Palabras cardinales
Las palabras surgieron para comunicarnos con nosotros mismos, en silencioso monólogo interior, y entendernos con los otros. Como espejo del pensamiento, de la idea o de la emoción, revelan también nuestras coordenadas humanas, quiénes somos y dónde estamos. Quede este espacio para dejar fluir palabras, las cardinales.
domingo, 11 de agosto de 2024
LA HOJA CAÍDA
sábado, 24 de octubre de 2020
Otras cosas extrañas que nos trajo la pandemia
Ha transcurrido este inicio de curso pandémico de una manera, como os dije, ciertamente extraña, entre mascarillas, flechas indicadoras del buen destino y un baño de gel hidroalcohólico (ungüento que las leyendas que relaten los avatares del pasado referirán como bálsamo de inmortalidad, estoy casi segura).
sábado, 19 de septiembre de 2020
Stranger Things: el regreso a las aulas
De verdad, que no voy a practicar el victimismo, que a mí me gusta mi trabajo; es más, me apasiona, me hacer sentir útil, siento que he sido llamada a esta gran gesta que es la enseñanza (o sea, que esto es vocacional), pero creedme que ejercer de profesor agota, física, pero, sobre todo, emocionalmente.
Y de eso nos quejábamos hasta hace poco, del estrés de trabajar con adolescentes, de los horarios apretados sin tiempo para preparar clases, del trabajo invisible que todos nos llevamos para las tardes y los fines de semana… ¡Qué bien vivís los profesores! Ja, me río yo… Si al menos contásemos con el reconocimiento social o se nos remunerase en razón al esfuerzo y la dedicación con que nos enfrentamos a la misión…
Ha hecho falta un confinamiento, que todos los niños y adolescentes de este país estuvieran encerrados en sus casas durante más de dos meses, para que las familias hayan empezado a comprender el valor de nuestro trabajo como educadores, como personas encargadas de custodiar e ilustrar a sus hijos en el camino del conocimiento. Como funcionarios públicos, prestamos un servicio que muy pocos han sabido valorar, hasta que se han visto en la obligación de apoyar a sus hijos con las distintas materias escolares, hasta que han tenido que soportar 24/ 24 horas a sus criaturas en todo su espectro neurótico…
"Bueno, ya terminó lo peor", pensé en junio, cuando tuvieron lugar todas las sesiones de evaluación virtuales con que calificamos tan generosamente al alumnado, certificando el “ego te absolvo”, el pasaporte al curso siguiente para los aplicados, que lo son con pandemia mundial o sin ella, los vagos incorregibles que entregaron 150 tareas en cuatro días y los coronados para la ocasión con el "san Covid" que todo lo perdona. Alguno se quedó en el camino, claro, porque incluso en esta benevolencia “urbi et orbe” hay quien resulta irrescatable.
Pero lo peor estaba por llegar. Ya en agosto estuve pensando en cómo sería el regreso a las aulas. Estos meses han sido para mí muy enriquecedores, a pesar del fastidio de andar entre las cuatro paredes de mi casa, desbordada de trabajo docente y doméstico, de profesora, de madre, de ama de casa y de esposa que anda preparando su “separamiento”, como lo llama uno de mis hijos. Con todo, de cada crisis surge un aprendizaje y, no sin dolor, para mí ha representado un gran paso en términos de crecimiento personal. Me sentía fuerte para darme un baño de multitudes adolescentes, de 1º de Secundaria a Bachillerato, para pelear con esto de que alguien me escuche mientras hablo de sintaxis o metáforas, para abrirme paso entre los pasillos arrebatados de hormonas dislocadas y saludos de alumnos que solo saben hablar a voces…
Soñaba con volver a la normalidad, como todos, vaya. Pero la normalidad no llegó, porque, tarde y mal, los que gestionan esto del enseñar quisieron convencernos a todos de que, para que el regreso se produjera en un entorno seguro, los alumnos debían incorporarse escalonadamente, en grupos de no más de veinte y en el caso de los niveles superiores repartidos en dos subgrupos que acudirían al centro en días alternos. Así que el instituto tuvo que prepararse, cambiar sus decorados, para que en las aulas cupieran las mesas necesarias con la distancia de seguridad prescriptiva, para señalizar con flechas la dirección en la que caminar sin darse de bruces con nadie por el pasillo… Geles hidroalcohólicos para ahuyentar al bicho y, ya de paso, ver si se desinfecta la herida de la ignorancia arrastrada por los chicos desde el confinamiento.
Más profesores asignados para este plan de contingencia con el que se quiere hacer creer a la opinión pública que la enseñanza es en este país una prioridad. Sin embargo, a finales de este mes de septiembre, se cuentan con los dedos de las dos manos los compañeros de trinchera que aún están por llegar. Aquí los esperamos los demás, mercenarios de un sistema que nos obliga, además de a llevar mascarilla, como cualquier ciudadano de bien, a ejercer nuestra profesión en una situación a todas luces precaria. Ahora no solo hay que enseñar, sino compensar las carencias académicas, tecnológicas y psicosociales de nuestros alumnos desde el formato de la semipresencialidad, no la nuestra, claro, sino la de los alumnos, porque lo que se espera de nosotros en más bien la omnipresencia y la omnipotencia, ya que habremos de atender a los más pequeños, de 1º y 2º de ESO, que vendrán a diario, con la urgencia de retomar el contacto (en la distancia social eso sí) con esto del instituto, pero también tendremos que satisfacer las necesidades de quienes se queden en sus casas en días alternos, para que, en ningún caso, nadie pueda reprocharnos que no satisfacemos su derecho a la educación. Y para ello, igual ha llegado el momento de formarnos en telequinesia más que en herramientas técnicas, porque las altas instancias pretenden que lo hagamos grabando nuestras clases, o con nuestros móviles o con alguna de las pocas cámaras con las que está dotado el centro, sin red Wifi ni un digno ancho de banda, pero, eso sí, que pasemos lista, que comprobemos que los adolescentes que están solos en sus casas se han levantado a las 8 y no están malgastando su tiempo en dormir o en enredarse entre las pantallas del ocio.
Creo que están urdiendo la gran distopía para la enseñanza. Nos tienen como a cobayas, quieren experimentar qué pasaría si esto de las aulas virtuales hubiera llegado para quedarse, cómo optimizar los recursos para gastar poco en capital humano, comprar una docena de dispositivos y lanzarnos a la nefasta aventura de ser el profesor holograma, que se te presenta después del desayuno y te entretiene y educa al hijo hasta la hora de comer. A mí ya me suena a película, de terror…
Igualmente inquietante y cinematográfica ha sido esta fase de pruebas del experimento distópico. Es el primer día de instituto. Todos los profesores nos saludamos arqueando las cejas por eso de resultar más expresivos ahora que llevamos mascarilla, dándonos ánimo para este nuevo curso, el del Covid del demonio; cogemos una tiza, como gesto aprendido, porque aún dudamos de que utilizarla no vaya a tirar por tierra las medidas de prevención del protocolo. Empiezo a subir las escaleras, siguiendo la flecha que me obliga a mantenerme a la derecha, junto a la barandilla. Levanto la mirada, el pasillo está vacío, casi en penumbra. Ni rastro de los chicos que en febrero recorrían el instituto dos veces antes de llegar a su clase porque así veían al colega repetidor. Nada de besos furtivos de las parejitas de enamorados que entre clase y clase se funden con la pared y se comen el cuello pase quien pase por su lado. Tampoco está el de “profe, ¿me puedes abrir, que me he dejado el bocadillo?”. Silencio. Me ha parecido oír el timbre; se ve que aún no han llegado. Pero la puerta de 1º de Bachillerato está abierta y sale luz. Antes de llegar hasta ella me encuentro a la compañera de Inglés: “Oye, Ana, qué mal rollo, ¿no? Ni rastro de los chicos”. No habían dejado rastro, pero sí habían llegado. Asomé la cabeza por la puerta, por si efectivamente estuviera la clase vacía y se me hizo un nudo en el estómago al comprobar que los alumnos ya habían entrado, se habían sentado, cual ejército, sin salirse ni medio centímetro de su zona de seguridad. Los saludé. No serían más de trece en esta clase. No sé si mascullaron un "hola" debajo de sus mascarillas porque, si así fue, me resultó inaudible. Tampoco fui capaz casi de reconocerlos, aunque sabía por las listas que muchos habían sido ya mis alumnos.
Irreconocibles sus rostros enmascarillados, pero más aún su actitud silente y adiestrada. Entro con cierta efusividad, casi teatral, por eso de romper un poco el hielo, pero de poco sirve, apenas si se mueven, quién sabe si por miedo, por espíritu zombi o porque el confinamiento los ha metamorfoseado en unos seres tan evolucionados que olvidaron qué era eso de la algarabía, la impertinencia y la frescura adolescentes. Casi dos horas de clase de presentación con quince pares de ojos que me escrutan y parece incluso que me censuran cada vez que dejo mi nariz asomar por encima de la mascarilla antes de que me asfixie el CO2 que genera una explicación de análisis sintáctico.
Pues nada, chicos, ha llegado el momento de que nos echemos el gel hidroalcohólico y limpiemos las mesas. ¿Sabéis qué? Este fin de semana me reúno con mis amigas del "club empiñado en escribir". Tengo que sacarme de la manga un texto que se titule “De película”. ¿Quién sospecha de qué tratará mi historia después de comprobar lo extraño que está siendo todo hoy? ¿Quiénes sois vosotros y qué habéis hecho con mis alumnos?
Silencio y títulos de crédito. Stranger things...
sábado, 2 de mayo de 2020
Amor de supermercado
Recogí mi compra rápidamente. No había tiempo que perder. Teníamos que aprovechar el jolgorio vecinal, el ruido y la variedad musical para hacer esos minutos fugaces más largos. Ella y yo sabíamos lo que pasaría, lo que siempre pasaba. Entré al portal y sin más dilación fui a su encuentro. Allí estaba, debajo de la escalera, sonriente, como una niña que espera al compañero de travesuras. Ambos sabemos que un encuentro furtivo como este está perseguido por la inquisición colectiva.
viernes, 24 de abril de 2020
sábado, 18 de abril de 2020
Un sinsentido
jueves, 2 de abril de 2020
viernes, 24 de enero de 2020
Planeta Mariposa
En el planeta Mariposa no existe amanecer en que no raye al alba un tenue sol de invierno, aunque sea primavera, que tiernamente abraza a los enamorados, y que huele a leña quemada y a tímida lluvia que nunca cala.
Allí, suben y bajan escaleras a ninguna parte, no hay camino que te pierda ni conduzca pues no espera en el horizonte destino alguno para quien nada busca.
Es mi planeta un ingrávido aleteo para esta Mariposa que hoy levanta el vuelo sobre ruinas de imperios pasados que solo atinan a temblar, mirándola en lo alto batir infinitos colores en el azul del futuro.
Llegan mecidas por el cielo estrellas que mudaron fugacidad por eterna calma placentera.
Dibujan sobre lo oscuro esta hermosa partitura que guía, entre caricias y besos, melodías hechas de tiempo presente, de belleza transformada en abrazo que no entiende ni espera a la muerte.
martes, 5 de noviembre de 2019
Se muere el mar de todos... Me lo dicen los peces...
sábado, 19 de octubre de 2019
Silencio
sábado, 28 de septiembre de 2019
El bípedo parlante
En alguna de las primeras clases de mi asignatura suele salir el tema del lenguaje humano, ese maravilloso don, espejo de nuestra inteligencia y de nuestro mundo interior que los profesores nos esforzamos por desmenuzar para desentrañar su esencia e intentar insuflar en nuestros alumnos el amor por la palabra.
Según sabemos, ya los Neanthertales contaron con un sistema de comunicación bastante parecido al código verbal del Homo Sapiens Sapiens. Haciendo un ejercicio de humildad, a sabiendas de que esto del hablar nos viene de lejos y nosotros, los humanoides parlantes del siglo XXI, no somos los únicos elegidos, nos arriesgamos a jugar con la imaginación: "Profe, los "homo esos" seguro que dirían cosas como "comer", "cazar", "peligro", "bisonte"...". No está nada mal la hipótesis; es lógico, pero yo les sugiero algo incluso más sencillo y también, más humano.
Cerramos los ojos y viajamos con la mente hasta una sima, la de los tiempos en que no había nada de nada, ni carreteras ni casas, alrededor de nuestra cueva. Nos adentramos en su oscuridad, sin miedo cuando escuchamos a los murciélagos, y nos dejamos guiar por un leve resplandor.
Una vez allí, adivinamos una figura que suponemos de mujer, pues entre los brazos estrecha al pequeño de la familia. Arropados por la hoguera, los dos nos parecen casi uno, porque el bebé se esconde al cobijo de su madre, que lo amamanta y arrulla entre sonidos casi melódicos.
Crepitan los restos del fuego, y vemos, sorprendidos, que no nos diferenciamos tanto de los Neanderthales en las cuestiones más primarias. De repente, el lactante separa la cabeza del pecho materno, levanta la mirada para examinar su rostro, casi en sombras; no importa, el afecto de una madre puede sentirse hasta con los ojos cerrados. Juega entonces con la boquita para hacer sonidos con los que llamar su atención; ya sabe juntar los labios y hacer salir de allí algo que suene bonito y que haga que ella lo mire.
Y sin saber que estaba siendo el primer arquitecto del lenguaje, casa una sílaba con la siguiente, igual que la primera, para no arriesgar demasiado, y de su boca brota la palabra, la semilla, el germen de todas las venideras. Él dijó "mamá" y su madre ya tuvo nombre; ella lo miró; congeló por un momento su gesto, quizá sorprendida de ser llamada por primera vez, e inmediatamente dibujó una amplia sonrisa, buscando en su cerebro y su corazón otra palabra con la que corresponder aquel regalo y bautizar a su "hijo", al suyo y a todos los hijos de la historia del mundo.
lunes, 20 de mayo de 2019
"Juego de tronos o la triste historia de la humanidad", por Eva Rey Ureña
Si todo esto es así, entonces, ¿a qué se debe la progresiva pérdida de complejidad de la trama? Más allá de lo evidente –mueren muchísimos personajes, desaparecen familias enteras-, y siguiendo con la parábola, ¿no se trata del reflejo del cada vez mayor aumento de entropía al que se enfrenta la humanidad? Veo esa pérdida de riqueza como el reflejo de dos cosas: en primer lugar, como el comienzo de la auto-aniquilación de la humanidad , y, en segundo lugar, como la pérdida de diversidad y riqueza que conlleva esta brutal globalización que cada vez tiende más al pensamiento único. Al igual que en la serie, este fenómeno tiene lugar cuando se da una enorme concentración de poder (mucho, muchísimo poder), en muy pocas manos. El capitalismo salvaje al que nos enfrentamos va por ese camino. Lo estamos viendo de forma cada vez más patente. La riqueza (y con ella el poder) se va concentrando cada vez en menos personas, y el equilibrio se rompe. En Juego de Tronos, las distintas familias de nobles representaban los núcleos de poder. Un poder en permanente lucha, como siempre ha sucedido en la humanidad, pero en ese extraño equilibrio que proporciona la complejidad. Es la ambivalencia, la armonía entre opuestos de la que nos habla el yin-yang. Sin embargo, a medida que las familias van cayendo, extinguiéndose para siempre en muchos casos (los Frey, los Bolton, los Mormont…), el poder se va concentrando cada vez en menos manos. Ya ni siquiera lo encarnan familias, lo encarnan tan solo personas. La cantidad de poder es inversamente proporcional a las manos que lo ostentan. Al final, sólo dos personajes de la serie concentran en sí mismas todo el poder: Cercei Lannister y Daenerys Targaryen. Lo que venga después sólo puede resumirse en una palabra: DESASTRE. El espectador no se ve sorprendido por el ansia de poder y de destrucción de Cercei, porque siempre ha sido uno de los “malos”. Pero sí se ha visto defraudado por las consecuencias que este poder ha tenido en Dany. ¿Acaso somos tan ingenuos de pensar que tantísimo poder es compatible con la bondad? ¿Con la cordura, siquiera? Nos dicen algunos que Daenerys ha acabado así por sus genes, por ser una Targaryen, por su padre, el Rey Loco. ¡Qué explicación tan simplista! ¿Qué figura histórica de la humanidad ha alcanzado mucho poder y no ha caído en la barbarie, en la destrucción? Tal vez pensar en Hitler no sea lo más acorde a la ideología de Dany, pero, como leí en otro artículo precioso, nuestra querida Khaleesi es esa heroína comunista que, de tanto poder como adquiere, acaba cometiendo las atrocidades que cometió Stalin. El poder corrompe. Eso no es ninguna novedad. ¿por qué entonces indigna tanto la transformación de Daenerys? ¿Tal vez porque nos molesta el realismo de la serie? ¿Quizás porque preferíamos seguir en ese mundo de dragones, brujas y gigantes, donde creíamos que a nuestros héroes o heroínas no les afectaría el poder? Los cuentos de hadas son muy bonitos. Pero Juego de Tronos no es un cuento de hadas (afortunadamente). Insisto: la historia de la la creciente simplicidad de la serie es la historia del poder y la concentración de este poder en cada vez menos manos.
La segunda gran amenaza para el ser humano y su historia se ve reflejada en el polémico quinto capítulo de esta última temporada, en el que hemos asistido a la destrucción de Desembarco del Rey por una desquiciada Daenerys Targaryen. Muchos han criticado la evolución del este personaje (tema del que ya he hablado). Otros han criticado lo abrupto de esta evolución, lo rápido que ella cambia (esta última crítica me parece más lógica). Sin embargo, entra dentro de las leyes de la causalidad este estallido de violencia y crueldad de la Madre de Dragones. Se trata de un BUCLE DE AMPLIFICACIÓN, una de las explicaciones más racionales de la causalidad. En determinadas circunstancias, el efecto provocado por una causa X es mayor de lo esperado. Esto provoca que el siguiente efecto sea mayor, y el siguiente mayor, y así sucesivamente, de manera exponencial. De manera que, lo que en circunstancias normales llevaría siglos producirse, puede acelerarse dramáticamente y provocar una última consecuencia tan imprevisible como destructora y ya inevitable (esto es, por cierto, de lo que nos están avisando los científicos en relación con el cambio climático: otro bucle de amplificación, o causalidad con crecimiento exponencial). La evolución de Daenerys fue lenta al principio. Pero el poder cada vez mayor que va adquiriendo (gracias a los Dothrakis, los Inmaculados y, sobre todo, sus dragones) va actuando, dentro del enlace causativo, como elemento provocador de un bucle de amplificación, de manera que las consecuencias finales se “descontrolan”. No olvidemos, además, que existe una causa previa, sí, pero también unas causas desencadenantes que contribuyen a precipitar unas consecuencias que estaban ya ahí en estado latente: la muerte de Jorah, Missandei y dos de sus dragones, el alejamiento afectivo de Jon, la creciente soledad y aislamiento… Si no se tiene esto en cuenta, el desconcierto es comprensible. O, a veces, incluso teniéndolo en cuenta, no nos gusta. Claro que no nos gusta. Pero reconozcámoslo: coherente, es. Aunque duela salir abruptamente de nuestro cuento de hadas. Aunque en nuestros corazones esperábamos un final feliz. Qué queréis que os diga: yo dudo mucho que haya un final feliz para los humanos, y eso es lo que creo que Juego de Tronos nos quiere decir.