Amaya Gil Sampere |
El despertador de Susana suena
pronto, a las 7 de la mañana. Procura levantarse sigilosamente para no
despertar a los niños y poder tener un poco de tiempo a solas, para desayunar,
preparar la ropa y el almuerzo de todos y conversar en silencio consigo misma.
“Venga, Su, tú puedes con todo. Va a ser un gran lunes. Ya sabes, el camino no
ha venido alfombrado de algodón. Hay días difíciles, sorteados de obstáculos.
Uno cree que no va a poder, que va a perder las ganas de seguir luchando, pero
no te dejes arrastrar por la deriva, que Jose y tú sois grandes,
extraordinarios padres y personas. No hay vida sin lucha y ésta es la vuestra.
Vuestro reto es el reto de Amaya”.
Esta nena es muy dormilona. Dan las
7,45 y su madre aún no ha conseguido que se levante. Menos mal que Izan y Sara
ya están en marcha. Jose se hará cargo de ellos, mientras Susana asea a Amaya,
la viste y le da el desayuno, sin olvidar la medicación para controlar sus
crisis. A las 8,30 pasa el autobús que la llevará al cole, así que no pueden perder
tiempo, porque hasta la parada se van casi diez minutos de reloj. En el centro
recibirá terapias específicas que luego se complementarán con otras extras que
sus padres le procuran en casa. Trabajo constante para Amaya y para su familia;
todo esfuerzo es poco para conseguir que ella mejore. Hay tardes más relajadas
en las que el juego se convierte en la actividad más terapéutica y también la
más entretenida: puzles, juguetes, pelota y la posibilidad de explorar espacios
cuando Susana la deja en el suelo para que libremente decida adónde ir, si a la
cocina, a averiguar qué hay de cena, o a trastear con sus hermanos. La
recompensa del final de la jornada le encanta: un buen baño calentito, jugar
con el agua, pijama puesto y a la cama a descansar. Sin olvidar su medicación,
claro.
“El síndrome fue para nosotros una
palabra muy difícil de digerir. Se nos vino el mundo encima”. El síndrome
de Wolf-Hirschhorn se considera una enfermedad rara; consiste
en una delección del brazo corto del cromosoma4, que se traduce en primera
instancia en un retraso del crecimiento y psicomotor y lleva asociadas otras
manifestaciones clínicas, como las convulsiones. No hace falta abundar en la
descripción técnica del síndrome porque Susana le planta cara con entereza y
determinación: “A día de hoy, nosotros no tenemos en cuenta el síndrome, ¡no!
Amaya y su lucha son las que importan. Esa palabra rara no nos sirve para nada.
Cuando tenemos un hijo damos por hecho que va a tener todo perfecto, que va a
andar, a oír… No te das cuenta de que hay cosas que pueden no salir bien, hasta
que pasa…”. Lo que en otras casas sucede según los planes pediátricos normales,
en casa de los Gil Sampere lleva su propio curso: cada etapa de la evolución de
Amaya se trabaja en equipo y se festeja en familia, como sucedió el día en que
“la princesa”, ya con el añito cumplido, consiguió mantenerse sentada. Hasta
los 2 tuvo que alimentarse sólo a base de biberón, porque rechazaba la cuchara.
Ahora, con casi 6 años, está empezando a tolerar la comida sólida.
Con Amaya se dio la vuelta la vida,
se invirtió el orden de prioridades; las motivaciones dieron un giro: “Se
valora todo más: una sonrisa, una mirada, unos brazos que te buscan para que la
cojas; ver que cuando te acercas con los zapatos levanta el piececito para que
se los pongas… Y hay otras cosas que angustian y te encogen el pecho, el no
saber si le duele algo, si tiene frío o calor”. A Su, por un instante, se le
entornan los párpados, tristes. La mano de Jose busca la suya; la aprieta con
firmeza, en señal de apoyo y animándola a levantar la mirada de nuevo, para
seguir hablando de sus ilusiones como madre coraje. Él siempre ha sido un
hombre de trato afable y sonrisa amistosa. La experiencia de la paternidad ha
dejado en su rostro un gesto sereno, marcado con el signo del guerrero
valiente, que no se acobarda ante nada. Ningún reto se le antoja imposible; así
lo demuestra el que Jose lleve un año montándose en una bicicleta para
destrozar sus ruedas a base de kilómetros, en carretera o subiendo montañas,
con el único afán de llevar el nombre de Amaya como bandera y recaudar fondos
para mejorar su calidad de vida.
Para Susana y Jose, el principal
reto ahora es que Amaya camine. Así podría ser mucho más autónoma y jugar en un
parque con otros niños, acompañar a sus padres de acá para allá. Y, aunque aún
no es posible, en el pueblo la conocen casi todos. Desde que decidieron
movilizarse para sensibilizar a la gente sobre el caso de su hija, las muestras
de cariño han ido creciendo exponencialmente en Navalcarnero (Madrid), tanto de
quienes a título personal, e incluso sin conocer a Amaya, han querido
contribuir al “reto” de la niña, como comerciantes e instituciones locales: “Ha
sido abrumador sentir tantas muestras de cariño hacia ella y hacia nosotros.
Situaciones como ésta te hacer ver cuánta gente buena hay por el mundo que, sin
conocernos, se vuelcan y nos ayudan a pagar muchísimas cosas”.
Como sucede con la práctica
totalidad de las enfermedades raras (la Unión Europea cataloga como tales a las
que aparecen con baja frecuencia, menor de 5 casos por 10.000 habitantes en la
comunidad), no se destinan los recursos necesarios para la investigación, que
podría permitir conocer mejor el mecanismo de la enfermedad y quizá, “más
a largo plazo, encontrar alguna alternativa terapéutica que pueda paliar alguno
de los aspectos de la enfermedad o facilitar su manejo clínico”, como afirma en
su proyecto el grupo de investigación del síndrome de Wolf-Hirschhorn, del
Centro de Biología Molecular Severo Ochoa, de Madrid. Aunque mantiene
colaboraciones con instituciones españolas y recibe financiación de fuentes
extranjeras, el proyecto busca también la ayuda de los particulares para poder
continuar con el estudio del síndrome: “Fundamentalmente, el proyecto
beneficiaría a los pacientes con WHS, pues sus resultados nos permitirían
entender las bases de sus deficiencias inmunes y quizá abrir una puerta para su
tratamiento (…) El estudio no sólo ayudará, algún día, a lograr una mejora de
la calidad de vida de los afectados, sino que permitirá un mayor entendimiento
del funcionamiento del organismo y de su desarrollo, que sin duda podrán ser
extrapolados a otras patologías y otros enfermos, como ha ocurrido incontables
veces en la historia de la medicina”.
Por sus investigaciones en el campo del Síndrome de Wolf-Hirschhorn, el grupo ha recibido el Premio 2015 a la investigación en enfermedades raras, concedido por la Federación Española de Enfermedades Raras, en reconocimiento al fomento de la investigación y el interés de la sociedad por todas ellas en su conjunto. El próximo 29 de febrero se celebrará el día internacional de las Enfermedades Raras, con un lema que nos recuerda que rara es la enfermedad, no quien la padece, como nuestra Amaya.
Por sus investigaciones en el campo del Síndrome de Wolf-Hirschhorn, el grupo ha recibido el Premio 2015 a la investigación en enfermedades raras, concedido por la Federación Española de Enfermedades Raras, en reconocimiento al fomento de la investigación y el interés de la sociedad por todas ellas en su conjunto. El próximo 29 de febrero se celebrará el día internacional de las Enfermedades Raras, con un lema que nos recuerda que rara es la enfermedad, no quien la padece, como nuestra Amaya.
Y mientras se sigue avanzando en las
investigaciones y en la labor de concienciación, los padres son quienes deben
asumir los costes de los tratamientos y terapias. Para aligerar el sacrificio
económico de la familia, Susana y Jose salen a la calle a promover la recogida
de tapones, organizar carreras y partidos benéficos, mercadillos solidarios,
comprobando con sorpresa y alegría que los vecinos, los cercanos y los
desconocidos, dan un paso al frente y se implican para ayudar a su princesa,
colaborando con aportaciones o en la organización de los eventos. El pasado mes
de mayo, Jose participó en los “10.000 del Soplao”, en Cantabria, montado sobre
su bicicleta, para conseguir que cada kilómetro sea un paso más para hacer realidad
“El Reto de Amaya”…
El responsable de que este padre
ciclista se haya lanzado a participar en una prueba deportiva tan exigente es
Juan Carlos Zunzunegui, un cántabro de bien aficionado al ciclismo, a las
competiciones extremas que se organizan por toda nuestra geografía. Una de ellas,
"Navalcarnero al límite 2014", le animó a trasladarse desde Cantabria
al pueblo madrileño. Al inscribirse por internet se informó de que el
ayuntamiento de Navalcarnero había dispuesto que el ropero de la prueba, lo
recaudado con él, fuese destinado al "Reto de Amaya", una niña que
padecía una enfermedad rara. Ésa fue la primera vez que Juan Carlos tuvo
noticia de "la nena", como la llaman ahora en su familia. Se sintió
especialmente llamado a participar en la carrera, así que preparó su bicicleta
y, junto a un amigo, tomó carretera y manta dirección Madrid. En una de las
paradas del viaje le apeteció comprar en la estación de servicio un pequeño
peluche para regalárselo a la pequeña; aún no la conocía, pero ya parecía
embelesado por su encanto y dulzura. El día de la carrera, se presentó en el
ropero, donde Susana y su hermana Gema atendían a los participantes y daban a
conocer quién es Amaya y cuál es su reto. Cuando lo vieron con aquel peluche
azul y se enteraron de que se había desplazado desde tan lejos para pedalear,
pero también para conocer a la niña, no dieron crédito. ¿Quién era ese hombre
que, sin conocerles, se tomaba tantas molestias? Fue sólo el primer episodio de
lo que estaba por venir. Juan Carlos regresó a Cantabria sin conocer a Amaya, que
no había podido asistir ese día por llevar varios especialmente cansada. No
pudo entregarle personalmente el peluche, pero en su maleta de regreso se llevó
la satisfacción de haber rodado 80 kilómetros sobre su bicicleta de montaña y
haber contribuido con un entrañable gesto en la causa de los Gil Sampere.
Susana se fue aquel día a su casa con un peluche y la emoción de haber conocido
a alguien, de quien apenas sabía nada, pero que parecía dispuesto a darlo
todo.
Unos meses después, Juan Carlos
contactó con "Su" para explicarle que en su tierra tenía lugar una
prueba deportiva de envergadura, en la que corredores y ciclistas ponen sus
piernas al límite, algunos de ellos movidos únicamente por la generosidad de
querer colaborar con distintos proyectos solidarios. Ese año, él quería
participar en los "10.000 del Soplao" por Amaya. Con varias semanas
de antelación "vendería sus kilómetros" de la carrera a cuantos
quisiesen ayudar; todo el que deseara ayudar podría comprar un kilómetro
pagando por él la cantidad de 5 o 10 euros. El recorrido del Soplao suma un
total de 162,5 Km, así que no había más que ponerse manos a la obra. Susana no
supo qué contestar. Después de varios meses, Juan Carlos no sólo se acordaba de
su hija, sino que había programado su reto físico pensando en recaudar fondos
para ella. No lo dudaron. Jose, que tampoco conocía aún al “ciclista de la
guarda", lo preparó todo para ir con Susana y Amaya a ver al generoso
benefactor montado sobre su bici, subiendo hasta casi los cinco mil metros de
altitud, peleando contra la montaña, el viento y casi el desmayo.
Se marcharon sin saber muy bien qué
se iban a encontrar; habían quedado allí con un total desconocido. Más
maravillados se sintieron cuando Juan Carlos y su familia al completo les
recibieron, les alojaron en su casa y brindaron todo tipo de cuidados y cariños
a "la nena". Cuando Jose vio a aquel hombre de gesto serio y corazón
grande pedalear, luciendo un dorsal con el nombre de su hija, se le debieron
revitalizar las piernas y las fuerzas del alma, porque terminó despidiéndose de
la familia cántabra anunciando que, al año siguiente, sería él mismo quien
diera al pedal junto a Juan Carlos, para hacer más grande aún el reto físico y
humano. "Tú, que no me conoces, corres por mi hija. Yo seré el
próximo". La edición de los "10.000 del Soplao" de 2015
fue la primera para Jose y la segunda para Juan Carlos, corriendo ambos, pedal
con pedal, por Amaya.
Después de aquella primera carrera de 2014 se dieron un fuerte abrazo con el que quedó sellada una sólida y desinteresada amistad. Juan Carlos y los suyos son como otra familia; llaman continuamente para saber cómo está Amaya, qué avances ha logrado y para preocuparse por si ha sufrido alguna crisis. "Tener a nuestra princesa ha supuesto para nosotros una lucha constante, pero también ha servido para poner en nuestro camino a personas extraordinarias que la vida ha querido que tengamos el honor de conocer", afirma con orgullo Susana.
Después de aquella primera carrera de 2014 se dieron un fuerte abrazo con el que quedó sellada una sólida y desinteresada amistad. Juan Carlos y los suyos son como otra familia; llaman continuamente para saber cómo está Amaya, qué avances ha logrado y para preocuparse por si ha sufrido alguna crisis. "Tener a nuestra princesa ha supuesto para nosotros una lucha constante, pero también ha servido para poner en nuestro camino a personas extraordinarias que la vida ha querido que tengamos el honor de conocer", afirma con orgullo Susana.
“Si te soy sincera no me planteo el
futuro para Amaya. Vivo el día a día, intensamente. No queremos ser egoístas en
este sentido. Sólo pedimos que sea querida, respetada y, sobre todo, muy
feliz”.
Así lo deseo yo también, amiga. Ya
sabes que conocer a tu hija fue para mí una grata experiencia; estrecharla
contra mí y sentir su afecto me acercó más a vosotros, a la vida y a mí misma.
Gracias.
La mamá de Amaya, luchadora y
enérgica, termina exclamando a los cuatro vientos: “¡Una princesa con luz
propia nació el 5 de Junio de 2009. Se llama Amaya!”.
Un fuerte abrazo a esta familia
numerosa y especial. ¡Ánimo con vuestro reto!
Os invito a conocer más sobre EL RETO DE AMAYA en su página de Facebook:
https://www.facebook.com/groups/1481305628786910/?fref=ts
Si queréis colaborar, también podéis comprar mi libro de relatos en Amazon (Relatos cardinales es un libro electrónico. La recaudación se destina íntegramente a "El reto de Amaya". Su precio es de 4,70 €).
Si queréis colaborar, también podéis comprar mi libro de relatos en Amazon (Relatos cardinales es un libro electrónico. La recaudación se destina íntegramente a "El reto de Amaya". Su precio es de 4,70 €).
Dorsal de Juan Carlos Zunzunegui, dedicado a Amaya, en la carrera del "Soplao" 2015 |
Es una historia muy conmovedora, ya que te tienes que poner en la situación de los padres, de los contentos que tienen que estar al ver que la gente colabora con ellos, realizando actos, carreras , etc
ResponderEliminarQue todo el empeño y la fuerza salga de unos padres. . . Amaya tiene espacio y ser en la sociedad española. . . . Me puede explicar alguien por que tienen que hacer este esfuerzo sobrehumano para conseguir medios para la investigación. ..... estoy muy cabreada Emilia. . . . Mucho
ResponderEliminarGracias, Emilia, por darnos a conocer esta conmovedora historia
ResponderEliminarEspero que la gente cuando lean esta historia se conmuevan como los chicos de mi instituto.
ResponderEliminarRealmente es una historia conmovedora
Espero q las personas que lean esta historia se conmuevan como los chicos de mi instituto.
ResponderEliminarRealmente es una historia conmovedora
Jope profe que buena escritora soy Mario de 2°E ya se que nos la leíste en casa pero, investigando para comprar tu libro y leerlo 💪 he visto esto gracias por escribir estas cosillas y hasta mañana🙋🙋🙋
ResponderEliminarGracias, Mario, por leer y comentar. Hasta mañana. :)
EliminarJosé y Susana son unos magníficos padres con unas suelas de zapatos ingastables...
ResponderEliminarY Amaya ...Una princesa!!