y fuertes, otros ya maduros; algunos portaban a sus hijos, casi todos varones; niñas como yo, de corta edad, no debía haber más que una decena, y mujeres, muy pocas, sólo aquellas que conservan la fuerza en el cuerpo a pesar de frisar el medio siglo en años. Me decía mi padre, y así lo aseguraban otros hombres que nos acompañaban, que en otras peregrinaciones las mujeres no pueden contarse ni con los dedos de una mano.


La leyenda sagrada nos cuenta que Ayyappa prohibió entrar a su morada a las mujeres en edad de engendrar, desde que la sangre maligna las hace impuras, pues su vientre y sus pechos dan la espalda a dios, ofreciendo su carne a la carne, poniendo los ojos solo en el hombre. Las niñas se quedarán en sus casas al cumplir los diez años, junto a sus madres, abuelas si son estas jóvenes, y todas las mujeres que aún se encuentren en edad de menstruar. “El dios Ayyappan es un Bramachari”, decía mi padre. Ya siendo mujer supe qué querían decir aquellas palabras. Ese dios que solo abre sus brazos al varón y desdeña la fe y las semillas de tulasi que cuelgan de nuestros hermosos cuellos, hace siglos que renegó del placer de la carne, castigando con su cobarde celibato a las mujeres de mi estirpe.

Cuando mis pies alcanzaron la puerta del templo aquel día húmedo de abril, un rotundo sonido se me metió en mi alma de niña; desde los oídos consiguió adentrarse con gravedad por entre mis venas y pensamientos. Cada vez que el monje golpeaba con la maza el cobre sagrado de Sabarimala, mi corazón bombeó con fuerza, con furia, pero también con fe, para darme la valentía con que mirar a Ayyappan a los ojos y preguntarle por qué, por qué yo no, por qué mi madre no, por qué mis hijas y mis nietas, no.

No hubo para aquella niña respuesta. Regresó a su casa, a su pueblo, para convertirse en mujer de la tierra y de los hijos, también mujer del esposo. Mujer de todos, menos de sí misma y del dios, pues para Ayyappan, ella tampoco era más que carne impura, manos manchadas de sangre y de barro. Recordé muchas veces siendo joven el día en que me sentí atravesada por el sonido sagrado del templo y quise aprender yo a extraer de mi entraña las notas que anidaron mi corazón desde entonces. Aprendí a tocar el punjab, a tamborilear sobre su piel tensada los gharanas, ritmos de mi tierra reservados casi siempre a los hombres. Y a golpe de tambor me fui haciendo vieja, viendo a muchas niñas de la aldea visitar con sus padres el templo de Sabarimala y a cientos de mujeres despedirlas, levantando sus manos con tristeza y resignación.

Pero llegó el día; los cielos y sus dioses, los del entendimiento y límpido espíritu, sabían que llegaría el día. Fueron dos las valientes, que no siendo yo me representaban, con sus cuerpos y sus almas, pues de mi hija y de mi nieta se trataba. Peregrinaron camufladas con las prendas de hombre y sólo descubrieron sus rostros justo en la entrada de Sabarimala. Las leyes de nuestro país ya habían dicho que aquella prohibición debía ser abolida, por injusta y absurda, mas ninguna mujer se había atrevido a encaminar los pasos hacia el templo, por miedo a la reacción de sus esposos o vecinos.

Tan pronto como mi hija Neeja y mi nieta Divya, cuyo nombre significa “divina”, se postraron ante las túnicas de Ayyappan, sintieron sobre sus cabezas la reprobación de los hombres del templo, en forma de hiriente mirada y grito grosero, ese que tanto ofende a los dioses en los días del vatham. Algunos las empujaron; otros las escupieron, enloquecidos por una rabia que parecía inspirada por el mismísimo demonio.

Terminaron siendo salvadas del horror por la benevolencia de un monje de Ayyappan, que se apiadó de ellas y no dudó en rescatarlas aunque ello le obligase a tocar dos cuerpos impuros. Ese día comprendieron Neeja y Divya la gran mentira del mundo y del hombre; vieron a los peregrinos piadosos transformarse en fieras iracundas de corazón sombrío. Nada de dios hay en ellos; nada hay en dios para el hombre.



Mi corazón pudo verlas allí, de rodillas, insultadas y vejadas. Por cada grito de hombre, un golpe de mujer sobre mi punjab. Esa era la llamada para todas las mujeres de Kerala, el rotundo tambor que llama a la reunión y a la unión de las impuras. Que esta sangre que nos une nos mueva. Ya no levantaremos la mano para despedir a los peregrinos que parten hacia las montañas. Seremos nosotras quienes vayamos a la montaña. Démonos la mano, tú conmigo, hermana; tiende la tuya a la hija, a la abuela, a la nieta. Unidas con fuerza, desde la capital, en este primer día de enero, recién comenzado Makaravilakku, hasta las mismísimas colinas que rodean Sabarimala.

El “muro de mujeres” lo han llamado las gentes del mundo. Más de seiscientos kilómetros de millones de manos unidas, de mujeres de Kerala que han decidido que ellas también son dignas del dios Ayyappan y de cuantos haya en la inmensidad del cielo.



Las más ancianas seguimos apoyándolas a golpe de gharana, en armonía y fuerza consagradas a la misión que la naturaleza nos reservó, la de dar vida y proteger la vida. Nuestras manos entrelazadas han llegado hoy al templo, a pesar de todos los infieles que han puesto el grito en cielo y en la tierra. Que suene hoy en todo cuanto conocemos la música que nos llama a ser iguales a los ojos del mundo y del hombre.