miércoles, 27 de marzo de 2019

Llegará la mañana


Llegará la mañana de tu mano en mi hombro, de los temerosos dedos ribeteándome el alma, del fundido en tu boca sin la culpa en los labios, de tu aliento en el cuello respirando mi calma.

Llegarán tus pestañas al cruce estriado y dormido que cobija mi ombligo,  buscando lugar para el sueño, la sombra almendrada donde descansar la mirada.

Cruzará la noche la verdad sin vestido
a posar en tu oído la traviesa palabra, 
para que vengas conmigo 
a saltar sin miedo
ni al inmenso vacío
ni a la desnudez del alba.

Las "Sinsombrero", en el IES Valmayor


En el IES Valmayor de Valdemorillo (Madrid) hemos arrancado nuestro proyecto de investigación y difusión de la figura de "Las Sinsombrero", las mujeres de la edad de plata silenciadas por la historia y rescatadas gracias a los documentales de Tania Balló para RTVE, "Las Sinsombrero. Imprescindibles" (2014) y "Las Sinsombrero 2. Ocultas e impecables" (2018).

Nuestros alumnos de 4° de ESO están abriendo perfiles en Twitter, Instagram y Facebook con los nombres de algunas de estas "Sinsombrero". La intención es que indaguen en sus vidas y sus obras para ir publicando en las redes sociales los datos biográficos más relevantes, fotografías, enlaces informativos, poemas, cuadros, "como si fueran ellas"... Maruja Mallo, Concha Méndez, María Teresa León, Ernestina de Champourcín, Rosa Chacel, Marga Gil, entre otras.

Las profesoras del departamento de Lengua y Literatura, entre las que me encuentro, os invitamos a visitar los perfiles de las #Sinsombrero. ¡Seguidlas! Os sorprenderá saber cuántas mujeres contribuyeron a enriquecer la cultura española de principios del siglo XX desde distintas disciplinas artísticas: literatura, pintura, escultura, teatro...

Algunos tweets han alcanzado más de 1.000 "me gusta" y cientos de "retweets". En Instagram y Facebook está creciendo también el número de seguidores... 



¡Las #Simsombrero son unas #Influencers!

Estos son los enlaces de las cuentas creadas, con fines educativos, por las profesoras de Lengua del IES Valmayor. En ellos encontraréis los perfiles de las "Sinsombrero" que nuestros alumnos han creado:


https://www.facebook.com/eva.reyvmy


También podéis ver los documentales de RTVE, "Las Sinsombrero", primera y segunda parte:







sábado, 26 de enero de 2019

Sangre de Divya




Me trae la brisa del poniente el eco vibrante del cobre, que viene de lejos, el golpe de la maza con la que se llama a las gentes a la oración. Dieciocho colinas rodean el templo, aunque desde cualquiera de sus cumbres puede uno sentir la caricia del salitre. Los dioses, en su sabiduría, buscaron su descanso en un lugar donde la naturaleza, rica y diversa, se hace única, donde cielo, tierra y mar, densos bosques y enormes praderas se dan la mano. Así es esta región hindú de Kerala en la que nacieron mis ancestros y yo misma vi la luz primera.

Venidos de todos los rincones de nuestra vasta tierra, adoran los hombres al dios Ayyappan. Deben adentrarse entre los árboles que escalan la montaña en dirección al templo, guiados por su fe y el sobrio tañido con que se adora desde lo alto a la divinidad. Quedan las puertas abiertas al mundo durante los días del Mandalapooja, justo antes de las nieves,  para Makaravilakku, ya en el primer mes del año, y durante el Vishu, con la flor de abril.

Recuerdo aquella primavera, la de mi primera visita, de la mano de mi padre cuando a él ya le resultaba demasiado cansado llevarme sobre sus espaldas. Lucíamos en el cuello una guirnalda hecha con semillas de tulasi, pues ese era el primer gesto con que daba comienzo el vatahm, la penitencia que mis mayores iniciaban 41 días antes de emprender la marcha. Debían entonces vestir de negro o azul, tanto al orar como en sus casas, realizar baños dos veces al día, ingerir solo alimentos vegetales y no afear en ningún caso su lenguaje ni conducta.  


Los hombres purificaban de esta manera sus cuerpos antes de llegar a Sabarimala. Mientras avanzábamos, mi padre me contaba que allí, en aquel templo, fue donde el Dios hindú Ayyappan meditó después de matar al poderoso demonio Mahishi. La gente sale de Erumely hacia el río Azhutha; cruzando las montañas viene el cruce sagrado de Karimala y, finalmente, hay que atravesar el río Pamba. Salidos de las aguas, apenas unos kilómetros de sendero separan a los mortales de la regia divinidad que consiguió aniquilar a la encarnación del mal.

En aquel camino había cientos de hombres, unos jóvenes y fuertes, otros ya maduros; algunos portaban a sus hijos, casi todos varones; niñas como yo, de corta edad, no debía haber más que una decena, y mujeres, muy pocas, sólo aquellas que conservan la fuerza en el cuerpo a pesar de frisar el medio siglo en años. Me decía mi padre, y así lo aseguraban otros hombres que nos acompañaban, que en otras peregrinaciones las mujeres no pueden contarse ni con los dedos de una mano.


La leyenda sagrada nos cuenta que Ayyappa prohibió entrar a su morada a las mujeres en edad de engendrar, desde que la sangre maligna las hace impuras, pues su vientre y sus pechos dan la espalda a dios, ofreciendo su carne a la carne, poniendo los ojos solo en el hombre. Las niñas se quedarán en sus casas al cumplir los diez años, junto a sus madres, abuelas si son estas jóvenes, y todas las mujeres que aún se encuentren en edad de menstruar. “El dios Ayyappan es un Bramachari”, decía mi padre. Ya siendo mujer supe qué querían decir aquellas palabras. Ese dios que solo abre sus brazos al varón y desdeña la fe y las semillas de tulasi que cuelgan de nuestros hermosos cuellos, hace siglos que renegó del placer de la carne, castigando con su cobarde celibato a las mujeres de mi estirpe.

Cuando mis pies alcanzaron la puerta del templo aquel día húmedo de abril, un rotundo sonido se me metió en mi alma de niña; desde los oídos consiguió adentrarse con gravedad por entre mis venas y pensamientos. Cada vez que el monje golpeaba con la maza el cobre sagrado de Sabarimala, mi corazón bombeó con fuerza, con furia, pero también con fe, para darme la valentía con que mirar a Ayyappan a los ojos y preguntarle por qué, por qué yo no, por qué mi madre no, por qué mis hijas y mis nietas, no.

No hubo para aquella niña respuesta. Regresó a su casa, a su pueblo, para convertirse en mujer de la tierra y de los hijos, también mujer del esposo. Mujer de todos, menos de sí misma y del dios, pues para Ayyappan, ella tampoco era más que carne impura, manos manchadas de sangre y de barro. Recordé muchas veces siendo joven el día en que me sentí atravesada por el sonido sagrado del templo y quise aprender yo a extraer de mi entraña las notas que anidaron mi corazón desde entonces. Aprendí a tocar el punjab, a tamborilear sobre su piel tensada los gharanas, ritmos de mi tierra reservados casi siempre a los hombres. Y a golpe de tambor me fui haciendo vieja, viendo a muchas niñas de la aldea visitar con sus padres el templo de Sabarimala y a cientos de mujeres despedirlas, levantando sus manos con tristeza y resignación.

Pero llegó el día; los cielos y sus dioses, los del entendimiento y límpido espíritu, sabían que llegaría el día. Fueron dos las valientes, que no siendo yo me representaban, con sus cuerpos y sus almas, pues de mi hija y de mi nieta se trataba. Peregrinaron camufladas con las prendas de hombre y sólo descubrieron sus rostros justo en la entrada de Sabarimala. Las leyes de nuestro país ya habían dicho que aquella prohibición debía ser abolida, por injusta y absurda, mas ninguna mujer se había atrevido a encaminar los pasos hacia el templo, por miedo a la reacción de sus esposos o vecinos.

Tan pronto como mi hija Neeja y mi nieta Divya, cuyo nombre significa “divina”, se postraron ante las túnicas de Ayyappan, sintieron sobre sus cabezas la reprobación de los hombres del templo, en forma de hiriente mirada y grito grosero, ese que tanto ofende a los dioses en los días del vatham. Algunos las empujaron; otros las escupieron, enloquecidos por una rabia que parecía inspirada por el mismísimo demonio.

Terminaron siendo salvadas del horror por la benevolencia de un monje de Ayyappan, que se apiadó de ellas y no dudó en rescatarlas aunque ello le obligase a tocar dos cuerpos impuros. Ese día comprendieron Neeja y Divya la gran mentira del mundo y del hombre; vieron a los peregrinos piadosos transformarse en fieras iracundas de corazón sombrío. Nada de dios hay en ellos; nada hay en dios para el hombre.



Mi corazón pudo verlas allí, de rodillas, insultadas y vejadas. Por cada grito de hombre, un golpe de mujer sobre mi punjab. Esa era la llamada para todas las mujeres de Kerala, el rotundo tambor que llama a la reunión y a la unión de las impuras. Que esta sangre que nos une nos mueva. Ya no levantaremos la mano para despedir a los peregrinos que parten hacia las montañas. Seremos nosotras quienes vayamos a la montaña. Démonos la mano, tú conmigo, hermana; tiende la tuya a la hija, a la abuela, a la nieta. Unidas con fuerza, desde la capital, en este primer día de enero, recién comenzado Makaravilakku, hasta las mismísimas colinas que rodean Sabarimala.

El “muro de mujeres” lo han llamado las gentes del mundo. Más de seiscientos kilómetros de millones de manos unidas, de mujeres de Kerala que han decidido que ellas también son dignas del dios Ayyappan y de cuantos haya en la inmensidad del cielo.



Las más ancianas seguimos apoyándolas a golpe de gharana, en armonía y fuerza consagradas a la misión que la naturaleza nos reservó, la de dar vida y proteger la vida. Nuestras manos entrelazadas han llegado hoy al templo, a pesar de todos los infieles que han puesto el grito en cielo y en la tierra. Que suene hoy en todo cuanto conocemos la música que nos llama a ser iguales a los ojos del mundo y del hombre.





martes, 13 de noviembre de 2018

Traviesos caminos


Aprenden tus manos traviesos caminos
que me hacen contorno,
cubren mis hombros de tierno cobijo
y pasean a escondidas
hasta rodear
mi geografía, sin tropiezo.

Pestañeas tembloroso al llegar al abismo,
son las vistas salvajes y parecen lejanas,
mas pueden tus ojos correr peligrosas distancias,
pues no hay viaje largo
ni camino insondable
si pueden los cuerpos
reposar, contemplar
la eternidad del paisaje.

viernes, 10 de agosto de 2018

Lluvia de estrellas


Si esta noche miro al cielo, lo haré con inocencia, arqueando mi perfil, con la ilusión de que quiera soplarme los labios, aunque sea de puntillas, una brizna de fresco.

Y quizá, con los ojos puestos sobre el caluroso negro, se me dibuje en la cara una fulgurante estela, recuerdo lejano de un cometa que ya se fue antes de que yo estuviera.

O, allá, donde se recuesta Andrómeda, puede que vea la lluvia que colmó a la ninfa de dorada y traviesa deidad...

Llorará esta noche el cielo. En cada lágrima, un cálido sueño y el deseo de poder ver de nuevo esa intrépida estrella pasar.

#Perseidas2018 #lágrimasDeSanLorenzo
#estrellafugaz

sábado, 14 de julio de 2018

Caricia persa


Ayer en la tarde sentí cómo tus dedos mezclaban los colores de mi pelo, entre grises y blancos, perfumados con aire de Persia. Me hice un ovillo sobre tus piernas para que así se me hiciera el cuerpo caricia y me atravesase tu rayo sin dejar rincón dormido en mi curvatura de Musa.

Te clavé levemente las uñas, para hacerte saber que, aun con los ojos cerrados, podía verte la sonrisa dándome sombra. Moví con elegante suavidad la cola para corresponder tu cosquilleo y dulzura. Me dormí así, con unas manos paseándome, haciéndome el amor, mientras ella, celosa, desde el otro lado de la tormenta, temblaba de envidia y silencio.

martes, 5 de junio de 2018

"Doll face". Buscando las palabras...

Ilustración realizada por Sara Jiménez, 1º de Bachillerato. IES Valmayor
Comparto con vosotros una actividad muy interesante con la que hemos puesto el broche al curso académico. A partir de las imágenes del vídeo Doll Face, los alumnos se han lanzado a escribir un texto, experimentando con su forma e intención, para plasmar en él las sensaciones o ideas que se hubieran despertado en ellos. 

Con distintos estilos, todos han sabido formular una dura crítica contra los estereotipos de belleza y el consumismo alienante. Os dejo una selección de textos de 1º de Bachillerato y uno de 2º de ESO. 




El espejo de Nora
Por Niko González, 1º Bach.

En el cuarto de Nora ya no había rastro de su perfume y la luz cálida que hasta hacía un par de segundos iluminaba la habitación estaba ya apagada. Si alguien hubiese tocado las teclas de su pequeño piano de madera, probablemente habría sonado desafinado. Y rendida en la alfombra, se encontraba la niña, como si de ella emanase una atmósfera de penumbra. Su rostro parecía inerte.

Nora volvió a alzar la mirada para ver que, frente a ella, continuaba ese espejo reflejado en sus lágrimas. Una lámina enmarcada que rompió la magia y que nunca debía haber estado ahí, descansando sobre una de las paredes de su cuarto.

Se acercó lentamente al espejo. El camino le pareció interminable y, cuando por fin consiguió tocar el cristal con el dedo índice, la bestia que en él se reflejaba le desgarró con sus zarpas el brazo, hasta llegar a la muñeca, por donde la tomó, arrastrándola después al vacío.





3, 2, 1...
Por María Partida, 1º de Bach.

Mi estructura, mi cuerpo sale de una caja.
Una caja donde me siento presa, mi mente y mi cuerpo están presos. Mi mente en forma de televisión imagina mi yo, mi verdadero yo.

Me quiero acercar un poco y un poco más. Casi estoy.
Esta imagen que rebota contra mi mente se presenta con una piel impecable, con toques rojos sobre las mejillas, los ojos perfectamente dibujados bajo el color de las sombras, un rojo potente sobre mis labios…

Sin embargo, ¿soy yo o simplemente soy la persona que quieren que sea? ¿Dónde queda mi interior?

Pienso. Pienso y recapacito, ¿por qué?
¿Por qué las mujeres estamos sometidas a seguir un canon? ¿No somos igual de bonitas sin maquillaje? Pues sí, te lo aseguro.
No quiero vivir más así. Destruyo mi sueño de sentirme “normal” y aceptada por la sociedad.
Y a cambio noto algo. Ha merecido la pena.
Libertad, sí, ese maravilloso sentimiento.
Qué bien sienta sentirse libre, no seguir ninguna norma, no hacer caso de nada, elegir qué hacer y qué decir.
Me siento única, preciosa, maravillosa. Una MUJER.

Ahora sí, brillo más que nunca. Nada ni nadie me va a parar. Este es mi momento.




Apariencias
Alejandra Fernández, 1º Bach.

¿De dónde has sacado esos pantalones? Ya no se llevan.
¿Cómo puedes ir así vestida?
¿Y esas ojeras? Tápatelas, te hacen súper fea.
Ponte un poco de colorete, estás súper pálida.
Con los ojos tan bonitos que tienes… Te quedaría mejor un poco de rímel.
¿Y ese pelo? Plánchatelo, liso te queda mejor.
Los tacones estilizan las piernas. ¿Qué más da si luego te duelen los pies?
Estar cómoda es lo de menos. Para presumir hay que sufrir.
¿Qué más da cómo te sientas?
Al fin y al cabo, lo físico es lo que importa.

Vivimos en un mundo de apariencias, donde todos seguimos una serie de estereotipos marcados por la sociedad. Una serie de objetivos que queremos cumplir. Cuánto más cerca creemos estar de ellos, más nos alejamos, pero de nosotros mismos, de nuestra propia identidad.

Y, casi sin darnos cuenta, terminamos teniendo dos vidas, paralelas y completamente diferentes, la propia y la que aparentamos tener.

Aparentar.
Vivimos gastando dinero que no tenemos en cosas que no necesitamos para impresionar a gente a la que no le importamos.
Pensemos, ¿de verdad merece la pena?
Dime, ¿realmente así eres feliz?



Deshaciéndonos del yo
Por Sanae El Kadi, 1º de Bach.

Vivimos, si se puede decir que lo hacemos... Porque no vivimos para nosotros, sino para la gente. Vivimos en un mundo de engaño, donde el yo vale más que cualquier otra cosa, aunque para completarlo haya que contar con el visto bueno de todos los demás.

Caminamos midiendo pasos, midiendo miradas que nos contemplan, oyendo susurros que en realidad no existen, pero que pretenden convencernos: “Si el de en frente es mejor, adelante, supéralo”.

Levantarse un día más, abrir los ojos y ver desvanecerse los sueños.
Hay que comenzar, sí, comenzar a prepararse, no para mí, sino para la gente.
Un día más, la sociedad no me puede esperar. Tengo que darme prisa, prisa para deshacerme del yo y convertirme en ella, porque, según dicen todos, ella es mejor.
Empecemos pues a destruirnos.   



Atrapada
Por Por Amina Achehbar, 1º Bach.

Abro poco a poco los ojos, acostumbrándome a la luminosidad de la habitación. Los restriego y observo.

Pantallas y pantallas me rodean. Otra vez he aterrizado en el mundo de los estereotipos, ese que tanto evito. Me levanto del suelo y me analizo. Llevo una vestimenta diferente de la que recuerdo, unos tacones de aguja, una falda dos dedos por encima de la rodilla y una blusa con los primeros botones abiertos.

Arrastro las manos hasta mi cara. Está embadurnada de esa asquerosa pintura tras la que se esconde mi verdadero ser. Intento quitármela, como otras veces he hecho, pero es imposible.

Camino alrededor de la sala, centrándome en las miles de pantallas con las que quieren mostrarnos cómo deber ser una sociedad perfecta.

Hay un momento en que mi mirada se encuentra con otra. Me acerco y veo cómo una chica, idéntica a mí, se refleja en la pantalla. Está sonriendo, luciendo asquerosamente feliz, sin ningún rasguño, ninguna imperfección, como “toda una señorita”. Ya lo sé, no es real, no es de verdad. Es otra de las mentiras a las que tan acostumbrados estamos.

Intento alejarme, pero ya es demasiado tarde. Unos brazos metálicos salen de la pantalla, hago un intento de escaparme, pero, aun así, logra alcanzarme. Y lo siguiente que recuerdo es que ahora soy la chica "perfecta" que antes mostraba esa pantalla.



Muñecas de porcelana
Por Carmen San Nicolás, 1º Bach. 

Desde hace mucho, mucho tiempo, se nos enseñaba a estar en casa como muñecas de porcelana, la piel blanca y lavada, sin un rastro de maquillaje, como si estuviésemos encerradas en un castillo. Pero, al final lo conseguimos, conseguimos abrir esa puerta. Abrimos los ojos y vimos la sociedad, nuestra vida y la del mundo que nos rodeaba.

Desde que se creó la televisión a principios del pasado siglo, nos mantuvimos así, con la piel pálida. Tal vez sentíamos un poco de rubor, pero a escondidas y sin que se notase mucho. Cada vez iban saliendo mujeres más bellas, aunque con la tez más morena, un color de labios más rosa y más impactante. Poco a poco se fueron creando unos nuevos cánones. Avanzamos, tensando más y más la cuerda que nos separaba de ese castillo de donde habíamos salido. Pero queríamos, sí, queríamos parecernos a esas bellas mujeres que salían por la televisión; queríamos ser como ellas, porque así seríamos felices, o eso creíamos...

Llegamos al final, al final del mecanismo, hasta el punto en el que las imágenes que ansiábamos alcanzar se iban alejando más y más de nosotras. Ya no podíamos seguirlas. Iban demasiado rápido, tanto que el mecanismo terminó rompiéndose y, con él, nuestros sueños de ser como ellas. Caímos y nos rompimos en mil trozos por haber querido ser muñecas de porcelana.

Dayana
Por Arancha Calvo, 1º Bach. C
Hola, soy Dayana. Y no, no soy un robot.
Soy una mujer como otra cualquiera,
Sí, como cualquiera.
Si soy así es gracias a la sociedad en la que vivimos,
Que tira de nosotros para decirnos cómo debemos ser,
Cómo hay que ser para encajar.
Pero todo se me complica cuando no puedo tirar más de mí, cuando no doy más de sí y ya no me guían. Ahora es mi turno y tengo que empezar a ser yo misma, aunque a mí no me enseñaron a eso. Quizá por eso me siento rota, vacía... Ahora es el momento de aprender a ser yo misma.





Copias
Por Jamila Amerziane, 2º ESO

Siempre tendemos a copiar lo que está bien visto por los demás, lo que interesa a la sociedad, lo que llama la atención...

Pero nunca nos paramos a pensar cómo engañamos a nuestro cuerpo y a nuestra mente haciéndonos creer que eso es lo que nos gusta y lo que realmente queremos ser. Tememos la opinión de los demás, el qué pensaran de mí.

La mayoría nos comportamos como robots, programados para copiar lo que vemos, lo que creemos que gustará y no lo que nos gustará a nosotros y lo que nos hará felices. Finalmente, si se seguimos haciendo lo que la sociedad nos impone y no lo que nosotros queremos, nos acabaremos rompiendo por dentro. Comprenderemos quizá entonces que hemos dejado de ser nosotros mismos. Nos hemos convertido en una copia de otra copia que terminará convirtiéndose en otra copia.


Resulta bastante triste sentirse obligado a cambiar por alguien a quien no le importamos, porque la gente que de verdad nos quiere lo único que desea es vernos felices y satisfechos.

miércoles, 23 de mayo de 2018

Mis musas, las maestras




No sé qué me pasa últimamente, pero no me siento muy motivada, así en líneas generales y, más particularmente, a la hora de escribir. No me quiero dejar arrastrar, aunque siempre se ha dicho que la creatividad es una cuestión de inspiración, ¿dónde estáis musas, que me tenéis abandonada? Nada me mueve y la sensación me deja con el corazón estancado. Quizá, si pusiera más interés por la actualidad informativa y viese el telediario de vez en cuando, podría llegar a sentir indignación ante la desvergüenza de muchos de los personajes del panorama social y político, alentándose desde mis entrañas un fogonazo contestatario que termine por despertarme ya de este sopor existencial mío.

Veo que mi compañera de trabajo, muy querida y admirada por otra parte, luce en su mochila de profesora un pin con la bandera de la República española. Raquel celebra su cumpleaños  este sábado, día 14 de abril, orgullosa de soplar velas el mismo día en que se conmemora la proclamación de la II República Española. Mi amiga se considera una firme defensora de que nuestro país se transforme radicalmente e instaure la tercera y definitiva república que, según ella, nos proporcione un sistema verdaderamente democrático, en el que prevalezca la justicia, la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley que debe ampararnos, más allá de nuestras diferencias culturales, religiosas, ideológicas o económicas.

La escucho con mucha admiración, porque veo que sabe mucho y muestra conciencia política y social. Yo, que pertenezco a la generación postfranquista y nací un año antes de que se firmase la Constitución Española, crecí escuchando en casa lo bueno que había sido nuestro anterior rey, Juan Carlos I; todo eran elogios a la hora de valorar su papel institucional en la denominada Transición, pues, según nos han contado, supo conciliar posturas, dar cabida en el  nuevo escenario democrático a todas las posiciones políticas, incluso a las que durante décadas tuvieron que vivir en el exilio y fueron perseguidas en razón al color de su bandera.

Me declaro muy ignorante en muchos aspectos relacionados con la historia reciente de España. Quizá lo sea porque en los años que tuve que estudiarla había muchos temas que seguían tratándose de manera muy edulcorada, y a veces sectaria, pero también por cierta dejadez . Creo que mi actitud habría sido bien distinta si la vida me hubiera puesto en el aprieto de tener que sufrir en mis propias carnes las consecuencias de las injusticias, del reparto desigual de las riquezas, que encumbra a una minoría y arrincona a tantos, esposándolos a una realidad socioeconómica en muchos casos insostenible. La tibieza de pensamiento se tornaría indignación, furia interna incontrolable, si hubiera sentido que mis derechos y libertades han sido quebrantados por algún grupo de poder, ya sea el Estado o por parte de los llamados poderes fácticos…



He leído algunos textos sobre la II República. Creo que entiendo, en líneas generales, cuál fue el propósito republicano después del reinado de Alfonso XIII y la dictadura de Primo de Rivera. Reconozco, sin embargo, que me he perdido en la maraña de acontecimientos políticos que se sucedieron en los dos bienios que abarcó la segunda República “en paz”, entre republicanos-socialistas, el partido republicano radical, la Confederación Española de Derechas Autónomas, la Revolución de 1934, que representó la insurrección anarquista y socialista y el posterior Frente Popular, que, tras las elecciones generales de 1936, solo pudo gobernar cinco meses, hasta que el 18 de julio de ese mismo año tuvo lugar el golpe de Estado por una parte del ejército que desembocó en la guerra civil española. Por no hablar de la llamada segunda República en guerra, de 1936 a 1939.

Llegados a este punto me doy cuenta de que no es nada fácil bucear en el pasado y comprender las razones y sinrazones que conducen a un país a una guerra. Creo, de hecho, que fue entonces, en aquellos tres años terribles, donde terminaron de forjarse, a fuego lento y ensañado, las etiquetas, los colores, los prejuicios que han mantenido enfrentados a los ciudadanos de este país: rojo, morado, azul, fascista, comunista, franquista, derechas, izquierdas, y otras heredadas, marxistas, leninistas, anarquistas… No quiero ni entrar a descrifrar qué significa ser una cosa o la otra. Yo he terminado convirtiéndome en una mujer adulta, con cierta instrucción, del siglo XXI, sin el resguardo de ninguno de esos paraguas, aunque quizá sí a la sombra del que eligió mi familia para significarse políticamente. Mis padres, que vivieron la represión franquista y estudiaron Geografía e Historia en los últimos años de la dictadura, se declararon siempre firmes defensores de la democracia y de la Monarquía constitucional que se instauró con Juan Carlos I y continua, de momento, con Felipe VI…

Pero quiero pensar que el concepto de República tiene mucho más calado y trasciende las banderas y la cuestión política e institucional (tendré que seguir madurando en este sentido mis posiciones como ciudadana comprometida que aspiro a ser). Porque yo miro a Raquel, observo su trato con los alumnos, escucho sus opiniones sobre lo que debe ser la escuela y su análisis de la realidad educativa y veo en ella a una mujer comprometida con su trabajo, que está convencida de que la educación debe ser pública, de todos para todos, porque todos tenemos los mismos derechos, porque la educación es un derecho, y veo que ella, como otros tantos compañeros a los que me honra haber conocido, ofrece lo mejor de sí misma al alumno pobre, al rico, al que tiene dificultades en el aprendizaje y al que se le desborda el intelecto, a la chica peleona que despotrica contra todo, a la muchacha del pañuelo, al chaval de trato amable y al que osa, desde la más supina ignorancia, cuestionar la calidad de un texto de García Lorca. Me gusta su espíritu crítico y me encanta escucharla hablar de cuestiones muy candentes y actuales, como el feminismo. No sé si comparto todo cuanto ella defiende, pero sí sé que contar con ella, con su visión del mundo, de la vida, de la educación, de la literatura, resulta del todo estimulante y enriquecedor.

Y como ando en este momento vital tan confuso y no daba con el aire que quería darle a este texto, pensé que sería buena idea comentarle a Raquel que tenía que preparar para mi próxima reunión de Empiñadas algo relacionado con la República. Le estuve hablando de que tenía en la cabeza hablaros de las Sinsombrero, nombre con el que se conoce a la generación de mujeres pintoras, poetas, novelistas, ilustradoras, escultoras y pensadoras, que a través de su arte y activismo desafiaron y cambiaron las normas sociales y culturales de la España de los años 20 y 30: Teresa León, Ernestina de Champourcín, María Zambrano, Rosa Chacel, Maruja Mallo, nombres silenciados de la historia oficial de la generación del 27, entre muchos otros… y pensé en ellas porque hacerlo significaba querer entender su contexto histórico, que abarca los años de la dictadura de Primo de Rivera, la República y la guerra civil.

Aunque a Raquel creo que le pareció interesante la idea, sobre todo porque los profesores de Lengua y Literatura llevamos años queriendo reivindicar los nombres de todas estas mujeres como legítimas representantes de la clase intelectual española de aquel momento, me sugirió un tema si cabe más oportuno. ¿Por qué no hablas de las maestras de la República? Así podrías mostrar qué representaron las ideas republicanas para la educación…

Aunque los entresijos políticos e históricos que sustentaron la República me hayan resultado difíciles de asimilar, así en una primera lectura, mi compañera me hizo ver que había una cuestión mucho más próxima a mí y que, sin lugar a dudas, constituye el punto de partida para cualquier propuesta ideológica que pretenda enarbolar la bandera de la libertad y la igualdad entre las personas. 


Uno de los grandes compromisos sociales de la democracia de la Segunda República fue la educación, pues solo acercando el saber y la cultura a todos los ciudadanos sería posible asegurar una sociedad libre e igualitaria, con criterio para elegir su destino desde el mismísimo conocimiento de causa. El objetivo era configurar el estado docente, que llevaría la enseñanza a los rincones más remotos del país para construir una sociedad más justa, equitativa y solidaria.

Las maestras de la República, o sencillamente republicanas, tuvieron un papel principal en este propósito, pues participaron de forma comprometida y valiente en su desarrollo material. En aquellos años 30, estas profesionales representaban el modelo de mujeres modernas e independientes. Ellas serían las responsables, en buena medida, de la construcción y difusión de la nueva identidad ciudadana, al educar a su alumnado en los valores de igualdad, libertad y solidaridad, tanto a través de la transmisión en los contenidos en las aulas como, sobre todo, con su ejemplo personal. Algo que nos suena ahora a rabiosa actualidad, al colmo de la reivindicación de la educación en valores, fue ya una realidad hace más de setenta años. Estuvimos en el camino de convertirnos ya, a comienzos del siglo XX, en la sociedad moderna en la que aún hoy aspiramos a convertirnos.

Estas maestras trabajaron con denuedo en las aulas de todo el país desde el más absoluto compromiso con la igualdad social y de género. Como nos cuentan en el documental que se les ha dedicado y que os recomiendo, fueron conscientes de que cada paso que daban representaba el dibujo del camino por el cual otras transitarían". Se embarcaron en los viajes de estudios, participaron en las Misiones pedagógicas, ocuparon puestos de dirección en los colegios y formaron parte de organizaciones sindicales, políticas y asociaciones feministas y ciudadanas. Fueron pioneras en diversos procesos de innovación y prácticas pedagógicas que abrían las aulas a una metodología activa y participativa. Sentaron las bases de una propuesta educativa que actualmente consideraríamos del todo revolucionaria y que, en caso de que nuestro sistema de enseñanza la incorporase, nos conduciría, casi con toda seguridad, a un éxito rotundo en materia de educación. Ríase usted de Finlandia.

Porque creían en la igualdad derribaron los muros que separaban a los alumnos y alumnas, apostando por la enseñanza mixta y laica, pues creyeron que así era posible compartir intereses y conocimientos desde la igualdad, dejando de lado los condicionamientos sociales, culturales o religiosos. 

Este ambicioso proyecto pedagógico quedó interrumpido tras la guerra civil, con la represión ejercida por el bando vencedor sobre el ejercicio del magisterio por parte de estas maestras. Se intentó acabar con ellas tanto física como simbólicamente, persiguiendo los valores de igualdad y autonomía que representaban.  Además, con el franquismo, se produjo una intolerable injerencia del Estado y la Iglesia en lo referente a la enseñanza, con el consiguiente menoscabo en el ejercicio de la función pública docente. Durante la dictadura, no ejercieron el magisterio los mejores profesionales, sino aquellos, a veces de dudosa preparación, elegidos por su afección al nacionalcatolicismo.

Afortunadamente, en los últimos cuarenta años mucho han cambiado las cosas en materia de educación. Hay, sin embargo, diversos aspectos que precisan de una profunda transformación, sobre todo en lo referido a la metodología y la cuestión pedagógica, pues todavía en nuestro siglo se sigue pretendiendo que todos los estudiantes respondan a un único perfil académico, a un canon a veces inalcanzable. La atención a la diversidad conforma un capítulo cada vez más importante para quienes legislan; lo mismo ocurre con el apartado referido a la educación en valores. No podría ser de otra manera, pues una sociedad moderna y plural como la nuestra debe velar por que cada uno de quienes la conforman tenga acceso a una educación que le permita convertirse, en condiciones de igualdad y libertad, en ciudadanos activos y participativos en la vida social, económica y política de nuestro país.

Somos muchos los profesores comprometidos con este objetivo, doy fe de ello, pero hay unos pocos que parecen traer el testigo de quienes, en otro tiempo, defendieron ya los mismos ideales. Mi compañera y amiga Raquel es una de estas maestras de hoy que trabajan para reivindicar el derecho a una educación pública que garantice los principios de igualdad y libertad, pues solo de esta manera podremos decir que vivimos en una verdadera democracia. Ella y las maestras de la República han terminado por convertirse en mis musas; han venido a despertarme de mi sopor, a darme un nuevo contenido y ganas renovadas para ilusionarme con lo que de verdad me mueve e ilusiona, ser maestra, y por lo que parece, republicana.