Ilustración realizada por Sara Jiménez, 1º de Bachillerato. IES Valmayor |
Comparto con vosotros una actividad muy interesante con la que hemos puesto el broche al curso académico. A partir de las imágenes del vídeo Doll Face, los alumnos se han lanzado a escribir un texto, experimentando con su forma e intención, para plasmar en él las sensaciones o ideas que se hubieran despertado en ellos.
Con distintos estilos, todos han sabido formular una dura crítica contra los estereotipos de belleza y el consumismo alienante. Os dejo una selección de textos de 1º de Bachillerato y uno de 2º de ESO.
El espejo de Nora
Por Niko González, 1º Bach.
En el cuarto de Nora ya no había rastro de su
perfume y la luz cálida que hasta hacía un par de segundos iluminaba la
habitación estaba ya apagada. Si alguien hubiese tocado las teclas de su pequeño
piano de madera, probablemente habría sonado desafinado. Y rendida en la
alfombra, se encontraba la niña, como si de ella emanase una atmósfera de
penumbra. Su rostro parecía inerte.
Nora volvió a alzar la mirada para ver que,
frente a ella, continuaba ese espejo reflejado en sus lágrimas. Una lámina
enmarcada que rompió la magia y que nunca debía haber estado ahí, descansando sobre
una de las paredes de su cuarto.
Se acercó lentamente al espejo.
El camino le pareció interminable y, cuando por fin consiguió tocar el cristal
con el dedo índice, la bestia que en él se reflejaba le desgarró con sus zarpas el brazo, hasta llegar a la muñeca, por donde la tomó, arrastrándola
después al vacío.
3, 2, 1...
Por María Partida, 1º de Bach.
Mi
estructura, mi cuerpo sale de una caja.
Una
caja donde me siento presa, mi mente y mi cuerpo están presos. Mi mente en
forma de televisión imagina mi yo, mi verdadero yo.
Me
quiero acercar un poco y un poco más. Casi estoy.
Esta
imagen que rebota contra mi mente se presenta con una piel impecable, con toques
rojos sobre las mejillas, los ojos perfectamente dibujados bajo el color de las
sombras, un rojo potente sobre mis labios…
Sin
embargo, ¿soy yo o simplemente soy la persona que quieren que sea? ¿Dónde queda
mi interior?
Pienso.
Pienso y recapacito, ¿por qué?
¿Por
qué las mujeres estamos sometidas a seguir un canon? ¿No somos igual de bonitas
sin maquillaje? Pues sí, te lo aseguro.
No
quiero vivir más así. Destruyo mi sueño de sentirme “normal” y aceptada por la
sociedad.
Y a
cambio noto algo. Ha merecido la pena.
Libertad,
sí, ese maravilloso sentimiento.
Qué
bien sienta sentirse libre, no seguir ninguna norma, no hacer caso de nada,
elegir qué hacer y qué decir.
Me
siento única, preciosa, maravillosa. Una MUJER.
Ahora
sí, brillo más que nunca. Nada ni nadie me va a parar. Este es mi momento.
Apariencias
Alejandra Fernández, 1º Bach.
¿De
dónde has sacado esos pantalones? Ya no se llevan.
¿Cómo
puedes ir así vestida?
¿Y
esas ojeras? Tápatelas, te hacen súper fea.
Ponte
un poco de colorete, estás súper pálida.
Con
los ojos tan bonitos que tienes… Te quedaría mejor un poco de rímel.
¿Y
ese pelo? Plánchatelo, liso te queda mejor.
Los
tacones estilizan las piernas. ¿Qué más da si luego te duelen los pies?
Estar
cómoda es lo de menos. Para presumir hay que sufrir.
¿Qué
más da cómo te sientas?
Al
fin y al cabo, lo físico es lo que importa.
Vivimos
en un mundo de apariencias, donde todos seguimos una serie de estereotipos
marcados por la sociedad. Una serie de objetivos que queremos cumplir. Cuánto
más cerca creemos estar de ellos, más nos alejamos, pero de nosotros mismos, de
nuestra propia identidad.
Y,
casi sin darnos cuenta, terminamos teniendo dos vidas, paralelas y completamente
diferentes, la propia y la que aparentamos tener.
Aparentar.
Vivimos
gastando dinero que no tenemos en cosas que no necesitamos para impresionar a
gente a la que no le importamos.
Pensemos,
¿de verdad merece la pena?
Dime,
¿realmente así eres feliz?
Deshaciéndonos del yo
Por Sanae El Kadi, 1º de Bach.
Vivimos, si se puede decir que lo hacemos... Porque no vivimos para nosotros, sino para la gente. Vivimos en un mundo de
engaño, donde el yo vale más que cualquier otra cosa, aunque para
completarlo haya que contar con el visto bueno de todos los demás.
Caminamos midiendo pasos, midiendo miradas
que nos contemplan, oyendo susurros que en realidad no existen, pero que
pretenden convencernos: “Si el de en frente es mejor, adelante, supéralo”.
Levantarse un día más, abrir los ojos y
ver desvanecerse los sueños.
Hay que comenzar, sí, comenzar a
prepararse, no para mí, sino para la gente.
Un día más, la sociedad no me puede
esperar. Tengo que darme prisa, prisa para deshacerme del yo y convertirme en
ella, porque, según dicen todos, ella es mejor.
Empecemos pues a destruirnos.
Atrapada
Por Por Amina Achehbar, 1º Bach.
Abro
poco a poco los ojos, acostumbrándome a la luminosidad de la habitación. Los restriego
y observo.
Pantallas
y pantallas me rodean. Otra vez he aterrizado en el mundo de los estereotipos,
ese que tanto evito. Me levanto del suelo y me analizo. Llevo una vestimenta
diferente de la que recuerdo, unos tacones de aguja, una falda dos dedos por
encima de la rodilla y una blusa con los primeros botones abiertos.
Arrastro
las manos hasta mi cara. Está embadurnada de esa asquerosa pintura tras la que
se esconde mi verdadero ser. Intento quitármela, como otras veces he hecho,
pero es imposible.
Camino
alrededor de la sala, centrándome en las miles de pantallas con las que quieren
mostrarnos cómo deber ser una sociedad perfecta.
Hay
un momento en que mi mirada se encuentra con otra. Me acerco y veo cómo una
chica, idéntica a mí, se refleja en la pantalla. Está sonriendo, luciendo
asquerosamente feliz, sin ningún rasguño, ninguna imperfección, como “toda una
señorita”. Ya lo sé, no es real, no es de verdad. Es otra de las mentiras a las
que tan acostumbrados estamos.
Intento
alejarme, pero ya es demasiado tarde. Unos brazos metálicos salen de la
pantalla, hago un intento de escaparme, pero, aun así, logra alcanzarme. Y lo
siguiente que recuerdo es que ahora soy la chica "perfecta" que antes
mostraba esa pantalla.
Muñecas de porcelana
Por Carmen San Nicolás, 1º Bach.
Desde
hace mucho, mucho tiempo, se nos enseñaba a estar en casa como muñecas de
porcelana, la piel blanca y lavada, sin un rastro de maquillaje, como si
estuviésemos encerradas en un castillo. Pero, al final lo conseguimos, conseguimos abrir
esa puerta. Abrimos los ojos y vimos la sociedad, nuestra vida y la del mundo
que nos rodeaba.
Desde
que se creó la televisión a principios del pasado siglo, nos mantuvimos así, con la
piel pálida. Tal vez sentíamos un poco de rubor, pero a escondidas y sin que se
notase mucho. Cada vez iban saliendo mujeres más bellas, aunque con la
tez más morena, un color de labios más rosa y más impactante. Poco a poco se fueron
creando unos nuevos cánones. Avanzamos, tensando más y más la
cuerda que nos separaba de ese castillo de donde habíamos salido. Pero queríamos,
sí, queríamos parecernos a esas bellas mujeres que salían por la televisión;
queríamos ser como ellas, porque así seríamos felices, o eso creíamos...
Llegamos
al final, al final del mecanismo, hasta el punto en el que las imágenes que ansiábamos alcanzar se iban
alejando más y más de nosotras. Ya no podíamos seguirlas. Iban demasiado rápido,
tanto que el mecanismo terminó rompiéndose y, con él, nuestros sueños de ser
como ellas. Caímos y nos rompimos en mil trozos por haber querido ser muñecas
de porcelana.
Dayana
Por Arancha Calvo, 1º Bach. C
Hola,
soy Dayana. Y no, no soy un robot.
Soy
una mujer como otra cualquiera,
Sí,
como cualquiera.
Si
soy así es gracias a la sociedad en la que vivimos,
Que
tira de nosotros para decirnos cómo debemos ser,
Cómo
hay que ser para encajar.
Pero
todo se me complica cuando no puedo tirar más de mí, cuando no doy más de sí y
ya no me guían. Ahora es mi turno y tengo que empezar a ser yo misma, aunque a mí
no me enseñaron a eso. Quizá por eso me siento rota, vacía... Ahora es el momento de aprender
a ser yo misma.
Copias
Por Jamila Amerziane, 2º ESO
Siempre tendemos a copiar lo que está
bien visto por los demás, lo que interesa a la sociedad, lo que llama la
atención...
Pero nunca nos paramos a pensar cómo
engañamos a nuestro cuerpo y a nuestra mente haciéndonos creer que eso es lo que
nos gusta y lo que realmente queremos ser. Tememos la opinión de los demás, el
qué pensaran de mí.
La mayoría nos comportamos como robots,
programados para copiar lo que vemos, lo que creemos que gustará y no lo que
nos gustará a nosotros y lo que nos hará felices. Finalmente, si se seguimos
haciendo lo que la sociedad nos impone y no lo que nosotros queremos, nos acabaremos rompiendo por dentro. Comprenderemos quizá entonces que hemos dejado de ser nosotros mismos. Nos
hemos convertido en una copia de otra copia que terminará convirtiéndose en otra
copia.
Resulta bastante triste sentirse
obligado a cambiar por alguien a quien no le importamos, porque la gente que de
verdad nos quiere lo único que desea es vernos felices y satisfechos.