Poco después de la emisión del último capítulo de Juego de Tronos, comparto en el blog un lúcido análisis sobre el sentido y profundidad de la serie. Su autora, EVA REY UREÑA, aborda con hondura y sensibilidad los temas que, a su parecer, vertebran esta historia, cuyo contenido interpreta a partir de una analogía con nuestra realidad más cercana. Le doy las gracias por permitirme publicar su artículo. Sus augurios se han hecho realidad hoy.
A pocas horas del estreno del
último capítulo, me produce cierta fascinación (en el sentido de
curiosidad antropológica y social) la enorme polémica que la última
temporada de la serie está suscitando. No dejan de aparecer hordas
de fans protestando por los derroteros que está tomando el
desenlace. No contentos con las quejas, algunos “ofendiditos”
(casi un millón ya) incluso se han lanzado a crear una petición en
Change.org exigiendo a los guionistas que rehagan la octava temporada
(¡qué ridículo y qué patético todo!). Y yo me pregunto si esta
oleada de indignación y decepción no se puede deber a una errónea
interpretación de lo que en realidad es, o debería ser, Juego
de Tronos.
No quisiera pecar de arrogante
dando a entender que mi interpretación es la correcta. Creo que,
precisamente, la diversidad de interpretaciones da la medida de la
grandeza de una creación narrativa. Cuanto más abierta es una
historia, cuantos más ríos de tinta se derramen escribiendo sobre
ella, cuantas más opiniones, hipótesis e interpretaciones, muchas
de ellas opuestas, surjan, más riqueza y complejidad tiene la obra.
Recordemos algunas de las obras maestras de la literatura universal:
¿Cuántas páginas se han escrito acerca del significado del
Quijote,
o de Cien años de
soledad? No
pretendo hacer comparaciones, obviamente; sólo pretendo mostrar que
cuanto más abierta, compleja y rica es una historia, más hipótesis
suscita.
Juego de Tronos, tanto
en su versión literaria como en la televisiva, ha desarrollado su
argumento en un período de tiempo ampliamente dilatado. Han sido
diez años de serie. Los libros ni siquiera han terminado. Cuando el
desarrollo de una historia se prolonga tanto en el tiempo, con,
además, largos lapsus de espera entre una temporada y otra, a menudo
olvidamos la manera en que la historia evoluciona. Se nos olvidan los
pasos que se han ido dando hasta llegar al punto en el que estamos
ahora. Yo misma he pecado de eso. Yo misma, cuando vi el episodio
cuarto, y, sobre todo, el quinto de esta última temporada, me quedé
francamente disgustada. Sin embargo, hay una idea que me ha estado
rondando la cabeza casi desde el principio de la serie. Me imagino
que a muchos de vosotros también. Había momentos, episodios,
escenas, diálogos, cuyo significado parecía trascender los hechos
que estábamos contemplando. Desde hace tiempo, intuyo que esta
historia va mucho más allá de lo literal, y que toda ella está
impregnada de un sentido metafórico. Está claro que Juego
de Tronos pertenece
al género fantástico (dragones, gigantes, brujas, la
ambientación…). Muchos autores antes de George R.R. Martin han
creado universos fantásticos en los que han desarrollado sus
argumentos. Sin embargo, a mi juicio, la grandeza de una obra de
fantasía consiste en ir mucho más allá de esos argumentos.
Consiste en ser capaz de generar un paralelismo entre ese universo
inventado, y el real, de manera que, finalmente, toda la historia sea
una especie de parábola que vincule lo imaginario y lo real
(recordemos, por poner un ejemplo, El
señor de los anillos,
y su parábola sobre el bien el mal). Cuando podemos extrapolar el
mensaje de una historia ficticia y hacerlo universal, aplicable a la
raza humana, entonces esa obra es grande.
Creo que el final de Juego
de Tronos ha
enfadado y decepcionado a muchos porque no entienden, o no quieren
entender, que es una obra realista. Han querido permanecer en ese
universo de fantasía, sin ver los paralelismos que existen con el
mundo real. Han obviado las metáforas, los símbolos, lo oculto pero
patente. Han querido verlo como un mundo de fantasía regido por las
leyes de la fantasía. Yo misma he pecado de ello. Yo misma
transformé a Daenerys en mi heroína particular, hasta que algo me
sacudió y me dije: no, no van por aquí los tiros. Claro que duele
ver desmoronarse ese mundo maravilloso que la tele y los libros han
creado para nosotros. Pero es que tal vez esa serie nos está
transmitiendo un mensaje que no hemos querido ver. Para mí, la clave
para ver y entender la parábola es la propia evolución de la
historia. Como decía antes, el factor temporal influye. La historia
es taaaaan larga… Pasan taaaaantas cosas… Han sido taaaantos
años… Que tal vez se nos olvida cómo empezó.
Anoche, de pronto, y sin saber
muy bien por qué, sentí la necesidad de volver a ver el primer
capítulo de la serie. Y así lo hice. Y verlo me supuso un shock.
Porque es COMPLETAMENTE DIFERENTE a los capítulos de esta última
temporada. Parece casi como si fueran dos series distintas. ¿Cuál
es la esencia de ese cambio? ¿En qué ha consistido la evolución, y
qué significado subyace a dicha evolución?
La
serie comienza con un nivel de complejidad extraordinario. Eso es lo
que hizo que mucha gente no se enganchara al principio; te pierdes,
con semejante complejidad. Pululan por la historia cientos de
personajes en cientos de escenarios diferentes, múltiples familias
que, además, llevan tras de sí un pasado igualmente complejo que
hemos de ir descubriendo poco a poco. El universo narrativo que se
nos presenta es de una riqueza mayúscula. Dicha riqueza y
complejidad son las constantes de las dos primeras temporadas. Luego
esa enorme diversidad va disminuyendo progresivamente, pero a ritmo
creciente, hasta llegar al penúltimo capítulo. Si, en efecto,
comparamos este último capítulo emitido, con los primeros, resulta
de una simplicidad pasmosa: por el número de personajes
(dramáticamente mermado desde hace tiempo, y cada vez más), por el
número de escenarios, y, lógicamente, por la simplicidad
argumental. Exactamente de eso es de lo que parecen quejarse muchos
fans: la simplicidad argumental y la velocidad a la que todo parece
precipitarse. Pero, ¿acaso no es lógico? A más personajes, tramas
más complejas. A menos personajes, tramas más simples. Cuanto más
complejas son las tramas, más lentamente se desarrollan, puesto que
más son los factores que intervienen en ellas. Sin embargo, cuando
apenas quedan personajes en pie, las tramas deben ir más rápido,
puesto que ya apenas queda complejidad con la que jugar.
¿Y qué significado tiene
esta creciente pérdida de complejidad? ¿Es gratuita?
Definitivamente, NO. La historia de la creciente simplicidad de la
serie es la historia del poder y la concentración de este poder en
cada vez menos manos.
Porque, ¿qué nos cuenta
exactamente Juego de
Tronos? ¿De qué
va en realidad la historia? Pensemos por un momento que todo este
universo sea, en realidad, un reflejo de la humanidad. De la de
verdad. De la nuestra. Y observemos el punto de partida: la riqueza,
la variedad, la complejidad. El universo de Juego
de Tronos, en sus
primeras temporadas, nos muestra un amplísimo abanico de los más
grandes universales del ser humano. TODO está presente en la serie.
Hace poco leí un artículo muy lúcido de un seguidor de la serie y
los libros, que afirmaba que la historia era shakesperaniana. No
puedo estar más de acuerdo. Shakespeare es tan grande porque supo
reflejar en sus obras los grandes universales del ser humano (Romeo
y Julieta, el amor
imposible; Otelo,
los celos; Hamlet,
la duda; etc, etc). Y eso mismo es lo que nos encontramos en Juego
de Tronos. Sus
(maravillosos) personajes representan las principales pulsiones del
ser humano. Si intentamos ir más allá de la trama, vemos que casi
todos los conflictos que se plantean tienen un trasfondo real, que se
corresponde con los conflictos a los que en distintos momentos se ha
tenido que enfrentar la humanidad. Vemos, por ejemplo, cómo muchos
de los personajes representan las distintas ideologías políticas.
La casa Lannister es un claro símbolo del capitalismo (recordemos
sus alianzas con el Banco de Hierro). Daenerys Targaryan casi parece
símbolo del comunismo a lomos de sus dragones, liberando esclavos y
buscando la justicia social en el mundo. Sólo le falta cantar:
“Arriba los pobres del mundo, en pie los esclavos sin pan…”.
Subtramas como el conflicto de los Reñideros de Mereen plantean
cuestiones a las que siempre nos hemos tenido que enfrentar los seres
humanos: la lucha entre la tradición y el progreso (recuerdo que
cuando vi esa parte, me vino a la cabeza el tema de la tauromaquia:
acabar con una tradición sangrienta y violenta, o mantenerla
simplemente porque es una tradición). La mayoría de los conflictos
políticos que se plantean en la serie, existen o han existido en
algún momento de la historia del ser humano. Tan solo se limita a
disfrazarlo con un bonito traje de fantasía.
También desde el principio de
la serie se nos muestran las luces y las sombras de la humanidad,
encarnadas en los diferentes personajes. Vemos la grandeza en Tyrion,
un hombre hecho a sí mismo, encarnación de la justicia en su
sentido más noble, de la INTELIGENCIA, en mayúsculas. Vemos a esa
primera Daenerys, símbolo de la lucha por la igualdad y la libertad,
otro personaje hecho a sí mismo, superando todas las adversidades y
creciendo en carisma. Y vemos a Jon, el enorme y maravilloso Jon, un
personaje que muchos creen que está siendo maltratado por los
guionistas en la última temporada, opinión que trataré de
contraargumentar más adelante. Jon representa, a mi juicio, el más
bello de los ideales: la unión de los seres humanos frente a la
división y la lucha individualista. Es el afán de fraternidad hecha
personaje. Y, junto a las “luces” de Juego
de Tronos (con un
largo etc detrás, pues son muchos otros los personajes que encarnan
las pulsiones más nobles del ser humano) también tenemos, desde el
principio, las sombras: el ansia de poder (Cercei), la crueldad
(Jeoffrey, Ramsey), la manipulación (Lord Baelish), el interés
materialista (Bronn), y otro largo etc. A pesar de encarnar las
diversas fuerzas que mueven a la humanidad, todos los personajes
distan mucho de ser planos, o simples. Prácticamente todos ellos
experimentan importantes evoluciones, igual que nosotros, los
mortales de carne y hueso, porque eso es la vida, cambiar y
evolucionar.
La historia es compleja y
“real” hasta en el tema de las creencias. Las múltiples
religiones que profesan los personajes, parecen un trasunto de la
diversidad religiosa que ha existido siempre en la historia de la
humanidad.
Si todo esto es así, entonces, ¿a qué se debe la progresiva pérdida de complejidad de la trama? Más allá de lo evidente –mueren muchísimos personajes, desaparecen familias enteras-, y siguiendo con la parábola, ¿no se trata del reflejo del cada vez mayor aumento de entropía al que se enfrenta la humanidad? Veo esa pérdida de riqueza como el reflejo de dos cosas: en primer lugar, como el comienzo de la auto-aniquilación de la humanidad , y, en segundo lugar, como la pérdida de diversidad y riqueza que conlleva esta brutal globalización que cada vez tiende más al pensamiento único. Al igual que en la serie, este fenómeno tiene lugar cuando se da una enorme concentración de poder (mucho, muchísimo poder), en muy pocas manos. El capitalismo salvaje al que nos enfrentamos va por ese camino. Lo estamos viendo de forma cada vez más patente. La riqueza (y con ella el poder) se va concentrando cada vez en menos personas, y el equilibrio se rompe. En Juego de Tronos, las distintas familias de nobles representaban los núcleos de poder. Un poder en permanente lucha, como siempre ha sucedido en la humanidad, pero en ese extraño equilibrio que proporciona la complejidad. Es la ambivalencia, la armonía entre opuestos de la que nos habla el yin-yang. Sin embargo, a medida que las familias van cayendo, extinguiéndose para siempre en muchos casos (los Frey, los Bolton, los Mormont…), el poder se va concentrando cada vez en menos manos. Ya ni siquiera lo encarnan familias, lo encarnan tan solo personas. La cantidad de poder es inversamente proporcional a las manos que lo ostentan. Al final, sólo dos personajes de la serie concentran en sí mismas todo el poder: Cercei Lannister y Daenerys Targaryen. Lo que venga después sólo puede resumirse en una palabra: DESASTRE. El espectador no se ve sorprendido por el ansia de poder y de destrucción de Cercei, porque siempre ha sido uno de los “malos”. Pero sí se ha visto defraudado por las consecuencias que este poder ha tenido en Dany. ¿Acaso somos tan ingenuos de pensar que tantísimo poder es compatible con la bondad? ¿Con la cordura, siquiera? Nos dicen algunos que Daenerys ha acabado así por sus genes, por ser una Targaryen, por su padre, el Rey Loco. ¡Qué explicación tan simplista! ¿Qué figura histórica de la humanidad ha alcanzado mucho poder y no ha caído en la barbarie, en la destrucción? Tal vez pensar en Hitler no sea lo más acorde a la ideología de Dany, pero, como leí en otro artículo precioso, nuestra querida Khaleesi es esa heroína comunista que, de tanto poder como adquiere, acaba cometiendo las atrocidades que cometió Stalin. El poder corrompe. Eso no es ninguna novedad. ¿por qué entonces indigna tanto la transformación de Daenerys? ¿Tal vez porque nos molesta el realismo de la serie? ¿Quizás porque preferíamos seguir en ese mundo de dragones, brujas y gigantes, donde creíamos que a nuestros héroes o heroínas no les afectaría el poder? Los cuentos de hadas son muy bonitos. Pero Juego de Tronos no es un cuento de hadas (afortunadamente). Insisto: la historia de la la creciente simplicidad de la serie es la historia del poder y la concentración de este poder en cada vez menos manos.
Siguiendo con esta línea de
interpretación, la última temporada de la serie no puede ser más
coherente. En ella se nos muestran las consecuencias de la
acumulación de poder en muy pocas manos: el desastre. Nos
encontramos en la octava temporada con las dos mayores amenazas a las
que se enfrenta la humanidad: una solventada gracias a ese enorme
héroe que es Jon Nieve, y la otra no. Me refiero a la Batalla de
Invernalia contra el Rey de la Noche, y la destrucción de Desembarco
del Rey. ¿Cuáles son esas dos amenazas? Analicemos estos dos
episodios.
Si todo esto es así, entonces, ¿a qué se debe la progresiva pérdida de complejidad de la trama? Más allá de lo evidente –mueren muchísimos personajes, desaparecen familias enteras-, y siguiendo con la parábola, ¿no se trata del reflejo del cada vez mayor aumento de entropía al que se enfrenta la humanidad? Veo esa pérdida de riqueza como el reflejo de dos cosas: en primer lugar, como el comienzo de la auto-aniquilación de la humanidad , y, en segundo lugar, como la pérdida de diversidad y riqueza que conlleva esta brutal globalización que cada vez tiende más al pensamiento único. Al igual que en la serie, este fenómeno tiene lugar cuando se da una enorme concentración de poder (mucho, muchísimo poder), en muy pocas manos. El capitalismo salvaje al que nos enfrentamos va por ese camino. Lo estamos viendo de forma cada vez más patente. La riqueza (y con ella el poder) se va concentrando cada vez en menos personas, y el equilibrio se rompe. En Juego de Tronos, las distintas familias de nobles representaban los núcleos de poder. Un poder en permanente lucha, como siempre ha sucedido en la humanidad, pero en ese extraño equilibrio que proporciona la complejidad. Es la ambivalencia, la armonía entre opuestos de la que nos habla el yin-yang. Sin embargo, a medida que las familias van cayendo, extinguiéndose para siempre en muchos casos (los Frey, los Bolton, los Mormont…), el poder se va concentrando cada vez en menos manos. Ya ni siquiera lo encarnan familias, lo encarnan tan solo personas. La cantidad de poder es inversamente proporcional a las manos que lo ostentan. Al final, sólo dos personajes de la serie concentran en sí mismas todo el poder: Cercei Lannister y Daenerys Targaryen. Lo que venga después sólo puede resumirse en una palabra: DESASTRE. El espectador no se ve sorprendido por el ansia de poder y de destrucción de Cercei, porque siempre ha sido uno de los “malos”. Pero sí se ha visto defraudado por las consecuencias que este poder ha tenido en Dany. ¿Acaso somos tan ingenuos de pensar que tantísimo poder es compatible con la bondad? ¿Con la cordura, siquiera? Nos dicen algunos que Daenerys ha acabado así por sus genes, por ser una Targaryen, por su padre, el Rey Loco. ¡Qué explicación tan simplista! ¿Qué figura histórica de la humanidad ha alcanzado mucho poder y no ha caído en la barbarie, en la destrucción? Tal vez pensar en Hitler no sea lo más acorde a la ideología de Dany, pero, como leí en otro artículo precioso, nuestra querida Khaleesi es esa heroína comunista que, de tanto poder como adquiere, acaba cometiendo las atrocidades que cometió Stalin. El poder corrompe. Eso no es ninguna novedad. ¿por qué entonces indigna tanto la transformación de Daenerys? ¿Tal vez porque nos molesta el realismo de la serie? ¿Quizás porque preferíamos seguir en ese mundo de dragones, brujas y gigantes, donde creíamos que a nuestros héroes o heroínas no les afectaría el poder? Los cuentos de hadas son muy bonitos. Pero Juego de Tronos no es un cuento de hadas (afortunadamente). Insisto: la historia de la la creciente simplicidad de la serie es la historia del poder y la concentración de este poder en cada vez menos manos.
Para interpretar el episodio
de la Batalla de Invernalia, no podemos olvidar quién es el Rey de
la Noche y qué representa. Recordemos su origen: hace muchísimos
años, los Primeros Hombres, en sus ansias de poder, comenzaron a
destruir los bosques (¿os suena?: la destrucción de nuestro planeta
por intereses capitalistas). Los Hijos del Bosque, horrorizados ante
la amenaza que esto suponía para su hogar, crearon al Rey de la
Noche, que, a medida que avanza la historia, irá cobrando mayor
relevancia, creando un enorme ejército para acabar con el reino de
los hombres. ¿¿Quién dice que el Rey de la Noche es malo?? Representa la amenaza del propio planeta rebelándose contra la
destrucción y la ambición humanas. ¡Qué lúcidos los discursos de
Jon Nieve cuando intenta convencer a todos para que olviden sus
diferencias y se unan en esta misión, porque lo que está en juego
es la SUPERVIVENCIA de los humanos! ¡Qué razón tenía al decir:
olvidaos de vuestras estúpidas luchas de poder, individualistas y
egoístas! ¿Qué más da quién gobierne, si no habrá reino sobre
el que gobernar? Me recuerda tanto a nuestros políticos actuales.
Los vemos “pegarse” por cuestiones como el nacionalismo catalán,
por muros, por petróleo, por territorios más o menos polémicos,
por impuestos… Cuando todo eso no servirá de nada si no se
resuelve el mayor de los problemas: seguir teniendo un planeta en el
cual vivir. Puro sentido común, Jon Nieve.
Por eso, ese tercer episodio
de la última temporada me resultó tremendamente sobrecogedor. ¡Y
qué bien hecho estaba, para transmitir precisamente eso, ese terror
absoluto que provoca la idea del apocalipsis! Maravilloso el equipo
técnico, Y Ramin Djawadi, por esa música espeluznante. Tampoco
entiendo las críticas a este episodio: ¿Que estaba oscuro? Pues
claro. No iba a suceder en un día luminoso. Para transmitir toda esa
desolación, ese terror absoluto, esa idea del final del mundo, ese
horror casi innombrable, era necesaria la oscuridad. El caos y la
confusión de que se quejaron algunos… Es el caos y confusión que
experimentaban los que estaban allí, luchando cuerpo a cuerpo con la
muerte, con el final de todo. Gracias por hacérnoslo sentir a los
espectadores también. El colofón fue esa melodía de Ramin Djawadi
durante los últimos quince minutos del episodio, en los que toda la
esperanza parecía perdida, en que parecía que no habría salvación
para los humanos. Estoy segura: la desesperanza, el horror, la
desolación, el fin del mundo…suenan a la canción de Ramin
Djawadi.
Este tercer episodio
representa, para mí, el último resquicio de grandeza humana. En la
serie, claro, pero también en la vida real. Porque nunca los seres
humanos son tan grandes como cuando se unen por una causa mayor,
cuando olvidan sus diferencias y caminan todos en una misma
dirección. Fue el último capítulo heroico. Y, aunque para muchos
Jon Nieve no fue el héroe de este capítulo, para mí sí lo fue. Es
cierto, Arya mató al Rey de la Noche. Pero el que hizo posible esta
unión fraternal entre tanta gente, el que les convenció a todos
para luchar juntos, el que unió en vez de separar, fue él. Y le
costó muchísimo. Por mucho que se diga, para mí, Jon Nieve siempre
será el gran héroe de Juego
de Tronos, por
encarnar el lado más noble del ser humano.
La segunda gran amenaza para el ser humano y su historia se ve reflejada en el polémico quinto capítulo de esta última temporada, en el que hemos asistido a la destrucción de Desembarco del Rey por una desquiciada Daenerys Targaryen. Muchos han criticado la evolución del este personaje (tema del que ya he hablado). Otros han criticado lo abrupto de esta evolución, lo rápido que ella cambia (esta última crítica me parece más lógica). Sin embargo, entra dentro de las leyes de la causalidad este estallido de violencia y crueldad de la Madre de Dragones. Se trata de un BUCLE DE AMPLIFICACIÓN, una de las explicaciones más racionales de la causalidad. En determinadas circunstancias, el efecto provocado por una causa X es mayor de lo esperado. Esto provoca que el siguiente efecto sea mayor, y el siguiente mayor, y así sucesivamente, de manera exponencial. De manera que, lo que en circunstancias normales llevaría siglos producirse, puede acelerarse dramáticamente y provocar una última consecuencia tan imprevisible como destructora y ya inevitable (esto es, por cierto, de lo que nos están avisando los científicos en relación con el cambio climático: otro bucle de amplificación, o causalidad con crecimiento exponencial). La evolución de Daenerys fue lenta al principio. Pero el poder cada vez mayor que va adquiriendo (gracias a los Dothrakis, los Inmaculados y, sobre todo, sus dragones) va actuando, dentro del enlace causativo, como elemento provocador de un bucle de amplificación, de manera que las consecuencias finales se “descontrolan”. No olvidemos, además, que existe una causa previa, sí, pero también unas causas desencadenantes que contribuyen a precipitar unas consecuencias que estaban ya ahí en estado latente: la muerte de Jorah, Missandei y dos de sus dragones, el alejamiento afectivo de Jon, la creciente soledad y aislamiento… Si no se tiene esto en cuenta, el desconcierto es comprensible. O, a veces, incluso teniéndolo en cuenta, no nos gusta. Claro que no nos gusta. Pero reconozcámoslo: coherente, es. Aunque duela salir abruptamente de nuestro cuento de hadas. Aunque en nuestros corazones esperábamos un final feliz. Qué queréis que os diga: yo dudo mucho que haya un final feliz para los humanos, y eso es lo que creo que Juego de Tronos nos quiere decir.
Pero, a lo que iba: el
episodio de la destrucción de Desembarco del Rey representa, a mi
juicio, la segunda de las grandes amenazas para la humanidad: una
guerra letal que acabe con todo. Creo que, además, la intención de
este capítulo va en consonancia con esta interpretación: se trata
de mostrarnos la crudeza de la guerra. El episodio no escatima en
detalles del horror: niños mutilados, familias rotas, ciudades
destruidas. Eso provoca el poder desmedido. Nuestra querida Khaleesi
es ahora una tirana borracha de poder. Su maravilloso dragón ya no
es un elemento de cuento de hadas, sino un arma de destrucción
masiva, equivalente a la peor de las bombas nucleares. No hay más
que ver los efectos que nos muestran con todo lujo de detalles en el
capítulo. Igualito que en la vida real. Como me dijo mi hermano,
aquí ya no hay ni héroes ni heroísmo de ningún tipo. Sólo guerra
y destrucción. Claro que no nos gusta. ¿Cómo nos va a gustar?
Pero, insisto: Juego
de Tronos va mucho
más allá de la ficción. Es una parábola de la naturaleza humana.
No sé cómo acabará la
serie. No sé qué veremos mañana en el último capítulo. Mi
coherencia me pide la destrucción total, que no quede ni un
personaje vivo. Mi corazón me pide que Jon Nieve ocupe el Trono de
Hierro, aunque lo veo complicado. ÉL NO QUIERE. Y he aquí otra de
las grandes lecciones de esta serie, que viene de manos de un
personaje recientemente desaparecido: Lord Varys. El eunuco es uno de
los personajes que más antipatías ha despertado a los fans, sobre
todo en esta última temporada, en cuanto empezó a dar muestras de
su deslealtad y traición a Daenerys. Pero, pensémoslo. Bajo el
prisma de esta interpretación, Daenerys merecía ser cuestionada.
Varys, a pesar de su apariencia desagradable, de sus intrigas y
manipulaciones, es, en realidad, un personaje enormemente coherente
y, a mi juicio, con muchísima razón. Se le ha tachado de traidor y
chaquetero. Pero, para mí, Varys representa la voz del pueblo y el
espíritu crítico. En la séptima temporada, le decía a Danaerys:
“La incompetencia no debe recompensarse con lealtad ciega (…). Mi
verdadera lealtad no es para un rey o una reina, sino para el
pueblo”. Sabias palabras, a mi juicio. Palabras que, en su
coherencia, subyacen a su decisión de traicionar a Daenerys. Porque
ella ya no es lo que prometía ser. Porque se ha corrompido. Y Varys
sabe que esa lealtad ciega es estúpida. El poder corrompe, por eso
los reyes acaban siendo malos reyes cuando alcanzan demasiado poder.
Por eso Varys ha servido a tantos. Por eso ha sido un “chaquetero”.
Y por eso en la vida real votamos cada cuatro años. Porque
entendemos que el poder debe alternarse o, al menos, ser sometido a
la voluntad del pueblo cada cierto tiempo, ya que es algo que
corrompe. Otra cosa es que hoy en día todo esto se haya convertido
en una pantomima pseudo-democrática. Pero la idea es esa. Varys ha
sido uno de los personajes más demócratas de la serie. Lamento su
ejecución.
Sin embargo, antes de ser
ejecutado por Daenerys, Varys muestra su deseo de que Jon ocupe el
Trono. Tyrion le recuerda que Jon no quiere. La respuesta de Varys a
esta observación me parece enormemente lúcida: “¿Habéis pensado
que el mejor gobernante quizás sea el que no quiere gobernar?”
¡Pedazo de frase! En perfecta consonancia con lo que se viene
diciendo hasta ahora. Una frase que resume a la perfección lo que
sucede con las ansias de poder. Cualquiera con ansias de poder se
acaba corrompiendo y termina siendo un tirano, por eso, tal vez
deberían gobernar aquellos que no quieren “gobernar”,
entendiendo por gobernar la total falta de ambición de poder. De
hecho, esta ha sido la constante de Jon Nieve. Todos los cargos que
ha ido consiguiendo: Comandante de la Guardia de la Noche, Guardián
del Norte, Rey en el Norte… No los ha escogido él, él no los
quería. Fueron los demás los que le pusieron ahí, y tal vez por
eso lo hizo tan bien. Consiguió sus apoyos, no por ser quien era (un
simple bastardo), sino por lo que hizo. Rompió las rígidas normas
de Poniente sólo gracias a su valía. Muchos han criticado el rol de
Jon esta última temporada. Que era anodino, insulso, que no
reaccionaba, que no hacía nada, que le faltaba heroísmo, que estaba
como paralizado. Es cierto. Pero, ¿qué otra actitud cabe ante
semejante desenlace? Jon puede mostrar su heroicidad es un contexto
en el que aún sea posible esa heroicidad. A partir del capítulo
tercero, la heroicidad desaparece de la serie. Sólo queda la
corrupción. Y en un mundo tan corrupto, los nobles de corazón sólo
pueden asistir con dolor y perplejidad al mal ajeno. Por otra parte,
al haberse simplificado la trama por las razones antes comentadas,
las posibilidades de intervención disminuyen. Jon fue heroico en un
mundo complejo en el que muchas de las tramas, con muchos de sus
personajes, favorecían su heroicidad. Ahora, las tramas se han
simplificado, quedando sólo una: la de Cercei y Daenerys, las dos
representantes del ansia desmesurada de poder. Ante semejante
desastre, Jon no quiere, ni puede, ni debe intervenir. Es impotente
ante semejante maldad. Porque, cuando se sobrepasan todos los límites
de la ética, la única manera de enfrentarse a mucha maldad es con
aún más maldad. Jon no va a pasar por ahí. Y esto sólo habla a su
favor. Algo parecido sucede con el otro personaje que aún encarna el
lado bueno del ser humano: Tyrion. Los dos actúan y reaccionan
igual: con impotencia y frustración. En este nuevo modelo del mundo
que queda tras esa acumulación de poder en tan pocas manos, ese
poder es tan grande, que Tyrion y Jon nada pueden hacer. Ya no hay
subtramas ni contra-tramas en las que puedan actuar. Nada puede
brillar ahí donde la entropía ha triunfado.
Por eso, barajo dos posibles
finales para la serie: el peor pero más realista: la destrucción
total, la aniquilación de todos los personajes; y un final feliz: la
subida de Jon al Trono, con Tyrion como su mano, que representaría,
tal vez, un resquicio de esperanza para esta humanidad enferma,
corrupta y ambiciosa que tan bien ha sabido retratar
Juego de Tronos. O
tal vez, no sé, mañana la serie me sorprenda con un nuevo giro
inesperado, como ha pasado tantas otras veces a lo largo de todo este
tiempo. En realidad, lo único que tengo que lamentar es que se
acabe. Y no sólo por los momentos gloriosos que me ha hecho vivir, a
mí y a tanta gente, sino, sobre todo, y más importante, por lo
muchísimo que he aprendido de ella sobre la terrible naturaleza
humana y su triste historia.
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