No
sé qué me pasa últimamente, pero no me siento muy motivada, así en líneas
generales y, más particularmente, a la hora de escribir. No me quiero dejar
arrastrar, aunque siempre se ha dicho que la creatividad es una cuestión de
inspiración, ¿dónde estáis musas, que me tenéis abandonada? Nada me mueve y la
sensación me deja con el corazón estancado. Quizá, si pusiera más interés por
la actualidad informativa y viese el telediario de vez en cuando, podría llegar
a sentir indignación ante la desvergüenza de muchos de los personajes del
panorama social y político, alentándose desde mis entrañas un fogonazo
contestatario que termine por despertarme ya de este sopor existencial mío.
Veo
que mi compañera de trabajo, muy querida y admirada por otra parte, luce en su
mochila de profesora un pin con la bandera de la República española. Raquel
celebra su cumpleaños este sábado, día
14 de abril, orgullosa de soplar velas el mismo día en que se conmemora la
proclamación de la II República Española. Mi amiga se considera una firme
defensora de que nuestro país se transforme radicalmente e instaure la tercera
y definitiva república que, según ella, nos proporcione un sistema
verdaderamente democrático, en el que prevalezca la justicia, la igualdad de
todos los ciudadanos ante la ley que debe ampararnos, más allá de nuestras
diferencias culturales, religiosas, ideológicas o económicas.
La
escucho con mucha admiración, porque veo que sabe mucho y muestra conciencia
política y social. Yo, que pertenezco a la generación postfranquista y nací un
año antes de que se firmase la Constitución Española, crecí escuchando en casa
lo bueno que había sido nuestro anterior rey, Juan Carlos I; todo eran elogios
a la hora de valorar su papel institucional en la denominada Transición, pues, según
nos han contado, supo conciliar posturas, dar cabida en el nuevo escenario democrático a todas las
posiciones políticas, incluso a las que durante décadas tuvieron que vivir en
el exilio y fueron perseguidas en razón al color de su bandera.
Me
declaro muy ignorante en muchos aspectos relacionados con la historia reciente
de España. Quizá lo sea porque en los años que tuve que estudiarla había muchos
temas que seguían tratándose de manera muy edulcorada, y a veces sectaria, pero
también por cierta dejadez . Creo que mi actitud habría sido bien distinta si
la vida me hubiera puesto en el aprieto de tener que sufrir en mis propias
carnes las consecuencias de las injusticias, del reparto desigual de las
riquezas, que encumbra a una minoría y arrincona a tantos, esposándolos a una
realidad socioeconómica en muchos casos insostenible. La tibieza de pensamiento
se tornaría indignación, furia interna incontrolable, si hubiera sentido que
mis derechos y libertades han sido quebrantados por algún grupo de poder, ya
sea el Estado o por parte de los llamados poderes fácticos…
He
leído algunos textos sobre la II República. Creo que entiendo, en líneas
generales, cuál fue el propósito republicano después del reinado de Alfonso
XIII y la dictadura de Primo de Rivera. Reconozco, sin embargo, que me he
perdido en la maraña de acontecimientos políticos que se sucedieron en los dos
bienios que abarcó la segunda República “en paz”, entre
republicanos-socialistas, el partido republicano radical, la Confederación
Española de Derechas Autónomas, la Revolución de 1934, que representó la
insurrección anarquista y socialista y el posterior Frente Popular, que, tras
las elecciones generales de 1936, solo pudo gobernar cinco meses, hasta que el
18 de julio de ese mismo año tuvo lugar el golpe de Estado por una parte del
ejército que desembocó en la guerra civil española. Por no hablar de la llamada
segunda República en guerra, de 1936 a 1939.
Llegados
a este punto me doy cuenta de que no es nada fácil bucear en el pasado y comprender
las razones y sinrazones que conducen a un país a una guerra. Creo, de hecho,
que fue entonces, en aquellos tres años terribles, donde terminaron de
forjarse, a fuego lento y ensañado, las etiquetas, los colores, los prejuicios
que han mantenido enfrentados a los ciudadanos de este país: rojo, morado,
azul, fascista, comunista, franquista, derechas, izquierdas, y otras heredadas,
marxistas, leninistas, anarquistas… No quiero ni entrar a descrifrar qué
significa ser una cosa o la otra. Yo he terminado convirtiéndome en una mujer
adulta, con cierta instrucción, del siglo XXI, sin el resguardo de ninguno de
esos paraguas, aunque quizá sí a la sombra del que eligió mi familia para
significarse políticamente. Mis padres, que vivieron la represión franquista y
estudiaron Geografía e Historia en los últimos años de la dictadura, se
declararon siempre firmes defensores de la democracia y de la Monarquía constitucional
que se instauró con Juan Carlos I y continua, de momento, con Felipe VI…
Pero
quiero pensar que el concepto de República tiene mucho más calado y trasciende
las banderas y la cuestión política e institucional (tendré que seguir
madurando en este sentido mis posiciones como ciudadana comprometida que aspiro
a ser). Porque yo miro a Raquel, observo su trato con los alumnos, escucho sus
opiniones sobre lo que debe ser la escuela y su análisis de la realidad
educativa y veo en ella a una mujer comprometida con su trabajo, que está
convencida de que la educación debe ser pública, de todos para todos, porque
todos tenemos los mismos derechos, porque la educación es un derecho, y veo que
ella, como otros tantos compañeros a los que me honra haber conocido, ofrece lo
mejor de sí misma al alumno pobre, al rico, al que tiene dificultades en el
aprendizaje y al que se le desborda el intelecto, a la chica peleona que
despotrica contra todo, a la muchacha del pañuelo, al chaval de trato amable y
al que osa, desde la más supina ignorancia, cuestionar la calidad de un texto
de García Lorca. Me gusta su espíritu crítico y me encanta escucharla hablar de
cuestiones muy candentes y actuales, como el feminismo. No sé si comparto todo
cuanto ella defiende, pero sí sé que contar con ella, con su visión del mundo,
de la vida, de la educación, de la literatura, resulta del todo estimulante y
enriquecedor.
Y
como ando en este momento vital tan confuso y no daba con el aire que quería
darle a este texto, pensé que sería buena idea comentarle a Raquel que tenía
que preparar para mi próxima reunión de Empiñadas algo relacionado con la
República. Le estuve hablando de que tenía en la cabeza hablaros de las
Sinsombrero, nombre con el que se conoce a la generación de
mujeres pintoras, poetas, novelistas, ilustradoras, escultoras y
pensadoras, que a través de su arte y activismo desafiaron y cambiaron las
normas sociales y culturales de la España de los años 20 y 30: Teresa León,
Ernestina de Champourcín, María Zambrano, Rosa Chacel, Maruja Mallo, nombres
silenciados de la historia oficial de la generación del 27, entre muchos otros…
y pensé en ellas porque hacerlo significaba querer entender su contexto
histórico, que abarca los años de la dictadura de Primo de Rivera, la República
y la guerra civil.
Aunque
a Raquel creo que le pareció interesante la idea, sobre todo porque los
profesores de Lengua y Literatura llevamos años queriendo reivindicar los
nombres de todas estas mujeres como legítimas representantes de la clase
intelectual española de aquel momento, me sugirió un tema si cabe más oportuno.
¿Por qué no hablas de las maestras de la República? Así podrías mostrar qué
representaron las ideas republicanas para la educación…
Aunque los entresijos políticos e
históricos que sustentaron la República me hayan resultado difíciles de
asimilar, así en una primera lectura, mi compañera me hizo ver que había una
cuestión mucho más próxima a mí y que, sin lugar a dudas, constituye el punto
de partida para cualquier propuesta ideológica que pretenda enarbolar la
bandera de la libertad y la igualdad entre las personas.
Uno de los grandes compromisos
sociales de la democracia de la Segunda República fue la educación, pues solo
acercando el saber y la cultura a todos los ciudadanos sería posible asegurar
una sociedad libre e igualitaria, con criterio para elegir su destino desde el mismísimo
conocimiento de causa. El objetivo era configurar el estado docente, que
llevaría la enseñanza a los rincones más remotos del país para construir una
sociedad más justa, equitativa y solidaria.
Las maestras de la República, o
sencillamente republicanas, tuvieron un papel principal en este propósito, pues
participaron de forma comprometida y valiente en su desarrollo material. En
aquellos años 30, estas profesionales representaban el modelo de mujeres
modernas e independientes. Ellas serían las responsables, en buena medida, de
la construcción y difusión de la nueva identidad ciudadana, al educar a su
alumnado en los valores de igualdad, libertad y solidaridad, tanto a través de
la transmisión en los contenidos en las aulas como, sobre todo, con su ejemplo
personal. Algo que nos suena ahora a rabiosa actualidad, al colmo de la
reivindicación de la educación en valores, fue ya una realidad hace más de
setenta años. Estuvimos en el camino de convertirnos ya, a comienzos del siglo
XX, en la sociedad moderna en la que aún hoy aspiramos a convertirnos.
Estas maestras trabajaron con denuedo
en las aulas de todo el país desde el más absoluto compromiso con la igualdad
social y de género. Como nos cuentan en el documental que se les ha dedicado y
que os recomiendo, fueron conscientes de que cada paso que daban representaba
el dibujo del camino por el cual otras transitarían". Se embarcaron en los
viajes de estudios, participaron en las Misiones pedagógicas, ocuparon puestos
de dirección en los colegios y formaron parte de organizaciones sindicales,
políticas y asociaciones feministas y ciudadanas. Fueron pioneras en diversos
procesos de innovación y prácticas pedagógicas que abrían las aulas a una
metodología activa y participativa. Sentaron las bases de una propuesta
educativa que actualmente consideraríamos del todo revolucionaria y que, en
caso de que nuestro sistema de enseñanza la incorporase, nos conduciría, casi
con toda seguridad, a un éxito rotundo en materia de educación. Ríase usted de
Finlandia.
Porque creían en la igualdad
derribaron los muros que separaban a los alumnos y alumnas, apostando por la
enseñanza mixta y laica, pues creyeron que así era posible compartir intereses
y conocimientos desde la igualdad, dejando de lado los condicionamientos
sociales, culturales o religiosos.
Este ambicioso proyecto pedagógico
quedó interrumpido tras la guerra civil, con la represión ejercida por el bando
vencedor sobre el ejercicio del magisterio por parte de estas maestras. Se
intentó acabar con ellas tanto física como simbólicamente, persiguiendo los
valores de igualdad y autonomía que representaban. Además, con el
franquismo, se produjo una intolerable injerencia del Estado y la Iglesia en lo
referente a la enseñanza, con el consiguiente menoscabo en el ejercicio de la
función pública docente. Durante la dictadura, no ejercieron el magisterio los
mejores profesionales, sino aquellos, a veces de dudosa preparación, elegidos
por su afección al nacionalcatolicismo.
Afortunadamente, en los últimos
cuarenta años mucho han cambiado las cosas en materia de educación. Hay, sin
embargo, diversos aspectos que precisan de una profunda transformación, sobre
todo en lo referido a la metodología y la cuestión pedagógica, pues todavía en
nuestro siglo se sigue pretendiendo que todos los estudiantes respondan a un
único perfil académico, a un canon a veces inalcanzable. La atención a la
diversidad conforma un capítulo cada vez más importante para quienes legislan;
lo mismo ocurre con el apartado referido a la educación en valores. No podría
ser de otra manera, pues una sociedad moderna y plural como la nuestra debe
velar por que cada uno de quienes la conforman tenga acceso a una educación que
le permita convertirse, en condiciones de igualdad y libertad, en ciudadanos
activos y participativos en la vida social, económica y política de nuestro
país.
Somos muchos los profesores
comprometidos con este objetivo, doy fe de ello, pero hay unos pocos que
parecen traer el testigo de quienes, en otro tiempo, defendieron ya los mismos
ideales. Mi compañera y amiga Raquel es una de estas maestras de hoy que
trabajan para reivindicar el derecho a una educación pública que garantice los
principios de igualdad y libertad, pues solo de esta manera podremos decir que
vivimos en una verdadera democracia. Ella y las maestras de la República han
terminado por convertirse en mis musas; han venido a despertarme de mi sopor, a
darme un nuevo contenido y ganas renovadas para ilusionarme con lo que de
verdad me mueve e ilusiona, ser maestra, y por lo que parece, republicana.
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