30 de enero de 2018
La violencia es a veces silenciosa y consigue enraizarse allá donde nadie la espera ni desea jamás. Se impregna maliciosamente en el lenguaje, en los gestos y miradas de nuestros jóvenes, los mismos que un día tomarán el testigo y tendrán que velar por nuestro futuro, por nuestra evolución...
“¿Os acordáis de mi primera clase? En ella os explicaba cómo y por qué aparece el lenguaje humano; la capacidad lingüística surge como consecuencia de la inteligencia. Hasta que los primeros homínidos no contaron con un cerebro lo suficientemente desarrollado no apareció el lenguaje, la posibilidad de comunicarse con otros miembros de la especie a través de la palabra. La comunicación humana ha ido perfeccionándose desde entonces a medida que los individuos y las sociedades que estos han constituido han evolucionado. Así que nuestra lengua, la que estudiamos en esta clase, es espejo de nuestra inteligencia, de manera que es preciso y necesario cuidarla y formarnos en su correcto uso, pues ella nos permitirá dar forma lingüística a nuestro pensamiento y será el vehículo de entendimiento con otros. Esa debería siempre ser el arma para resolver cualquier desencuentro”.
“Por otra parte, pensad que en esas primeras etapas de la vida del hombre, cuando ya se le puede llamar “Homo sapiens”, y en las que no existían las naciones ni las banderas ni las religiones ni las lenguas, si me apuráis igual ni los nombres, no había etiquetas. La vida giraba en torno a un objetivo común, subsistir como especie, no sucumbir a los avatares del ciclo natural del planeta, no desaparecer. Habría disputas, no lo dudo, pero por cuestiones relacionadas con el mantenimiento del “ciclo sin fin”, la cadena trófica.
El hombre descubrió el fuego, inventó la rueda y comprendió las inmensas posibilidades que para él había en el mundo. Durante miles de años nos hemos diversificado, hemos evolucionado y afortunadamente hemos alcanzado cotas insospechadas de desarrollo que nos alejan de las cavernas. O no.
Se nos ha olvidado que seguimos formando parte de la misma especie, que deberíamos estar velando por asegurar nuestra pervivencia en el planeta. En la era de las comunicaciones globales, la palabra, el lenguaje humano, no parece ser muy útil para asegurar la convivencia entre los pueblos. Se ha abandonado el objetivo común; cada pueblo, el pequeño en el que vivo y la nación más lejana, busca su propio interés, sea del tipo que sea. Levantamos banderas; apelamos a la lengua, a la religión, al dinero (por tenerlo o por carecer de él). Las guerras del pasado parece que no han servido para aprender que hay caminos que es mejor no transitar. Tal es la soberbia humana que hemos terminado por olvidar que somos caducos, que nadie se va de este mundo con riquezas ni ideologías, pero que sí deberíamos preocuparnos por dejar un lugar habitable para las generaciones venideras.
Así que, chicos, yo no sé de política ni de Historia, pero repasando todo lo que os he contado, quizá deberíamos pensar en “involucionar” un poco, volver a los orígenes, a cuando no había banderas, países ni lenguas para recuperar la consciencia y ver cuál debe ser el objetivo de nuestra especie: sobrevivir. Yo estoy por hacerme “Homo sapiens”, mirad lo que os digo”. Cuando por fin he terminado de hablar (me han escuchado atentos y lo he agradecido), la más habladora del grupo ha puesto la guinda, justo antes de sonar el timbre, con un “pues yo también me hago Homo Sapiens de esos, profe”.