Hay órbitas destinadas a esquivar el repetido camino, el previsible horizonte elíptico que nos acerca y aleja del sol, que nos obliga a consumir inviernos soñando con otras estrellas.
Se cansó de girar con los ojos cerrados. Venus detuvo sus pasos y esperó al guerrero, el del corazón de fuego y la mirada encendida. Un mundo los separaba, cielos inmensos, aguas hechas de tiempo ya ido, selvas inexploradas de silencio convertido en desierto.
A Marte no le importó. Dio tres pasos al frente y se olvidó del camino. Desde allí, la miró traspasando un planeta entero, con los brazos llenos de amor. Aprendió a respirar, a caminar, a nadar, para recorrer la oscuridad y encontrarse con la tintineante luz que impaciente lo espera.
Dicen que se alinean cada mil años la diosa y el guerrero, que se funden más allá de la Tierra que los separa, hasta dejarse sin aire. Palpita el corazón bajo la curvatura de su pecho y siente el de él arderle por dentro.
que hizo tambalearse al universo entero.
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