Las palabras surgieron para comunicarnos con nosotros mismos, en silencioso monólogo interior, y entendernos con los otros. Como espejo del pensamiento, de la idea o de la emoción, revelan también nuestras coordenadas humanas, quiénes somos y dónde estamos. Quede este espacio para dejar fluir palabras, las cardinales.
viernes, 24 de abril de 2020
sábado, 18 de abril de 2020
Un sinsentido
Si me preguntáis qué siento hoy os diré que cierto estatismo vital... Mi percepción del mundo parece distorsionada y extraña por la falta de contacto con el entorno y los contornos, los que podrían decirme que hoy es 18 de abril y es primavera, los que me traerían la intensidad de la tierra mojada, de las gotas de lluvia sobre el verde de la montaña, los lilas recién nacidos que mis ojos ahora solo recuerdan. La suavidad de la hierba fresca en la palma de mi mano es una evocación lejana que me transporta al mundo que era antes de hoy, el que anhelo y proyecto sobre un futuro que quiero que huela a verdad.
Saboreo entre los recovecos de mi cerebro el suave licor que disfrutaba, entre risas, al final del invierno, cobijada por la calidez y ternura de los abrazos envolventes, de los besos que se congelaron en el tiempo a la espera de la caricia estival que los reviva... Huele este aire a cierta tristeza, casi palpable, al tedio que me saluda desde la ventana del sueño nada más abrir los ojos.
Solo atino a ver en mi casa de los sentidos a los mismos de siempre, en el lugar de siempre, intentado recuperar la alegría de otro tiempo frente a la tarea repetida de vivir en este eterno bucle de puerta cerrada y amargura en los labios.
Solo me salva de la perdición y el olvido el susurro vivaracho de los pajaricos, que me cantan por dentro desde el azul silencioso; vive el cielo de este mundo un poco extrañado por no vernos deambular como hormigas adiestradas por nuestros alocados caminos y existencias vacías.
No puedo más que soñar con llenarme esta noche de los perfumes de antaño, los que me devuelven el color de los besos que saben a luz, a amarillos silencios entre los olivos, a la seda de la mariposa con la paz en las alas.
Perdónenme los sentidos porque la belleza confunde hoy mi alma.
#CincoSentidos
#SinSentido
#Sentimental
#Sensible
#Sensitiva
jueves, 2 de abril de 2020
viernes, 24 de enero de 2020
Planeta Mariposa
En el planeta Mariposa no existe amanecer en que no raye al alba un tenue sol de invierno, aunque sea primavera, que tiernamente abraza a los enamorados, y que huele a leña quemada y a tímida lluvia que nunca cala.
Allí, suben y bajan escaleras a ninguna parte, no hay camino que te pierda ni conduzca pues no espera en el horizonte destino alguno para quien nada busca.
Es mi planeta un ingrávido aleteo para esta Mariposa que hoy levanta el vuelo sobre ruinas de imperios pasados que solo atinan a temblar, mirándola en lo alto batir infinitos colores en el azul del futuro.
Llegan mecidas por el cielo estrellas que mudaron fugacidad por eterna calma placentera.
Dibujan sobre lo oscuro esta hermosa partitura que guía, entre caricias y besos, melodías hechas de tiempo presente, de belleza transformada en abrazo que no entiende ni espera a la muerte.
martes, 5 de noviembre de 2019
Se muere el mar de todos... Me lo dicen los peces...
Cuentan los nómadas de este mundo que uno no termina nunca de abandonar la tierra que lo vio nacer; que por muy anchos que sean los mares que cruzaron e infinitos los kilómetros recorridos siguiendo los pasos de la incierta fortuna, siempre se lleva prendido en el alma el perfume del país, ciudad o aldea que nos lanzó un día a explorar la vida y sus avatares.
Así siento yo que vienen conmigo aquellos aires húmedos, que pocas veces saben a lluvia, y huelen a azahar, a dulzón verde de invernadero, a palmera que cimbrea sus brazos a la orilla del mar.
Traen las leves olas la otra esencia, de arena y salitre pegados al barco con que sueño que lanzo mis redes para atrapar al elegante caballito y traerlo conmigo hasta esta montaña que hoy me cobija.
Y por eso me duelen también las heridas de mi tierra, las que trajeron las aguas salvajes de tantos septiembres, cambiando sus calles por insondables y temibles ríos que buscan el azul de siempre para ir a morir.
En esta tierra adoptiva, donde el otoño se puebla de hojas caídas, siento yo mientras las piso como si me subiera el agua fría que inunda y asola mi huerta lejana, mi trémulo mar del que huyen los peces.
Boquean agónicos en mi garganta. Me susurran, ya moribundos, su funesto presagio. Dicen que morirán muchos más en otros lugares, que su huida de este pequeño mar anuncia lo que, si no les escuchamos, nos vendrá. Oíganles, nos lo dicen sus ojos, estáticos casi, sobre la arena donde ayer jugábamos y soñábamos con las estelas del caballito de mar.
sábado, 19 de octubre de 2019
Silencio
Regreso del sueño cada mañana, en silencio, justo el que necesito para ordenarme por dentro, para recordar quién soy y qué me espera en el mundo, ahora que tengo los ojos abiertos.
Necesito el vacío de palabra para recobrar las ganas y lanzarme al día. Desaconsejo que nadie perturbe el momento de mi liturgia en silencio, la del café humeante y la mirada perdida.
Falta al menos una hora para que pueda ser capaz de sonreír, después de dar gracias por todo lo que tengo y tomar conciencia de que la vida merece mucho la pena. Esa gran verdad cósmica me es revelada por el silencio, en silencio.
Se rompe la magia imperturbable cuando se van despertando mis hijos, de uno en uno, haciendo aumentar a cada minuto el nivel de ruido y agitación. No importa, no zozobres, que con hijos chillones también resulta apetecible vivir, me digo, mientras contengo el grito en la garganta con el que reprocharles que no obedecen a ninguna de mis indicaciones y van a conseguir que el vecino de al lado quiera mudarse de barrio.
Recobro el silencio y la calma en el justo momento en que dejo a los ruidosos en el colegio. Me despido de ellos mientras suben la escalera, que se me antoja larga y tardona. Una sonrisa se me dibuja en los labios sabiendo como sé que media hora de silencio en el pensamiento me separa del próximo baño de estruendo del aula. Aun con la música estridentemente alta, siento con satisfacción que puedo navegarme el alma, abstraída frente al parabrisas y el horizonte.
Llego al trabajo. Con un pie en mi clase, después del efusivo saludo a los compañeros y alumnos, compruebo que no soy la misma que se despertó al rayar el alba, que en ese escenario donde soy profesora me siento llena de ilusión y energía. Sonrío y me muevo con seguridad y soltura. Creo que convenzo a todos de que me gusta lo que explico y de que aprenderlo puede procurarles a ellos la misma felicidad.
"Profe, tú es que siempre sonríes". "No te creas, amigo, que yo siempre me despierto escupiendo fuego, enfadada con todo y con todos porque habría preferido quedarme aferrada al silencio de la noche".
A pesar de la alegría que me embarga la mayor parte de los días en el trabajo, hay varios e insufribles momentos en el transcurso de las clases en los que vuelve a saltar por los aires el equilibrio. "Shhhh, shhhh, silencio!!!!" ¿Queréis dejarme terminar la frase? ¿Por qué chilláis así, como polluelos hambrientos y enloquecidos? Silencio, silencio, por favor. Hasta que no calléis, no sigo. No siento que respetéis mi esfuerzo por abrir la ventana de vuestros cerebros...
Se me frunce el ceño. Pienso entonces en lo vulnerable que es la paz interior, en cuánto ruido nos ensordece y colapsa. Comprendo al observar a mis alumnos que, en realidad, no hay mala intención en su comportamiento. No saben ser de otra manera, porque les han enseñado a ser así, a hablar siempre para opinar siempre, porque alguien pensó alguna vez que no se puede privar a los niños de su libertad de expresión, no se vayan a traumatizar los pobres.
Me doy cuenta de que no solo debo enseñarles la vida de las palabras, cuántas existen y cómo se ordenan para nombrar el mundo, sino que, también, están pidiendo a gritos alguien que les calle la boca, que les enseñe el valor del silencio, para escuchar lo que los demás nos tienen que contar, para aprender a corresponderles solo cuando es oportuno y pertinente. Porque en silencio es como dejamos trabajar a nuestra mente; saber callar es la fórmula prudente para no invadir el espacio de los demás, en silencio es como podemos apreciar la belleza de la poesía y la música, elegantes quebrantadores de mi calma.
Shhhh, shhhh, contened la palabra, no me robéis " las ganas de tener ganas" de hablaros y sonreíros, ensordeciéndome ahora el oído y el alma.
Silencio, que en silencio llegamos al día, y a la vida, y en silencio nos vamos al sueño, que todo lo acalla. Me siento a esperarlo, olvidada del ruido del día, que tanto me espanta...
sábado, 28 de septiembre de 2019
El bípedo parlante
En alguna de las primeras clases de mi asignatura suele salir el tema del lenguaje humano, ese maravilloso don, espejo de nuestra inteligencia y de nuestro mundo interior que los profesores nos esforzamos por desmenuzar para desentrañar su esencia e intentar insuflar en nuestros alumnos el amor por la palabra.
Según sabemos, ya los Neanthertales contaron con un sistema de comunicación bastante parecido al código verbal del Homo Sapiens Sapiens. Haciendo un ejercicio de humildad, a sabiendas de que esto del hablar nos viene de lejos y nosotros, los humanoides parlantes del siglo XXI, no somos los únicos elegidos, nos arriesgamos a jugar con la imaginación: "Profe, los "homo esos" seguro que dirían cosas como "comer", "cazar", "peligro", "bisonte"...". No está nada mal la hipótesis; es lógico, pero yo les sugiero algo incluso más sencillo y también, más humano.
Cerramos los ojos y viajamos con la mente hasta una sima, la de los tiempos en que no había nada de nada, ni carreteras ni casas, alrededor de nuestra cueva. Nos adentramos en su oscuridad, sin miedo cuando escuchamos a los murciélagos, y nos dejamos guiar por un leve resplandor.
Una vez allí, adivinamos una figura que suponemos de mujer, pues entre los brazos estrecha al pequeño de la familia. Arropados por la hoguera, los dos nos parecen casi uno, porque el bebé se esconde al cobijo de su madre, que lo amamanta y arrulla entre sonidos casi melódicos.
Crepitan los restos del fuego, y vemos, sorprendidos, que no nos diferenciamos tanto de los Neanderthales en las cuestiones más primarias. De repente, el lactante separa la cabeza del pecho materno, levanta la mirada para examinar su rostro, casi en sombras; no importa, el afecto de una madre puede sentirse hasta con los ojos cerrados. Juega entonces con la boquita para hacer sonidos con los que llamar su atención; ya sabe juntar los labios y hacer salir de allí algo que suene bonito y que haga que ella lo mire.
Y sin saber que estaba siendo el primer arquitecto del lenguaje, casa una sílaba con la siguiente, igual que la primera, para no arriesgar demasiado, y de su boca brota la palabra, la semilla, el germen de todas las venideras. Él dijó "mamá" y su madre ya tuvo nombre; ella lo miró; congeló por un momento su gesto, quizá sorprendida de ser llamada por primera vez, e inmediatamente dibujó una amplia sonrisa, buscando en su cerebro y su corazón otra palabra con la que corresponder aquel regalo y bautizar a su "hijo", al suyo y a todos los hijos de la historia del mundo.
Desde aquel mágico y cálido instante en la cueva, la especie empezó a ser humana. El origen de nuestra privilegiada condición quedó formulada en dos contundentes sílabas ("ma-má"), coincidentes en casi todos los idiomas, y que, casi con seguridad (no científica, claro está) deben estar ya cifradas en nuestro código genético, en nuestro ADN de bípedo parlante.
lunes, 20 de mayo de 2019
"Juego de tronos o la triste historia de la humanidad", por Eva Rey Ureña
Poco después de la emisión del último capítulo de Juego de Tronos, comparto en el blog un lúcido análisis sobre el sentido y profundidad de la serie. Su autora, EVA REY UREÑA, aborda con hondura y sensibilidad los temas que, a su parecer, vertebran esta historia, cuyo contenido interpreta a partir de una analogía con nuestra realidad más cercana. Le doy las gracias por permitirme publicar su artículo. Sus augurios se han hecho realidad hoy.
A pocas horas del estreno del
último capítulo, me produce cierta fascinación (en el sentido de
curiosidad antropológica y social) la enorme polémica que la última
temporada de la serie está suscitando. No dejan de aparecer hordas
de fans protestando por los derroteros que está tomando el
desenlace. No contentos con las quejas, algunos “ofendiditos”
(casi un millón ya) incluso se han lanzado a crear una petición en
Change.org exigiendo a los guionistas que rehagan la octava temporada
(¡qué ridículo y qué patético todo!). Y yo me pregunto si esta
oleada de indignación y decepción no se puede deber a una errónea
interpretación de lo que en realidad es, o debería ser, Juego
de Tronos.
No quisiera pecar de arrogante
dando a entender que mi interpretación es la correcta. Creo que,
precisamente, la diversidad de interpretaciones da la medida de la
grandeza de una creación narrativa. Cuanto más abierta es una
historia, cuantos más ríos de tinta se derramen escribiendo sobre
ella, cuantas más opiniones, hipótesis e interpretaciones, muchas
de ellas opuestas, surjan, más riqueza y complejidad tiene la obra.
Recordemos algunas de las obras maestras de la literatura universal:
¿Cuántas páginas se han escrito acerca del significado del
Quijote,
o de Cien años de
soledad? No
pretendo hacer comparaciones, obviamente; sólo pretendo mostrar que
cuanto más abierta, compleja y rica es una historia, más hipótesis
suscita.
Juego de Tronos, tanto
en su versión literaria como en la televisiva, ha desarrollado su
argumento en un período de tiempo ampliamente dilatado. Han sido
diez años de serie. Los libros ni siquiera han terminado. Cuando el
desarrollo de una historia se prolonga tanto en el tiempo, con,
además, largos lapsus de espera entre una temporada y otra, a menudo
olvidamos la manera en que la historia evoluciona. Se nos olvidan los
pasos que se han ido dando hasta llegar al punto en el que estamos
ahora. Yo misma he pecado de eso. Yo misma, cuando vi el episodio
cuarto, y, sobre todo, el quinto de esta última temporada, me quedé
francamente disgustada. Sin embargo, hay una idea que me ha estado
rondando la cabeza casi desde el principio de la serie. Me imagino
que a muchos de vosotros también. Había momentos, episodios,
escenas, diálogos, cuyo significado parecía trascender los hechos
que estábamos contemplando. Desde hace tiempo, intuyo que esta
historia va mucho más allá de lo literal, y que toda ella está
impregnada de un sentido metafórico. Está claro que Juego
de Tronos pertenece
al género fantástico (dragones, gigantes, brujas, la
ambientación…). Muchos autores antes de George R.R. Martin han
creado universos fantásticos en los que han desarrollado sus
argumentos. Sin embargo, a mi juicio, la grandeza de una obra de
fantasía consiste en ir mucho más allá de esos argumentos.
Consiste en ser capaz de generar un paralelismo entre ese universo
inventado, y el real, de manera que, finalmente, toda la historia sea
una especie de parábola que vincule lo imaginario y lo real
(recordemos, por poner un ejemplo, El
señor de los anillos,
y su parábola sobre el bien el mal). Cuando podemos extrapolar el
mensaje de una historia ficticia y hacerlo universal, aplicable a la
raza humana, entonces esa obra es grande.
Creo que el final de Juego
de Tronos ha
enfadado y decepcionado a muchos porque no entienden, o no quieren
entender, que es una obra realista. Han querido permanecer en ese
universo de fantasía, sin ver los paralelismos que existen con el
mundo real. Han obviado las metáforas, los símbolos, lo oculto pero
patente. Han querido verlo como un mundo de fantasía regido por las
leyes de la fantasía. Yo misma he pecado de ello. Yo misma
transformé a Daenerys en mi heroína particular, hasta que algo me
sacudió y me dije: no, no van por aquí los tiros. Claro que duele
ver desmoronarse ese mundo maravilloso que la tele y los libros han
creado para nosotros. Pero es que tal vez esa serie nos está
transmitiendo un mensaje que no hemos querido ver. Para mí, la clave
para ver y entender la parábola es la propia evolución de la
historia. Como decía antes, el factor temporal influye. La historia
es taaaaan larga… Pasan taaaaantas cosas… Han sido taaaantos
años… Que tal vez se nos olvida cómo empezó.
Anoche, de pronto, y sin saber
muy bien por qué, sentí la necesidad de volver a ver el primer
capítulo de la serie. Y así lo hice. Y verlo me supuso un shock.
Porque es COMPLETAMENTE DIFERENTE a los capítulos de esta última
temporada. Parece casi como si fueran dos series distintas. ¿Cuál
es la esencia de ese cambio? ¿En qué ha consistido la evolución, y
qué significado subyace a dicha evolución?
La
serie comienza con un nivel de complejidad extraordinario. Eso es lo
que hizo que mucha gente no se enganchara al principio; te pierdes,
con semejante complejidad. Pululan por la historia cientos de
personajes en cientos de escenarios diferentes, múltiples familias
que, además, llevan tras de sí un pasado igualmente complejo que
hemos de ir descubriendo poco a poco. El universo narrativo que se
nos presenta es de una riqueza mayúscula. Dicha riqueza y
complejidad son las constantes de las dos primeras temporadas. Luego
esa enorme diversidad va disminuyendo progresivamente, pero a ritmo
creciente, hasta llegar al penúltimo capítulo. Si, en efecto,
comparamos este último capítulo emitido, con los primeros, resulta
de una simplicidad pasmosa: por el número de personajes
(dramáticamente mermado desde hace tiempo, y cada vez más), por el
número de escenarios, y, lógicamente, por la simplicidad
argumental. Exactamente de eso es de lo que parecen quejarse muchos
fans: la simplicidad argumental y la velocidad a la que todo parece
precipitarse. Pero, ¿acaso no es lógico? A más personajes, tramas
más complejas. A menos personajes, tramas más simples. Cuanto más
complejas son las tramas, más lentamente se desarrollan, puesto que
más son los factores que intervienen en ellas. Sin embargo, cuando
apenas quedan personajes en pie, las tramas deben ir más rápido,
puesto que ya apenas queda complejidad con la que jugar.
¿Y qué significado tiene
esta creciente pérdida de complejidad? ¿Es gratuita?
Definitivamente, NO. La historia de la creciente simplicidad de la
serie es la historia del poder y la concentración de este poder en
cada vez menos manos.
Porque, ¿qué nos cuenta
exactamente Juego de
Tronos? ¿De qué
va en realidad la historia? Pensemos por un momento que todo este
universo sea, en realidad, un reflejo de la humanidad. De la de
verdad. De la nuestra. Y observemos el punto de partida: la riqueza,
la variedad, la complejidad. El universo de Juego
de Tronos, en sus
primeras temporadas, nos muestra un amplísimo abanico de los más
grandes universales del ser humano. TODO está presente en la serie.
Hace poco leí un artículo muy lúcido de un seguidor de la serie y
los libros, que afirmaba que la historia era shakesperaniana. No
puedo estar más de acuerdo. Shakespeare es tan grande porque supo
reflejar en sus obras los grandes universales del ser humano (Romeo
y Julieta, el amor
imposible; Otelo,
los celos; Hamlet,
la duda; etc, etc). Y eso mismo es lo que nos encontramos en Juego
de Tronos. Sus
(maravillosos) personajes representan las principales pulsiones del
ser humano. Si intentamos ir más allá de la trama, vemos que casi
todos los conflictos que se plantean tienen un trasfondo real, que se
corresponde con los conflictos a los que en distintos momentos se ha
tenido que enfrentar la humanidad. Vemos, por ejemplo, cómo muchos
de los personajes representan las distintas ideologías políticas.
La casa Lannister es un claro símbolo del capitalismo (recordemos
sus alianzas con el Banco de Hierro). Daenerys Targaryan casi parece
símbolo del comunismo a lomos de sus dragones, liberando esclavos y
buscando la justicia social en el mundo. Sólo le falta cantar:
“Arriba los pobres del mundo, en pie los esclavos sin pan…”.
Subtramas como el conflicto de los Reñideros de Mereen plantean
cuestiones a las que siempre nos hemos tenido que enfrentar los seres
humanos: la lucha entre la tradición y el progreso (recuerdo que
cuando vi esa parte, me vino a la cabeza el tema de la tauromaquia:
acabar con una tradición sangrienta y violenta, o mantenerla
simplemente porque es una tradición). La mayoría de los conflictos
políticos que se plantean en la serie, existen o han existido en
algún momento de la historia del ser humano. Tan solo se limita a
disfrazarlo con un bonito traje de fantasía.
También desde el principio de
la serie se nos muestran las luces y las sombras de la humanidad,
encarnadas en los diferentes personajes. Vemos la grandeza en Tyrion,
un hombre hecho a sí mismo, encarnación de la justicia en su
sentido más noble, de la INTELIGENCIA, en mayúsculas. Vemos a esa
primera Daenerys, símbolo de la lucha por la igualdad y la libertad,
otro personaje hecho a sí mismo, superando todas las adversidades y
creciendo en carisma. Y vemos a Jon, el enorme y maravilloso Jon, un
personaje que muchos creen que está siendo maltratado por los
guionistas en la última temporada, opinión que trataré de
contraargumentar más adelante. Jon representa, a mi juicio, el más
bello de los ideales: la unión de los seres humanos frente a la
división y la lucha individualista. Es el afán de fraternidad hecha
personaje. Y, junto a las “luces” de Juego
de Tronos (con un
largo etc detrás, pues son muchos otros los personajes que encarnan
las pulsiones más nobles del ser humano) también tenemos, desde el
principio, las sombras: el ansia de poder (Cercei), la crueldad
(Jeoffrey, Ramsey), la manipulación (Lord Baelish), el interés
materialista (Bronn), y otro largo etc. A pesar de encarnar las
diversas fuerzas que mueven a la humanidad, todos los personajes
distan mucho de ser planos, o simples. Prácticamente todos ellos
experimentan importantes evoluciones, igual que nosotros, los
mortales de carne y hueso, porque eso es la vida, cambiar y
evolucionar.
La historia es compleja y
“real” hasta en el tema de las creencias. Las múltiples
religiones que profesan los personajes, parecen un trasunto de la
diversidad religiosa que ha existido siempre en la historia de la
humanidad.
Si todo esto es así, entonces, ¿a qué se debe la progresiva pérdida de complejidad de la trama? Más allá de lo evidente –mueren muchísimos personajes, desaparecen familias enteras-, y siguiendo con la parábola, ¿no se trata del reflejo del cada vez mayor aumento de entropía al que se enfrenta la humanidad? Veo esa pérdida de riqueza como el reflejo de dos cosas: en primer lugar, como el comienzo de la auto-aniquilación de la humanidad , y, en segundo lugar, como la pérdida de diversidad y riqueza que conlleva esta brutal globalización que cada vez tiende más al pensamiento único. Al igual que en la serie, este fenómeno tiene lugar cuando se da una enorme concentración de poder (mucho, muchísimo poder), en muy pocas manos. El capitalismo salvaje al que nos enfrentamos va por ese camino. Lo estamos viendo de forma cada vez más patente. La riqueza (y con ella el poder) se va concentrando cada vez en menos personas, y el equilibrio se rompe. En Juego de Tronos, las distintas familias de nobles representaban los núcleos de poder. Un poder en permanente lucha, como siempre ha sucedido en la humanidad, pero en ese extraño equilibrio que proporciona la complejidad. Es la ambivalencia, la armonía entre opuestos de la que nos habla el yin-yang. Sin embargo, a medida que las familias van cayendo, extinguiéndose para siempre en muchos casos (los Frey, los Bolton, los Mormont…), el poder se va concentrando cada vez en menos manos. Ya ni siquiera lo encarnan familias, lo encarnan tan solo personas. La cantidad de poder es inversamente proporcional a las manos que lo ostentan. Al final, sólo dos personajes de la serie concentran en sí mismas todo el poder: Cercei Lannister y Daenerys Targaryen. Lo que venga después sólo puede resumirse en una palabra: DESASTRE. El espectador no se ve sorprendido por el ansia de poder y de destrucción de Cercei, porque siempre ha sido uno de los “malos”. Pero sí se ha visto defraudado por las consecuencias que este poder ha tenido en Dany. ¿Acaso somos tan ingenuos de pensar que tantísimo poder es compatible con la bondad? ¿Con la cordura, siquiera? Nos dicen algunos que Daenerys ha acabado así por sus genes, por ser una Targaryen, por su padre, el Rey Loco. ¡Qué explicación tan simplista! ¿Qué figura histórica de la humanidad ha alcanzado mucho poder y no ha caído en la barbarie, en la destrucción? Tal vez pensar en Hitler no sea lo más acorde a la ideología de Dany, pero, como leí en otro artículo precioso, nuestra querida Khaleesi es esa heroína comunista que, de tanto poder como adquiere, acaba cometiendo las atrocidades que cometió Stalin. El poder corrompe. Eso no es ninguna novedad. ¿por qué entonces indigna tanto la transformación de Daenerys? ¿Tal vez porque nos molesta el realismo de la serie? ¿Quizás porque preferíamos seguir en ese mundo de dragones, brujas y gigantes, donde creíamos que a nuestros héroes o heroínas no les afectaría el poder? Los cuentos de hadas son muy bonitos. Pero Juego de Tronos no es un cuento de hadas (afortunadamente). Insisto: la historia de la la creciente simplicidad de la serie es la historia del poder y la concentración de este poder en cada vez menos manos.
Siguiendo con esta línea de
interpretación, la última temporada de la serie no puede ser más
coherente. En ella se nos muestran las consecuencias de la
acumulación de poder en muy pocas manos: el desastre. Nos
encontramos en la octava temporada con las dos mayores amenazas a las
que se enfrenta la humanidad: una solventada gracias a ese enorme
héroe que es Jon Nieve, y la otra no. Me refiero a la Batalla de
Invernalia contra el Rey de la Noche, y la destrucción de Desembarco
del Rey. ¿Cuáles son esas dos amenazas? Analicemos estos dos
episodios.
Si todo esto es así, entonces, ¿a qué se debe la progresiva pérdida de complejidad de la trama? Más allá de lo evidente –mueren muchísimos personajes, desaparecen familias enteras-, y siguiendo con la parábola, ¿no se trata del reflejo del cada vez mayor aumento de entropía al que se enfrenta la humanidad? Veo esa pérdida de riqueza como el reflejo de dos cosas: en primer lugar, como el comienzo de la auto-aniquilación de la humanidad , y, en segundo lugar, como la pérdida de diversidad y riqueza que conlleva esta brutal globalización que cada vez tiende más al pensamiento único. Al igual que en la serie, este fenómeno tiene lugar cuando se da una enorme concentración de poder (mucho, muchísimo poder), en muy pocas manos. El capitalismo salvaje al que nos enfrentamos va por ese camino. Lo estamos viendo de forma cada vez más patente. La riqueza (y con ella el poder) se va concentrando cada vez en menos personas, y el equilibrio se rompe. En Juego de Tronos, las distintas familias de nobles representaban los núcleos de poder. Un poder en permanente lucha, como siempre ha sucedido en la humanidad, pero en ese extraño equilibrio que proporciona la complejidad. Es la ambivalencia, la armonía entre opuestos de la que nos habla el yin-yang. Sin embargo, a medida que las familias van cayendo, extinguiéndose para siempre en muchos casos (los Frey, los Bolton, los Mormont…), el poder se va concentrando cada vez en menos manos. Ya ni siquiera lo encarnan familias, lo encarnan tan solo personas. La cantidad de poder es inversamente proporcional a las manos que lo ostentan. Al final, sólo dos personajes de la serie concentran en sí mismas todo el poder: Cercei Lannister y Daenerys Targaryen. Lo que venga después sólo puede resumirse en una palabra: DESASTRE. El espectador no se ve sorprendido por el ansia de poder y de destrucción de Cercei, porque siempre ha sido uno de los “malos”. Pero sí se ha visto defraudado por las consecuencias que este poder ha tenido en Dany. ¿Acaso somos tan ingenuos de pensar que tantísimo poder es compatible con la bondad? ¿Con la cordura, siquiera? Nos dicen algunos que Daenerys ha acabado así por sus genes, por ser una Targaryen, por su padre, el Rey Loco. ¡Qué explicación tan simplista! ¿Qué figura histórica de la humanidad ha alcanzado mucho poder y no ha caído en la barbarie, en la destrucción? Tal vez pensar en Hitler no sea lo más acorde a la ideología de Dany, pero, como leí en otro artículo precioso, nuestra querida Khaleesi es esa heroína comunista que, de tanto poder como adquiere, acaba cometiendo las atrocidades que cometió Stalin. El poder corrompe. Eso no es ninguna novedad. ¿por qué entonces indigna tanto la transformación de Daenerys? ¿Tal vez porque nos molesta el realismo de la serie? ¿Quizás porque preferíamos seguir en ese mundo de dragones, brujas y gigantes, donde creíamos que a nuestros héroes o heroínas no les afectaría el poder? Los cuentos de hadas son muy bonitos. Pero Juego de Tronos no es un cuento de hadas (afortunadamente). Insisto: la historia de la la creciente simplicidad de la serie es la historia del poder y la concentración de este poder en cada vez menos manos.

Para interpretar el episodio
de la Batalla de Invernalia, no podemos olvidar quién es el Rey de
la Noche y qué representa. Recordemos su origen: hace muchísimos
años, los Primeros Hombres, en sus ansias de poder, comenzaron a
destruir los bosques (¿os suena?: la destrucción de nuestro planeta
por intereses capitalistas). Los Hijos del Bosque, horrorizados ante
la amenaza que esto suponía para su hogar, crearon al Rey de la
Noche, que, a medida que avanza la historia, irá cobrando mayor
relevancia, creando un enorme ejército para acabar con el reino de
los hombres. ¿¿Quién dice que el Rey de la Noche es malo?? Representa la amenaza del propio planeta rebelándose contra la
destrucción y la ambición humanas. ¡Qué lúcidos los discursos de
Jon Nieve cuando intenta convencer a todos para que olviden sus
diferencias y se unan en esta misión, porque lo que está en juego
es la SUPERVIVENCIA de los humanos! ¡Qué razón tenía al decir:
olvidaos de vuestras estúpidas luchas de poder, individualistas y
egoístas! ¿Qué más da quién gobierne, si no habrá reino sobre
el que gobernar? Me recuerda tanto a nuestros políticos actuales.
Los vemos “pegarse” por cuestiones como el nacionalismo catalán,
por muros, por petróleo, por territorios más o menos polémicos,
por impuestos… Cuando todo eso no servirá de nada si no se
resuelve el mayor de los problemas: seguir teniendo un planeta en el
cual vivir. Puro sentido común, Jon Nieve.
Por eso, ese tercer episodio
de la última temporada me resultó tremendamente sobrecogedor. ¡Y
qué bien hecho estaba, para transmitir precisamente eso, ese terror
absoluto que provoca la idea del apocalipsis! Maravilloso el equipo
técnico, Y Ramin Djawadi, por esa música espeluznante. Tampoco
entiendo las críticas a este episodio: ¿Que estaba oscuro? Pues
claro. No iba a suceder en un día luminoso. Para transmitir toda esa
desolación, ese terror absoluto, esa idea del final del mundo, ese
horror casi innombrable, era necesaria la oscuridad. El caos y la
confusión de que se quejaron algunos… Es el caos y confusión que
experimentaban los que estaban allí, luchando cuerpo a cuerpo con la
muerte, con el final de todo. Gracias por hacérnoslo sentir a los
espectadores también. El colofón fue esa melodía de Ramin Djawadi
durante los últimos quince minutos del episodio, en los que toda la
esperanza parecía perdida, en que parecía que no habría salvación
para los humanos. Estoy segura: la desesperanza, el horror, la
desolación, el fin del mundo…suenan a la canción de Ramin
Djawadi.
Este tercer episodio
representa, para mí, el último resquicio de grandeza humana. En la
serie, claro, pero también en la vida real. Porque nunca los seres
humanos son tan grandes como cuando se unen por una causa mayor,
cuando olvidan sus diferencias y caminan todos en una misma
dirección. Fue el último capítulo heroico. Y, aunque para muchos
Jon Nieve no fue el héroe de este capítulo, para mí sí lo fue. Es
cierto, Arya mató al Rey de la Noche. Pero el que hizo posible esta
unión fraternal entre tanta gente, el que les convenció a todos
para luchar juntos, el que unió en vez de separar, fue él. Y le
costó muchísimo. Por mucho que se diga, para mí, Jon Nieve siempre
será el gran héroe de Juego
de Tronos, por
encarnar el lado más noble del ser humano.
La segunda gran amenaza para el ser humano y su historia se ve reflejada en el polémico quinto capítulo de esta última temporada, en el que hemos asistido a la destrucción de Desembarco del Rey por una desquiciada Daenerys Targaryen. Muchos han criticado la evolución del este personaje (tema del que ya he hablado). Otros han criticado lo abrupto de esta evolución, lo rápido que ella cambia (esta última crítica me parece más lógica). Sin embargo, entra dentro de las leyes de la causalidad este estallido de violencia y crueldad de la Madre de Dragones. Se trata de un BUCLE DE AMPLIFICACIÓN, una de las explicaciones más racionales de la causalidad. En determinadas circunstancias, el efecto provocado por una causa X es mayor de lo esperado. Esto provoca que el siguiente efecto sea mayor, y el siguiente mayor, y así sucesivamente, de manera exponencial. De manera que, lo que en circunstancias normales llevaría siglos producirse, puede acelerarse dramáticamente y provocar una última consecuencia tan imprevisible como destructora y ya inevitable (esto es, por cierto, de lo que nos están avisando los científicos en relación con el cambio climático: otro bucle de amplificación, o causalidad con crecimiento exponencial). La evolución de Daenerys fue lenta al principio. Pero el poder cada vez mayor que va adquiriendo (gracias a los Dothrakis, los Inmaculados y, sobre todo, sus dragones) va actuando, dentro del enlace causativo, como elemento provocador de un bucle de amplificación, de manera que las consecuencias finales se “descontrolan”. No olvidemos, además, que existe una causa previa, sí, pero también unas causas desencadenantes que contribuyen a precipitar unas consecuencias que estaban ya ahí en estado latente: la muerte de Jorah, Missandei y dos de sus dragones, el alejamiento afectivo de Jon, la creciente soledad y aislamiento… Si no se tiene esto en cuenta, el desconcierto es comprensible. O, a veces, incluso teniéndolo en cuenta, no nos gusta. Claro que no nos gusta. Pero reconozcámoslo: coherente, es. Aunque duela salir abruptamente de nuestro cuento de hadas. Aunque en nuestros corazones esperábamos un final feliz. Qué queréis que os diga: yo dudo mucho que haya un final feliz para los humanos, y eso es lo que creo que Juego de Tronos nos quiere decir.
Pero, a lo que iba: el
episodio de la destrucción de Desembarco del Rey representa, a mi
juicio, la segunda de las grandes amenazas para la humanidad: una
guerra letal que acabe con todo. Creo que, además, la intención de
este capítulo va en consonancia con esta interpretación: se trata
de mostrarnos la crudeza de la guerra. El episodio no escatima en
detalles del horror: niños mutilados, familias rotas, ciudades
destruidas. Eso provoca el poder desmedido. Nuestra querida Khaleesi
es ahora una tirana borracha de poder. Su maravilloso dragón ya no
es un elemento de cuento de hadas, sino un arma de destrucción
masiva, equivalente a la peor de las bombas nucleares. No hay más
que ver los efectos que nos muestran con todo lujo de detalles en el
capítulo. Igualito que en la vida real. Como me dijo mi hermano,
aquí ya no hay ni héroes ni heroísmo de ningún tipo. Sólo guerra
y destrucción. Claro que no nos gusta. ¿Cómo nos va a gustar?
Pero, insisto: Juego
de Tronos va mucho
más allá de la ficción. Es una parábola de la naturaleza humana.
No sé cómo acabará la
serie. No sé qué veremos mañana en el último capítulo. Mi
coherencia me pide la destrucción total, que no quede ni un
personaje vivo. Mi corazón me pide que Jon Nieve ocupe el Trono de
Hierro, aunque lo veo complicado. ÉL NO QUIERE. Y he aquí otra de
las grandes lecciones de esta serie, que viene de manos de un
personaje recientemente desaparecido: Lord Varys. El eunuco es uno de
los personajes que más antipatías ha despertado a los fans, sobre
todo en esta última temporada, en cuanto empezó a dar muestras de
su deslealtad y traición a Daenerys. Pero, pensémoslo. Bajo el
prisma de esta interpretación, Daenerys merecía ser cuestionada.
Varys, a pesar de su apariencia desagradable, de sus intrigas y
manipulaciones, es, en realidad, un personaje enormemente coherente
y, a mi juicio, con muchísima razón. Se le ha tachado de traidor y
chaquetero. Pero, para mí, Varys representa la voz del pueblo y el
espíritu crítico. En la séptima temporada, le decía a Danaerys:
“La incompetencia no debe recompensarse con lealtad ciega (…). Mi
verdadera lealtad no es para un rey o una reina, sino para el
pueblo”. Sabias palabras, a mi juicio. Palabras que, en su
coherencia, subyacen a su decisión de traicionar a Daenerys. Porque
ella ya no es lo que prometía ser. Porque se ha corrompido. Y Varys
sabe que esa lealtad ciega es estúpida. El poder corrompe, por eso
los reyes acaban siendo malos reyes cuando alcanzan demasiado poder.
Por eso Varys ha servido a tantos. Por eso ha sido un “chaquetero”.
Y por eso en la vida real votamos cada cuatro años. Porque
entendemos que el poder debe alternarse o, al menos, ser sometido a
la voluntad del pueblo cada cierto tiempo, ya que es algo que
corrompe. Otra cosa es que hoy en día todo esto se haya convertido
en una pantomima pseudo-democrática. Pero la idea es esa. Varys ha
sido uno de los personajes más demócratas de la serie. Lamento su
ejecución.
Sin embargo, antes de ser
ejecutado por Daenerys, Varys muestra su deseo de que Jon ocupe el
Trono. Tyrion le recuerda que Jon no quiere. La respuesta de Varys a
esta observación me parece enormemente lúcida: “¿Habéis pensado
que el mejor gobernante quizás sea el que no quiere gobernar?”
¡Pedazo de frase! En perfecta consonancia con lo que se viene
diciendo hasta ahora. Una frase que resume a la perfección lo que
sucede con las ansias de poder. Cualquiera con ansias de poder se
acaba corrompiendo y termina siendo un tirano, por eso, tal vez
deberían gobernar aquellos que no quieren “gobernar”,
entendiendo por gobernar la total falta de ambición de poder. De
hecho, esta ha sido la constante de Jon Nieve. Todos los cargos que
ha ido consiguiendo: Comandante de la Guardia de la Noche, Guardián
del Norte, Rey en el Norte… No los ha escogido él, él no los
quería. Fueron los demás los que le pusieron ahí, y tal vez por
eso lo hizo tan bien. Consiguió sus apoyos, no por ser quien era (un
simple bastardo), sino por lo que hizo. Rompió las rígidas normas
de Poniente sólo gracias a su valía. Muchos han criticado el rol de
Jon esta última temporada. Que era anodino, insulso, que no
reaccionaba, que no hacía nada, que le faltaba heroísmo, que estaba
como paralizado. Es cierto. Pero, ¿qué otra actitud cabe ante
semejante desenlace? Jon puede mostrar su heroicidad es un contexto
en el que aún sea posible esa heroicidad. A partir del capítulo
tercero, la heroicidad desaparece de la serie. Sólo queda la
corrupción. Y en un mundo tan corrupto, los nobles de corazón sólo
pueden asistir con dolor y perplejidad al mal ajeno. Por otra parte,
al haberse simplificado la trama por las razones antes comentadas,
las posibilidades de intervención disminuyen. Jon fue heroico en un
mundo complejo en el que muchas de las tramas, con muchos de sus
personajes, favorecían su heroicidad. Ahora, las tramas se han
simplificado, quedando sólo una: la de Cercei y Daenerys, las dos
representantes del ansia desmesurada de poder. Ante semejante
desastre, Jon no quiere, ni puede, ni debe intervenir. Es impotente
ante semejante maldad. Porque, cuando se sobrepasan todos los límites
de la ética, la única manera de enfrentarse a mucha maldad es con
aún más maldad. Jon no va a pasar por ahí. Y esto sólo habla a su
favor. Algo parecido sucede con el otro personaje que aún encarna el
lado bueno del ser humano: Tyrion. Los dos actúan y reaccionan
igual: con impotencia y frustración. En este nuevo modelo del mundo
que queda tras esa acumulación de poder en tan pocas manos, ese
poder es tan grande, que Tyrion y Jon nada pueden hacer. Ya no hay
subtramas ni contra-tramas en las que puedan actuar. Nada puede
brillar ahí donde la entropía ha triunfado.
Por eso, barajo dos posibles
finales para la serie: el peor pero más realista: la destrucción
total, la aniquilación de todos los personajes; y un final feliz: la
subida de Jon al Trono, con Tyrion como su mano, que representaría,
tal vez, un resquicio de esperanza para esta humanidad enferma,
corrupta y ambiciosa que tan bien ha sabido retratar
Juego de Tronos. O
tal vez, no sé, mañana la serie me sorprenda con un nuevo giro
inesperado, como ha pasado tantas otras veces a lo largo de todo este
tiempo. En realidad, lo único que tengo que lamentar es que se
acabe. Y no sólo por los momentos gloriosos que me ha hecho vivir, a
mí y a tanta gente, sino, sobre todo, y más importante, por lo
muchísimo que he aprendido de ella sobre la terrible naturaleza
humana y su triste historia.
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último capítulo de Juego de Tronos
miércoles, 27 de marzo de 2019
Llegará la mañana
Llegará la mañana de tu mano en mi hombro, de los temerosos dedos ribeteándome el alma, del fundido en tu boca sin la culpa en los labios, de tu aliento en el cuello respirando mi calma.
Llegarán tus pestañas al cruce estriado y dormido que cobija mi ombligo, buscando lugar para el sueño, la sombra almendrada donde descansar la mirada.
Cruzará la noche la verdad sin vestido
a posar en tu oído la traviesa palabra,
a posar en tu oído la traviesa palabra,
para que vengas conmigo
a saltar sin miedo
ni al inmenso vacío
ni al inmenso vacío
ni a la desnudez del alba.
Las "Sinsombrero", en el IES Valmayor
En el IES Valmayor de Valdemorillo (Madrid) hemos arrancado nuestro proyecto de investigación y difusión de la figura de "Las Sinsombrero", las mujeres de la edad de plata silenciadas por la historia y rescatadas gracias a los documentales de Tania Balló para RTVE, "Las Sinsombrero. Imprescindibles" (2014) y "Las Sinsombrero 2. Ocultas e impecables" (2018).
Nuestros alumnos de 4° de ESO están abriendo perfiles en Twitter, Instagram y Facebook con los nombres de algunas de estas "Sinsombrero". La intención es que indaguen en sus vidas y sus obras para ir publicando en las redes sociales los datos biográficos más relevantes, fotografías, enlaces informativos, poemas, cuadros, "como si fueran ellas"... Maruja Mallo, Concha Méndez, María Teresa León, Ernestina de Champourcín, Rosa Chacel, Marga Gil, entre otras.
Las profesoras del departamento de Lengua y Literatura, entre las que me encuentro, os invitamos a visitar los perfiles de las #Sinsombrero. ¡Seguidlas! Os sorprenderá saber cuántas mujeres contribuyeron a enriquecer la cultura española de principios del siglo XX desde distintas disciplinas artísticas: literatura, pintura, escultura, teatro...
Algunos tweets han alcanzado más de 1.000 "me gusta" y cientos de "retweets". En Instagram y Facebook está creciendo también el número de seguidores...
¡Las #Simsombrero son unas #Influencers!
Estos son los enlaces de las cuentas creadas, con fines educativos, por las profesoras de Lengua del IES Valmayor. En ellos encontraréis los perfiles de las "Sinsombrero" que nuestros alumnos han creado:
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https://www.facebook.com/eva.reyvmy
También podéis ver los documentales de RTVE, "Las Sinsombrero", primera y segunda parte:
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sábado, 26 de enero de 2019
Sangre de Divya
Me trae la brisa del poniente el
eco vibrante del cobre, que viene de lejos, el golpe de la maza con la que se
llama a las gentes a la oración. Dieciocho colinas rodean el templo, aunque desde
cualquiera de sus cumbres puede uno sentir la caricia del salitre. Los dioses,
en su sabiduría, buscaron su descanso en un lugar donde la naturaleza, rica y
diversa, se hace única, donde cielo, tierra y mar, densos bosques y enormes
praderas se dan la mano. Así es esta región hindú de Kerala en la que nacieron
mis ancestros y yo misma vi la luz primera.
Venidos de todos los rincones de
nuestra vasta tierra, adoran los hombres al dios Ayyappan. Deben adentrarse entre los árboles que escalan la montaña
en dirección al templo, guiados por su fe y el sobrio tañido con que se adora
desde lo alto a la divinidad. Quedan las puertas
abiertas al mundo durante los días del Mandalapooja, justo antes de las nieves, para Makaravilakku, ya en el primer mes del año, y durante el Vishu, con
la flor de abril.
Recuerdo aquella primavera, la de
mi primera visita, de la mano de mi padre cuando a él ya le resultaba demasiado
cansado llevarme sobre sus espaldas. Lucíamos en el cuello una guirnalda hecha
con semillas de tulasi, pues ese era
el primer gesto con que daba comienzo el vatahm,
la penitencia que mis mayores iniciaban 41 días antes de emprender la marcha. Debían
entonces vestir de negro o azul, tanto al orar como en sus casas, realizar baños
dos veces al día, ingerir solo alimentos vegetales y no afear en ningún caso su
lenguaje ni conducta.
Los hombres purificaban de esta
manera sus cuerpos antes de llegar a Sabarimala.
Mientras avanzábamos, mi padre me contaba que allí, en aquel templo, fue donde
el Dios hindú Ayyappan meditó después de matar al poderoso demonio Mahishi. La gente sale de Erumely hacia
el río Azhutha; cruzando las montañas viene el cruce sagrado de Karimala y,
finalmente, hay que atravesar el río Pamba.
Salidos de las aguas, apenas unos kilómetros de sendero separan a los mortales
de la regia divinidad que consiguió aniquilar a la encarnación del mal.
En aquel camino había cientos de
hombres, unos jóvenes y fuertes, otros ya maduros; algunos portaban a sus
hijos, casi todos varones; niñas como yo, de corta edad, no debía haber más que
una decena, y mujeres, muy pocas, sólo aquellas que conservan la fuerza en el
cuerpo a pesar de frisar el medio siglo en años. Me decía mi padre, y así lo
aseguraban otros hombres que nos acompañaban, que en otras peregrinaciones las
mujeres no pueden contarse ni con los dedos de una mano.
La leyenda sagrada nos cuenta que
Ayyappa prohibió entrar a su morada a las mujeres en edad de engendrar, desde
que la sangre maligna las hace impuras, pues su vientre y sus pechos dan la
espalda a dios, ofreciendo su carne a la carne, poniendo los ojos solo en el
hombre. Las niñas se quedarán en sus casas al cumplir los diez años, junto a
sus madres, abuelas si son estas jóvenes, y todas las mujeres que aún se
encuentren en edad de menstruar. “El
dios Ayyappan es un Bramachari”, decía mi padre. Ya siendo mujer supe
qué querían decir aquellas palabras. Ese dios que solo abre sus brazos al
varón y desdeña la fe y las semillas de tulasi que cuelgan de nuestros hermosos
cuellos, hace siglos que renegó del placer de la carne, castigando con su cobarde
celibato a las mujeres de mi estirpe.
Cuando mis pies alcanzaron la
puerta del templo aquel día húmedo de abril, un rotundo sonido se me metió en
mi alma de niña; desde los oídos consiguió adentrarse con gravedad por entre
mis venas y pensamientos. Cada vez que el monje golpeaba con la maza el cobre
sagrado de Sabarimala, mi corazón bombeó con fuerza, con furia, pero también
con fe, para darme la valentía con que mirar a Ayyappan a los ojos y
preguntarle por qué, por qué yo no, por qué mi madre no, por qué mis hijas y
mis nietas, no.
No hubo para aquella niña
respuesta. Regresó a su casa, a su pueblo, para convertirse en mujer de la
tierra y de los hijos, también mujer del esposo. Mujer de todos, menos de sí
misma y del dios, pues para Ayyappan, ella tampoco era más que carne impura,
manos manchadas de sangre y de barro. Recordé muchas veces siendo joven el día
en que me sentí atravesada por el sonido sagrado del templo y quise aprender yo
a extraer de mi entraña las notas que anidaron mi corazón desde entonces.
Aprendí a tocar el punjab, a
tamborilear sobre su piel tensada los gharanas,
ritmos de mi tierra reservados casi siempre a los hombres. Y a golpe de tambor
me fui haciendo vieja, viendo a muchas niñas de la aldea visitar con sus padres
el templo de Sabarimala y a cientos de mujeres despedirlas, levantando sus
manos con tristeza y resignación.
Pero llegó el día; los cielos y
sus dioses, los del entendimiento y límpido espíritu, sabían que llegaría el
día. Fueron dos las valientes, que no siendo yo me representaban, con sus
cuerpos y sus almas, pues de mi hija y de mi nieta se trataba. Peregrinaron
camufladas con las prendas de hombre y sólo descubrieron sus rostros justo en
la entrada de Sabarimala. Las leyes de nuestro país ya habían dicho que aquella
prohibición debía ser abolida, por injusta y absurda, mas ninguna mujer se
había atrevido a encaminar los pasos hacia el templo, por miedo a la reacción
de sus esposos o vecinos.
Tan pronto como mi hija Neeja y mi nieta Divya, cuyo nombre significa “divina”, se postraron ante las
túnicas de Ayyappan, sintieron sobre sus cabezas la reprobación de los hombres
del templo, en forma de hiriente mirada y grito grosero, ese que tanto ofende a
los dioses en los días del vatham.
Algunos las empujaron; otros las escupieron, enloquecidos por una rabia que
parecía inspirada por el mismísimo demonio.
Terminaron siendo salvadas del horror
por la benevolencia de un monje de Ayyappan, que se apiadó de ellas y no dudó
en rescatarlas aunque ello le obligase a tocar dos cuerpos impuros. Ese día
comprendieron Neeja y Divya la gran
mentira del mundo y del hombre; vieron a los peregrinos piadosos transformarse
en fieras iracundas de corazón sombrío. Nada de dios hay en ellos; nada hay en
dios para el hombre.
Mi corazón pudo verlas allí, de
rodillas, insultadas y vejadas. Por cada grito de hombre, un golpe de mujer
sobre mi punjab. Esa era la llamada para todas las mujeres de Kerala, el
rotundo tambor que llama a la reunión y a la unión de las impuras. Que esta
sangre que nos une nos mueva. Ya no levantaremos la mano para despedir a los
peregrinos que parten hacia las montañas. Seremos nosotras quienes vayamos a la
montaña. Démonos la mano, tú conmigo, hermana; tiende la tuya a la hija, a la
abuela, a la nieta. Unidas con fuerza, desde la capital, en este primer día de
enero, recién comenzado Makaravilakku, hasta las mismísimas colinas que rodean
Sabarimala.
El “muro de mujeres” lo han llamado las gentes del mundo. Más de
seiscientos kilómetros de millones de manos unidas, de mujeres de Kerala que
han decidido que ellas también son dignas del dios Ayyappan y de cuantos haya
en la inmensidad del cielo.
Las más ancianas seguimos
apoyándolas a golpe de gharana, en armonía y fuerza consagradas a la misión que
la naturaleza nos reservó, la de dar vida y proteger la vida. Nuestras manos
entrelazadas han llegado hoy al templo, a pesar de todos los infieles que han
puesto el grito en cielo y en la tierra. Que suene hoy en todo cuanto conocemos la
música que nos llama a ser iguales a los ojos del mundo y del hombre.
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