Saben mis alumnos que una de las bromas que más me gusta contarles tiene que ver con la película de animación "Cómo entrenar a tu dragón". En ella, el protagonista es un adolescente vikingo que se siente rechazado por la gente de su aldea por negarse a cumplir con la tradición, que obliga a los varones a luchar y dar caza a los dragones...
A pesar de su negativa, "los dioses" quisieron que el chaval terminase conociendo a un dragón, negro azabache y mirada aparentemente inofensiva, al que bautizaría con el nombre de "Desdentao", porque al esbozar una sonrisa parecía más bien un bebé totalmente mellado. Pronto descubrirá que, en realidad, su nuevo amigo es un ejemplar único de "furia nocturna", el más temido por los vikingos desde tiempos remotos. Y tal nombre no le viene precisamente por ser el más bondadoso y sosegado del mundo de los dragones... Hipo y "Desdentao" terminarán formando un tándem perfecto una vez que el muchacho haya conseguido domeñar los impulsos instintivos y descontrolados de su amigo el dragón...
Y el guiño a mis alumnos viene precisamente en este punto de la historia. En esos días en los que ellos están especialmente revueltos, habladores e inaguantables (que son más de los que los profes querríamos y sus padres imaginan), les pido que sean cautos y tengan cuidado, porque, aunque yo soy mujer contenida y gesto calmado, como la versión zen del dragón de la peli, también puede aflorar en mí el lado oscuro, el gesto torcido, con gruñido incorporado, que me acerca peligrosamente a la especie de las furias nocturnas. Como si me poseyera un diablo, puedo llegar a retorcerme alrededor de mi eje vertebral y empezar a soltar sapos y culebras por la boca, entre llamaradas de olor sulfurado. De repente, un nanosegundo de silencio; calma tensa... Y carcajada general e incrédula. "Reíd, reíd", que las risas también hacen que me salga una furia de dentro, jejeje.
No es fácil gestionar nuestras emociones. No dejamos de oír hablar del control de los impulsos y de la respiración profunda y consciente como herramientas para mantener a raya nuestro volcán interno, para combatir la ansiedad y una buena lista de sentimientos asociados al desequilibrio de la "psique"...
"Mindfullness" lo llaman algunos, algo así como vivir cada instante llenando la mente solo de la experiencia que te está procurando el momento. Consciencia plena, respiración pausada que calma los sistemas fisiológicos y la corriente alterna de las emociones... Sin embargo, siempre hay algo que viene a dinamitar nuestra calma, a llenar el horizonte de nubes tormentosas y, así, sin ir más lejos, como el rayo inclemente, el intermitente sonido de la alarma mañanera nos atraviesa y zarandea, ahí mismo, en la cama, cuando apenas pasan diez minutos de las 6 de la mañana y el día se levanta delante de nosotros, como un Everest helado y angosto, unos ocho kilómetros de respiraciones profundas y tropezones varios hasta la cima, que remataremos con ducha, cena, pijama y vuelta a empezar... Ha acabado el día y haciendo balance compruebo el número de veces en que he levantado la voz, por fuera y por dentro; cuántos minutos me he sentido presa del pánico escénico delante de los demás; cuántas escenas amables y sombrías han venido a mi mente a lo largo del día; momentos en que me he sentido satisfecha, agobiada, hastiada, contenta, plena, triste o feliz... ¿Se darían cuenta también los demás? Sin duda...
Una vez en pie, mientras llevo a cabo con minuciosa precisión la ceremonia del desayuno, aprovecho para amueblar los pensamientos, dejando de lado a esos cansinos que se levantan conmigo y pretenden venirse cada mañana, en la mochila; han llegado desde el lado oscuro del sueño y se empeñan en arruinar mi pacto con el buen humor. "Emilia, el enfado o la irritación no ayudan en nada, créeme. El día volverá a tener veinticuatro horas y dará paso al siguiente, sí o sí, así que más te valdrá abordar el trance con buena actitud...".
La leve sonrisa que había conseguido esbozar levantado las comisuras de los labios se tuerce pocos minutos después. Se despiertan los hijos, cada uno a una hora, reclamando atenciones. "Tranquila, inspirar, espirar. No pierdas los estribos. Gritar no te va a ayudar a salir antes por la puerta de casa. Cuanta más calma apliques, menos tensión tendrás por dentro, la furia nocturna resoplará y se revolverá, pero no atacará... Así, conseguirás que los tres dragoncillos no lloren ni chillen ni se enfurruñen, quizá hasta consigan ir peinados, aseados e incluso contentos... ¿Para qué tanta pedagogía de libro si luego te desatas en el primer envite del día? que no... Que a los hijos hay que enseñarles modales y valores; llevarlos a la escuela para que aprendan los conocimientos básicos, sin duda, pero lo que más necesitan, de cara a ser felices y saber convivir con el resto de la humanidad, es precisamente capacidad de autocontrol o educación emocional: saber controlar los impulsos (mantener nuestra furia a raya, para no ser víctimas de ataques de ira); desarrollar la tolerancia a la frustración; saber expresar sus necesidades a los otros sin necesidad de gritar o llorar; mirarse al espejo y aceptarse conforme es, con su "desdentado" y con su "lado oscuro" o "furia nocturna", y empatía, mucha empatía, para poder ser consciente del miedo que el otro puede llegar a sentir cuando nos vea con los dientes de dragón fuera, batiendo nuestras alas para sembrar temor...". Y, sobre todo, la enseñanza principal para padres e hijos será saber sonreír, porque hasta los dragones feroces saben hacerlo e, incluso, tienen amigos.
¡Qué fracaso de madre seré si no consigo sobreponerme a mis zozobras internas para saber escuchar y atender las necesidades de mis hijos! Qué triste sería que viviéramos tan ofuscados que olvidáramos que la mayor lección para un niño pasa por saber quererse y querer a los demás, respetarse para ser respetados, sin que para ello haga falta infundir miedo o malhumor inútil en los otros.
Y lo mismo con los alumnos. ¡qué mala profesora soy el día que llego a clase acompañada de mi furia, absorbida de rabias o preocupaciones, sin darme cuenta de que esa actitud no me va ayudar en mi misión. Al contrario, solo conseguiré transmitir agresividad y despertaré rechazo en los chavales. Lógicamente, los profesores somos humanos y no todos los días respiramos igual, pero merece la pena intentar dejar en casa a los dragones, porque sus gruñidos y llamaradas sólo consiguen más gruñidos desabridos y gestos desagradables. En ese clima tan hostil ni podrá haber sana convivencia ni tendrá lugar un provechoso aprendizaje.
Merece la pena pues que aprendamos a entrenar a nuestra furia interna, porque quizá así consigamos ser mejores padres, profesores y personas... ¿Sí o qué? (Que dirían los alumnos).
Me ha encantado Emilia!! me gusta porque leo muchas de las cosas que siento y pienso...pero claro, redactado con tu maestría y talento!!besos amiga
ResponderEliminarGracias, María. Te echamos de menos por el instituto... ;)
ResponderEliminarFantástico como siempre.
ResponderEliminarGracias, compañera. Un abrazo.
ResponderEliminar